Para domeñar a los creyentes Atar y desatar en la tierra y en el cielo
(José María Rivas).- Es común afirmar que en el cielo queda "atado y desatado" por Dios, lo que en la tierra "decreta y deroga" la Iglesia. Fundamentalmente en base a Mt 16,19 y 18,18. Así se han interpretado sus respectivas formulaciones originales en griego y sus traslaciones al latín.
Y así aparecen sin excepción traducidas al español en todas las ediciones católicas de los evangelios. A partir de ahí se entiende bien que un mismo e idéntico proceder pueda urgir bajo pecado mortal y pena de condenación eterna en un determinado tiempo, y no en otro, según tenga establecido la Iglesia en cada momento.
Como no iluminar el sagrario con lamparilla de aceite de oliva; celebrar misa por la tarde o en lengua vernácula; sustituir la misa del día de precepto con la oída en la tarde de la víspera; incumplir alguna de las normas rituales del canon de la misa llamadas rúbricas; no atenerse a un único texto oficial del mismo, o al particular de cada fecha; comulgar sin ayunar desde las doce horas de la noche anterior; no guardar sin Bula el ayuno y la abstinencia; ordenar de diáconos a casados; disponer la incineración del propio cadáver; colaborar o prestar auxilio a cremaciones; etc., etc.
"Derogado" todo eso por la Iglesia en vida de muchos de nosotros, ya no puede decirse como hasta hace poco, que se peca y merece el infierno por no atenerse a nada de ello.
Siendo eso obvio desde la recordada afirmación común, no lo es menos que resulta incompatible con la eternidad del infierno, fueren muchos, pocos o ninguno los que finalmente pudieren terminar condenados.Ésta es cuestión en la que no entro para nada, ni me ha interesado hasta la fecha lo más mínimo.
Digo que resulta incompatible con la eternidad del infierno, porque la derogación de la ley, al suprimir el motivo de condena, conlleva el fin de la pena impuesta por infringirla. De ahí que en España, al despenalizarse el adulterio en 1978, se excarcelara a las mujeres en prisión por haberlo cometido. De igual manera debería suceder en el más allá.
Salvo en la negación del extremado amor de Dios al mundo (Jn 3,16) y en el absurdo de que Él pudiera ser menos "civilizado" que el hombre, cada vez que se deroga una ley eclesiástica tendrían que ser "excarcelados" del infierno, los condenados que pudiera haber en él por haberla incumplido.
No sólo porque eliminada la causa desaparece su efecto; sino, además, porque afirmando asumidas en el cielo todas las disposiciones eclesiásticas, también tendría que estarlo como cualquiera otra, la del c. 1313,2 del CIC: «Si una ley posterior abroga otra anterior, o al menos suprime su pena, ésta cesa de inmediato».
Aunque sea diáfano, formularé la disyuntiva a la que así nos vemos abocados. O negamos sin más la eternidad del infierno tachando a Jesús de falsario por habérnosla enseñado y por poner en boca de Abraham, en la parábola del epulón, lo del "abismo infranqueable que hay entre el infierno y el cielo"; o, por el contrario, rechazamos de cuajo y reprobamos que Él asegurara la convalidación por Dios en el cielo de lo que la Iglesia "atara y desatara" en la tierra.
La elección no admite dudas desde la fe. Debería por tanto dejar ya de decirse que la Iglesia ha recibido autoridad para imponer bajo pecado grave y condenación eterna, leyes que, vigentes hoy, pueden ser desatadas mañana. Así son por su propia naturaleza todas las suyas. Seguir afirmándolo, además de resultar herético y blasfemo, no sirve de por sí para otra cosa que domeñar a los creyentes y tenerlos bajo control, aunque no sea esto lo personalmente pretendido por cada uno, ni por la Iglesia.
Cuestión ulterior, sin embargo, es cuál habrá sido en boca del propio Jesús el significado de la expresión "atar y desatar en la tierra y en el cielo".
De entre los varios que se han defendido, apuesto por el diametralmente opuesto al tradicional: "lo que prohibáis en la tierra habrá sido ya prohibido en el cielo, lo que autoricéis en la tierra habrá sido ya autorizado en el cielo". Es traducción de William D. Mounce, profesor de N.T. durante diez años en la Universidad Azusa Pacific (USA) y autor de varias obras sobre la materia y sobre idiomas bíblicos. Entre ellas, "Fundamentos de la gramática bíblica griega".
Para traducir así, Mounce se apoya en el sentido del tiempo de futuro perfecto pasivo en que está el verbo. Supuesto esto, ella sería la traducción más literal, aunque con la adición del adverbio "ya", que sólo explicita el matiz de resultado o acción completamente acabada, con antelación a la realización de la posibilidad o contingencia planteada; en este caso: "lo que atéis / desatéis". Tal matiz es propio del tiempo perfecto de la conjugación griega, en el que van los participios "prohibido" y "autorizado".
A Mounce pueden añadirse pocos autores más que, con ligeras variaciones, coinciden en lo fundamental. Sus traducciones respectivas podrían aunarse en un único enunciado: "lo que prohibáis y autoricéis en la tierra, será lo ya prohibido y autorizado en el cielo".
Puede por supuesto discutirse el acierto de esos autores. Lo que no admite discusión, ni duda, fuere cual fuere la respuesta que se diere a la cuestión, es el propio planteamiento hecho. Es en efecto de todo punto incuestionable que la traducción común y oficial no se tiene en pie sin herejía y blasfemia manifiestas. Es algo tan patente como que dos y dos son cuatro. Y lo captan hasta personas sin especial bagaje teológico, como es el caso del seglar que a mí me lo formuló. Que lo que yo hago aquí sólo es aderezar a mi gusto el plato que él preparó.
Aunque dato extrínseco al análisis lingüístico, no deja sin embargo de pesar a favor de la traducción de Mounce y los otros, su gran congruencia con el hecho primario de "ser reengendrados y salvados, no por palabra de hombres, de lustre y fuste en su derogabilidad como los de la flor de heno; sino por la palabra verdadera, viviente, irrevocable y eterna de Dios" (1Pe 1,23-25).
También, su clara armonía con la súplica básica del creyente «Hágase (llegue a ser, establézcase, implántese) tu voluntad tal cual en el cielo, así en la tierra». ¡No al revés! Tan en armonía está, que la frase de Jesús puede considerarse traslación de esa súplica a consigna misionera y pastoral para todos.
Igual, la coherencia que se da entre ella y el encargo final de Jesús a los Apóstoles, en el que se trasparenta la misma consigna: «Haced discípulos [...] enseñándoles a guardar todo lo que yo os mandé». ¡Lo que yo os mandé¡ ¡No lo que vosotros ideéis! ¡No lo que vosotros decretéis! ¡No como "este pueblo que enseña doctrinas y preceptos humanos, parafernalia de culto vano y de boquilla" (Mc 7,7)! ¡No como los escribas y fariseos, que «atan cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente» (Mt 23,4)! ¡No como los legistas que «abruman a los hombres con cargas intolerables » (Lc 11,46)!
Sino enseñad sólo lo que yo os mandé, que es "yugo suave y carga ligera". Lo mismo que yo a mi vez "no enseñé nada por mi propia iniciativa; sino que lo que os propuse y dije es conforme a lo que mi Padre me encargó a mí decir y proponer. Porque sé que sólo su mandato es vida eterna" (Jn 12,49-50), y "que nadie hay con capacidad para ser consejero suyo en la senda de la justicia, ni en nada" (Is 40,14).