"Necesitamos un humanismo compasivo tanto con el ser humano como con la vida" Consideraciones sobre la muerte: recordando a Andrés Ortiz-Osés

Andrés Ortiz-Osés
Andrés Ortiz-Osés

"El nacer, gracias al dolor asumido por la madre para ofrecernos el regalo de la vida (aunque sin posibilidad de consultar al regalado si está de acuerdo o no), y el morir son, quizás, los únicos acontecimientos esenciales que compartimos todos los humanos"

"El derecho a morir dignamente resulta inseparable del derecho a vivir dignamente: que vida y muerte se reclaman y acompañan mutuamente, aunque los humanos, sobre todo en algunas culturas, o en algunas fases de nuestra evolución, sufrimos una fuerte tendencia a separarlas"

"Considero que la tendencia a separar la vida de la muerte descansa sobre el miedo o, mejor, sobre la resistencia a reconocer el miedo como miedo, a llamarle por su nombre"

Andrés Ortiz-Osés, catedrático emérito de la Universidad Deusto, falleció en el verano del año pasado. Me pide un amigo que escriba, como alumno que fui de Andrés Ortiz-Osés en la Universidad Deusto, como colaborador en publicaciones y traducciones, como amigo suyo que he sido durante más de cuarenta años, y de algún modo sigo siendo, sobre un tema importante, casi diría que decisivo: sobre su posicionamiento teórico y práctico en relación con el derecho a morir dignamente.

No me resulta fácil. Hay algo en mí que se resiste a hacerlo. Preferiría que mi silencio sirviera para expresar el profundo cariño y el también profundo respeto que siento por él. Pero, por otro lado, me siento amistosamente obligado, o, mejor, invitado, e implicado por la propia amistad, para hacerlo. Lo hago con muchas dudas. Me apoyo para ello en uno de sus aforismos más recientes que dice: “Una fe que no duda no es fe viva: es dogma muerto”.

Andrés Ortíz-Osés
Andrés Ortíz-Osés

Yo no sé si tengo una fe viva, la que me dieron se me perdió en una esquina de la adolescencia, pero, con ella o sin ella, dudo, y me agarro a la incertidumbre como mal menor que permite evitar el mal mayor del dogma muerto. Expreso, por ello, con mucho cuidado y muy respetuosamente, que, según entiendo, el derecho a morir dignamente es una de las cuestiones decisivas la vida. El nacer, gracias al dolor asumido por la madre para ofrecernos el regalo de la vida (aunque sin posibilidad de consultar al regalado si está de acuerdo o no), y el morir son, quizás, los únicos acontecimientos esenciales que compartimos todos los humanos.

El hecho de compartir esos acontecimientos nos igualan a todos los humanos, nos integra en una fraternidad/sororidad al tiempo que nos “hermanan”, podríamos decir,  con todos los seres vivos, tanto animales como vegetales, que nacen y mueren, que a veces mueren naciendo y otras nacen muriendo. El ejemplo de la vida vegetal resulta pregnante a este respecto: El llegar a ser flor de la flor es ya morir como flor, pues, si todo va bien, empieza a nacer como fruto, que, al madurar, muere, y pudriéndose libera la semilla que, si encuentra tierra y las condiciones propicias, muriendo a su ser semilla, renace como nueva planta.

Por eso, precisamente, considero que el derecho a morir dignamente resulta inseparable del derecho a vivir dignamente: que vida y muerte se reclaman y acompañan mutuamente, aunque los humanos, sobre todo en algunas culturas, o en algunas fases de nuestra evolución, sufrimos una fuerte tendencia a separarlas. A veces miramos a la vida y silenciamos la muerte, la olvidamos o reprimimos: entonces cometemos el error de querer vivir como si no fuésemos a morir, como si no estuviésemos ya muriendo todos los días, en cada instante. Como si, al nacer, no hubiésemos muerto ya a ese paraíso, en fusión con la totalidad de nuestra madre, del que se puede decir, como hace el poeta Hugo Lindo en Navegante río, y gustaba recordar Andrés Ortiz-Osés: “es dulce estar en él/ en su uterina quietud llena de asombro”. 

