"El pecado del cristianismo, el miedo" El Evangelio de la Encarnación

(Patricia Paz).- "Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo" Mt 25, 40. La afirmación es contundente, imposible de pasar por alto, sin embargo... Es obvio que si realmente creyéramos que Dios está en nosotros y en nuestros hermanos, no tendríamos el mundo que tenemos.

A lo mejor nos pasa lo que dijo Javier Melloni: "Jesús es plenamente Dios y plenamente hombre, y eso es lo que somos todos. El pecado del cristianismo es el miedo, no nos atrevemos a reconocernos en lo que Jesús nos dijo que éramos". Porque es demasiado, sí, nos da miedo, nos compromete.

Sin embargo Jesús es claro, Dios está plenamente en cada uno de nosotros. No nos habla aquí de una relación con Dios en abstracto, separada de la relación con los demás. Nos habla de un Dios que se manifiesta a nosotros en el más pequeño, en el más necesitado.

Parece que en el primer milenio del cristianismo el género humano era el corpus verum, el verdadero cuerpo de Cristo (hoy tendríamos que incluir a toda la creación) y el pan eucarístico era el corpus mysticum, el cuerpo místico de Cristo, alimento para el cuerpo verdadero. El uso de los términos se revirtió en el segundo milenio, y ahora decimos que la Eucaristía es la "presencia real" y el pueblo de Dios el "cuerpo místico".

Quizás nos dimos cuenta de que reconocer a Dios en todo lo creado tenía implicancias enormes en las relaciones humanas y con la tierra, y entonces preferimos mantener separados lo sagrado de lo profano, es más fácil. Puedo cumplir con el precepto, adorar al Santísimo, besar la cruz, obedecer la norma y aceptar el dogma y después tratar al otro y a la tierra como más me convenga.

En esta tremenda escena del Juicio Final, Jesús nos descoloca. Nos dice claramente que los benditos, los que reciben el Reino en herencia, son los que tuvieron misericordia de los más necesitados. No dice una sola palabra acerca de la fe, ni de la piedad, ni de la obediencia a ninguna norma. Habla de actos concretos y de personas concretas, dar de comer, dar de beber, vestir, visitar, habla de hambrientos, sedientos, desnudos, enfermos y presos. Una vez más la salvación aparece en lo relacional. Dios se muestra inseparable de los más vulnerables que son quienes ponen a prueba nuestra capacidad de amar.

De que descubramos la encarnación de Dios en la creación depende la supervivencia del planeta. Relacionarnos como hermanos, abrazando a la Tierra como sacramento de la gloria de Dios, respetándola, cuidándola y protegiéndola es la única manera de construir un futuro. Jesús nos está hablando hoy a cada uno de nosotros, invitándonos a mirar nuestra vida.

Nos pregunta si estamos dispuestos a perder nuestros privilegios para que otros vivan mejor, a compartir lo que tan generosamente se nos da para beneficio de todos. Nos está llamando a una conversión radical, a un cambio de mentalidad, a una conciencia nueva. La tarea es ciertamente enorme y excede ampliamente nuestras capacidades individuales, pero si hacemos del amor nuestra prioridad, participamos de la redención, hacemos crecer el Reino. Jesús nos está animando a que convirtamos lo aparentemente imposible en posible, dentro nuestro y de nuestras comunidades.

En este tiempo el evangelio de Mateo adquiere una urgencia especial. Tenemos que aprovechar la crisis en la que estamos sumergidos convirtiéndola en oportunidad. La solución empieza por resolver los problemas de los que hoy tienen hambre, sed, falta de vivienda, falta de educación, de salud, están desplazados. Sólo así recibiremos en herencia el Reino que nos fue preparado desde el comienzo del mundo.

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