(Santiago Agrelo).-Así lo encontré escrito; así lo transcribo: «Tengo razones más que suficientes para pensar con prudencia que seguramente esta jerarquía tradicionalista hubiera llevado al mismo Jesús de Nazaret ante el Sanedrín por heterodoxo, es decir, "por no ser el Jesús de su Iglesia".» No voy a hablar de la jerarquía, sólo del evangelio. Porque es del evangelio de lo que nos ocupamos el teólogo y el obispo. Uno y otro lo recibimos de Cristo el Señor para anunciarlo y para realizarlo con la fuerza del Espíritu.
Eso significa que uno y otro hemos de cuidar lo que recibimos, hemos de preservarlo en su integridad, amarlo, ser fieles al Señor que nos lo confía y a la palabra que por él nos ha sido entregada.
El teólogo y el obispo saben que esa fidelidad es fruto de naturaleza muy delicada, pues crece y madura en el árbol de la libertad individual, sujeto a los influjos muchas veces opuestos de la obediencia a la fe, de los condicionamientos culturales, de las debilidades personales, de la fuerza de la gracia y de la fuerza del pecado en cada uno de nosotros.
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