Eutanasia

¿A qué se debe esa tendencia separadora, disociadora, analítica, que nos inclina a dualizar, y a dualizarnos? Psicológicamente, creo que hay algo profundamente humano detrás de ella, una de las emociones más básicas, que en español nombramos con una palabra de etimología oscura, “miedo”.   Pero ¿a qué tememos?  Uno de nuestros dos grandes maestros, Sócrates, que supo morir dignamente nos pregunta ¿Cómo es posible temer a la muerte, si, en realidad, no la conocemos?: 

“El temor a la muerte, señores, no es otra cosa que considerarse sabio sin serlo, ya que es creer saber sobre aquello que no se sabe. Quizá la muerte sea la mayor bendición del ser humano, nadie lo sabe, y sin embargo todo el mundo la teme como si supiera con absoluta certeza que es el peor de los males.” (Platón, Apología de Sócrates).

Detrás del miedo a la muerte está, pues, nuestra ignorancia no reconocida, no asumida, no concienciada. Pero reducir el miedo a ignorancia, ¿no es una muestra del intelectualismo griego? ¿será sólo ignorancia, falta de episteme, de ciencia? Y si no es ignorancia, ¿no será que el miedo a la muerte oculta nuestro miedo a la vida, nos evita, e impide, mirarlo, haciendo que nos comportemos como las avestruces cuando viene un león?

Nuestro otro gran maestro, Jesús, nos dijo :”Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Nadie viene al padre si no es por mí. Jesús no habla aquí de la muerte, ni del conocimiento, como hace Sócrates, sino de lo que él, radicalmente, es; de lo que es en última instancia, por debajo de su ser un rabino judío que expulsa a los mercaderes del templo, por debajo de su ser un galileo, el hijo del carpintero José y de la joven María, incluso por debajo de su ser un ser humano. Jesús ha descubierto lo que (le) es: es la vida, que ha adoptado la materia y la forma de Jesús, que se ha encarnado en él. No él, sino la vida, es lo que le es, lo que le hace ser Jesús. Y Jesús, sin saberlo filosóficamente, la afirma radicalmente: dice sí a lo que (le) es: dice un sí radical a la vida. Por eso Jesús, coincidiendo aquí con Sócrates, nos dice: “no temáis” (a la muerte). Quizás, sea en este sentido que Francisco de Asís la veía como, y la llamaba, “hermana muerte”.

Eutanasia
Eutanasia

Considero que la tendencia a separar la vida de la muerte descansa sobre el miedo o, mejor, sobre la resistencia a reconocer el miedo como miedo, a llamarle por su nombre, por lo que intentamos una estrategia para protegernos de él, para evitarlo, que consiste en concentrarlo en uno de los polos, con la esperanza inconsciente de que esa represión o confinamiento lo mantenga excluido del otro polo.

Quizás, esta estrategia puede resultar eficaz  puntualmente, pero a la larga, como nos enseña Nietzsche respecto a la negación metafísica del mundo del devenir en un intento de evitar la angustia que provoca, agarrándose a la inmutabilidad de las ideas, el remedio acaba siendo peor que la enfermedad. 

Considero, pues, que para poder vivir con dignidad, con libertad, sin estar sometido a la tiranía del miedo, aceptando la vida, agradeciéndola como un regalo a disfrutar, en la medida de lo posible, y a compartir, ofreciendo algo de lo que he recibido, y recibo, a las personas me rodean, es muy importante, para mí, el derecho a morir dignamente (y me alegro de poder expresarlo en forma de testamento vital). Reivindico el derecho a decidir en qué momento mi vida, que no es mía, pues es ese regalo que he recibido, me resulta tan dolorosa que amenaza con convertirse en una tortura.

