"El pastor español-paraguayo que sueña con completar el edificio de Francisco" Cristóbal López Romero: El cardenal nómada que lleva el Evangelio en el alma y Rabat en el corazón

"Hijo de España y adoptado por Paraguay, este cardenal salesiano, arzobispo de Rabat, es un peregrino del mundo, un pastor que ha cruzado continentes con la mochila llena de fe y el corazón abierto a los últimos"
"Durante 18 años, se hundió en la tierra guaraní, amándola hasta el punto de querer “enterrar allí sus huesos”. Pero el Espíritu tenía otros planes. De Paraguay a Bolivia, de Bolivia a Marruecos, y de nuevo a España antes de regresar a Rabat, donde desde 2017 es arzobispo"
"Fiel seguidor de Francisco, Cristóbal comparte con el “Papa del fin del mundo” la pasión por una Iglesia en salida, que no se encierra en sacristías, sino que sale al encuentro de los pobres, los migrantes, los olvidados"
"Cristóbal es un salesiano de pura cepa, con el carisma de Don Bosco corriendo por sus venas"
"Fiel seguidor de Francisco, Cristóbal comparte con el “Papa del fin del mundo” la pasión por una Iglesia en salida, que no se encierra en sacristías, sino que sale al encuentro de los pobres, los migrantes, los olvidados"
"Cristóbal es un salesiano de pura cepa, con el carisma de Don Bosco corriendo por sus venas"
En las calles humildes de Badalona, donde el rumor del Mediterráneo se mezcla con los sueños de una España trabajadora, nació hace casi 73 años Cristóbal López Romero, un hombre cuya vida parece escrita con el viento de los caminos y el fuego del Evangelio.
Hijo de España y adoptado por Paraguay, este cardenal salesiano, arzobispo de Rabat, es un peregrino del mundo, un pastor que ha cruzado continentes con la mochila llena de fe y el corazón abierto a los últimos. “Si vislumbro el peligro de ser elegido en el Cónclave, empiezo a escapar y me encuentran en Sicilia”, bromea con ese humor chispeante, teñido de ironía, que desarma a quienes lo escuchan. Pero detrás de la broma hay una verdad: Cristóbal es feliz en su pequeña diócesis de Rabat, donde ha encontrado su lugar, su misión, su hogar.

Su vida es un tapiz tejido con hilos de aventura y servicio. A los 12 años, dejó Badalona para formarse en el Seminario Salesiano de Gerona, a 100 kilómetros de su familia. Luego, su vocación lo llevó a Godelleta, en Valencia, y a Barcelona, hasta que, a los 32, sus superiores le propusieron una misión que cambiaría su vida: Paraguay. “Me hice paraguayo”, confiesa con orgullo.
Durante 18 años, se hundió en la tierra guaraní, amándola hasta el punto de querer “enterrar allí sus huesos”. Pero el Espíritu tenía otros planes. De Paraguay a Bolivia, de Bolivia a Marruecos, y de nuevo a España antes de regresar a Rabat, donde desde 2017 es arzobispo, Cristóbal ha vivido una odisea pastoral que él describe como “una conversión” en su manera de ser pastor.
En la diócesis de Rabat, entre mezquitas y arenas del desierto, encontró una Iglesia pequeña, pero viva, que le enseñó a ser más humilde, más cercano, más de Dios.
Fiel seguidor de Francisco, Cristóbal comparte con el “Papa del fin del mundo” la pasión por una Iglesia en salida, que no se encierra en sacristías, sino que sale al encuentro de los pobres, los migrantes, los olvidados. “Es como alguien que ha hecho el proyecto de crear un edificio de 30 pisos, ha empezado y está por el cuarto. Ahora se necesita otro que continúe y que llegue hasta el piso número 35 y acabe inaugurando el edificio”, reflexiona sobre el legado de Francisco.

Continuador convencido de esa misión, López Romero sueña con una Iglesia que complete la obra iniciada: una casa acogedora, abierta, samaritana. Pero cuando se le menciona como posible Papa, suelta otra de sus ocurrencias: “Es como si me dijesen que Messi se va a retirar y yo soy el sustituto”. Sin embargo, su humildad no oculta su talla: su experiencia global, su talante dialogante y su vida entregada lo convierten en un candidato inesperado, pero sólido.
Cristóbal es un salesiano de pura cepa, con el carisma de Don Bosco corriendo por sus venas. Su risa franca, su capacidad para conectar con todos —desde los niños de las favelas paraguayas hasta los fieles marroquíes— y su fe enraizada en la realidad lo hacen único. En Rabat, donde el diálogo interreligioso es un desafío cotidiano, ha aprendido a ser puente, a tender la mano, a mostrar que el Evangelio no divide, sino que une.
A sus casi 73 años, con la doble nacionalidad española y paraguaya, López Romero no busca grandezas. “No tengo ninguna gana de mudarme al Vaticano”, insiste. Pero si el Espíritu lo llamara, nadie duda de que llevaría a Roma el mismo corazón grande que ha sembrado en Paraguay, Bolivia y Marruecos: un corazón de pastor, de hermano, de amigo.

En Cristóbal López Romero, la Iglesia encuentra a un nómada del Evangelio, un hombre que ha hecho de cada frontera un hogar y de cada encuentro una epifanía. Es el cardenal que ríe, que escucha, que camina con los últimos. Es el español-paraguayo que, desde Rabat, recuerda al mundo que la fe no es un privilegio, sino un viaje, y que la Iglesia, como él, debe estar siempre en camino, con las sandalias gastadas y el alma encendida.