¿Qué me obliga a soportar esa tortura? ¿No sería en esa caso la eutanasia una liberación? ¿No tendría derecho a evitar que el deterioro del cuerpo y el dolor que acarrea, si no puede ser paliado, me hundieran en la desesperación. Aquí cobra sentido una expresión (cuasi) surrealista que siempre me ha hecho gracia y que permite añadir un tono de humor a este texto tan grave y serio: ”antes morir que perder la vida”. Pues ¿no es preferible morir buenamente que perder aquello que es el núcleo de la vida: la esperanza, y por tanto, vivir ya muerto? Así parece, entenderlo A. Ortiz -Osés cuando afirma, en la última entrevista que publicó Pablo Ordaz en El País el 20 de noviembre del 2021:

Andrés Ortiz-Osés
Andrés Ortiz-Osés

“Aquí lo único malo es morir malamente. No la muerte. Si la muerte es un descanso eterno, si la muerte es el nirvana, si la muerte es trascendencia tanto para los religiosos como para los no religiosos”.

Si he sido creado por un dios, aunque parece más factible que pudiera haber sido una diosa la encargada de esa faena, ¿puede ese dios querer que yo tenga que soportarla a cualquier precio? No lo creo, y de ser así, sería un dios malvado, por lo que cualquier ser humano tendría el derecho, y casi la obligación, de declararse insumiso y desobedecer, sea en nombre de otro dios o diosa menos sádico, más compasivo, sea en nombre de la mínima dignidad humana.

¿Puede ese dios querer y obligarme a vivir durante años sin reconocerme a mí mismo, sin reconocer a las personas que se hacen cargo de mí, para las que me convierto en una carga y a las que no voy a poder agradecer que, libremente, hayan decidido cargar conmigo? Porque yo, si no puedo agradecerlo, no quiero ser una carga para nadie, ni siquiera, aunque, libremente, esa persona hubiera elegido cargar conmigo. ¿Para qué va cargar conmigo así? Si no se lo puedo agradecer, para mí, no tiene sentido. Prefiero liberarme, descansar, liberando al mismo tiempo a esa persona, y a la sociedad, de mi peso, aún no muerto, pero casi.

Andrés Ortiz-Osés vivió con dignidad, amó la vida y la filosofía, disfrutó de la creatividad literaria y de la erótica cultural, soportó los reveses del destino, nos regaló su escritura preciosa y preciosista, mimada hasta en el mínimo detalle, no luchó -según afirma- contra la enfermedad, sino con ella: “No luchar contra la enfermedad sino con la enfermedad, coger al toro por los cuernos y asumir críticamente: no se trata pues de atacar heroicamente, sino de defenderse antiheroicamente.”

 Pero creo que sufrió demasiado. Nos lo dice él mismo en la entrevista que realizó para la Asociación DMD: “Aquí lo que falla es la propia religión compasiva, auténtica. Si te enfrentas a la muerte, sabes que vas a morir. Por lo tanto, lo que tienes que hacer es asumirlo, articularlo,  benevolizarlo, humanizarlo… Hay una cerrazón tal que está provocando mucho sufrimiento en la gente. Yo, por ejemplo, ahora tengo unos sufrimientos inconmensurables. Llorando. A mi edad… ¿Qué se puede hacer? Yo creo que la evolución llegará a través del humanismo compasivo”.

Dios es un "buen samaritano"
Dios es un "buen samaritano"

Necesitamos un nuevo humanismo. Los viejos humanismos heroicos forjados en la modernidad, sea de signo científico, político o religioso, no han conseguido su objetivo. Nos han abocado a una situación insostenible tanto en lo individual como en lo global. Necesitamos un humanismo compasivo tanto con el ser humano como con la vida, que es nuestro medio ambiente, que nos es. Un humanismo compasivo que nos ayude en nuestra búsqueda de una forma de vida digna, humanizada, humanizadora y compatible con la supervivencia de nuestros descendientes: una forma de vida digna que no excluye, sino que incluye, una forma digna de muerte.

Boletín gratuito de Religión Digital
QUIERO SUSCRIBIRME

Etiquetas

Volver arriba