"Aunque el poder sea para servir, es poder al fin y al cabo" Por una Iglesia que se despoja del poder: kenótica

(José Ignacio Calleja, Profesor de Moral Social Cristiana, Vitoria-Gasteiz)- Admiro a la gente que sabe lo que tendría que hacer el Papa recién llegado en los próximos años. No es una ironía lo que digo. Hablo en serio. Y cuando me pregunto por qué muchos saben más que yo del proceder eclesial en las alturas, me lo explico a medias. Si su vida discurre por lugares tan modestos como los míos, debe de ser que atienden más que yo a la información religiosa o que han observado con más pasión el bogar de nuestra "barca". Y no digo esto con desdén, sino con serena admiración. Es verdad que no me quita el sueño no estar a la última en la cuestión romana, - de otro modo no lo contaría en público -, pero reconozco que hay especialistas sobre el papado y la curia que me aventajan con claridad.

No es sin embargo esta ignorancia lo que me interpela ahora, sino si yo puedo aportar algo que sume honestidad entre nosotros. Siempre agrada tener la convicción personal de que éste o aquel detalle no estaría mal ponerlo al servicio del bien común. Por tal tengo, - lo reconozco -, mi idea de que la Iglesia que formamos y a todos ofrecemos ha de recomponerse como Iglesia del diálogo y, añado de inmediato, esto requiere igualdad en el reconocimiento moral de los otros; no hay diálogo desde la desigualdad moral entre las partes y por principio; y requiere, - lo sabemos -, espíritu de servicio desde la vida digna para todos, con la de los pobres testando la verdad de todas ellas.

Para dialogar y servir, no es necesario condescender o transigir en lo que no vemos o damos por bueno; al contrario, el diálogo y el servicio siempre respetan a las personas en la misma medida que relativizan los razonamientos deshonestos o interesados. En la vida social es tan claro que el relativismo ("todo es igual e importa lo mismo") nos conduce al mayor de los fracasos, que nadie debe esperar por este camino a los otros, y menos a una Iglesia.

Los sectores sociales y eclesiales más alejados coinciden, precisamente, en el error de pensar que entrar en razón es traicionarse, cuando, - es claro -, que entrar en razón es razonar con dignidad sin traicionar la razón propia ni la ajena. Me resulta aburrido salir al paso mil veces de los que equivocan la denuncia del relativismo con su dificultad insalvable para vivir en el legítimo pluralismo. El mismo problema en los dos extremos de la vida social y eclesial. Hay un fundamentalismo religioso al que corresponde con ganas otro laico.

Hay una clave que prefiguraría de forma intensa a la Iglesia y que podría sorprender todavía al Mundo. Nosotros la llamamos actitud kenótica, es decir, la de quien se abaja para servir. Yo la reclamo como estructura ontológica de la Iglesia. Lo que la constituye en su ser. Su identidad. Procede de la vida de Jesús, de quien nosotros decimos que no hizo alarde de su categoría divina, sino que se despojó de su rango, haciéndose uno de tantos, un esclavo hasta la muerte de cruz.

Es el mundo de la fe, - lo sé -, pero el significado teológico, pastoral y social, es extraordinario. Significaría que la Iglesia, en sus ministerios ordenados de todo grado, y el Obispo de Roma a la cabeza, - el Papa -, se reconocen con una identidad ontológicamente kenótica. Ya no sería un servicio que se realiza al mundo desde la condición sacral que confiere poder divino, - para servir, pero poder al cabo -, sino que sería un servicio religioso cuya ontología última es donación, abajamiento, gratuidad, entrega y despojo de sí, kénosis.

Bajo esta identidad de fe, todos los ministerios en la Iglesia serían servicio de los hermanos a los hermanos iguales en dignidad, y su esencia, kénosis, abajamiento, despojo, desinterés, gratuidad. El servicio no sería la consecuencia de un poder sacral admirable, sino la esencia de una identidad religiosa peculiar, la que le imprime Jesús, Mesías de Dios por el camino del abajamiento. Claro que entonces, ¿quién no queda a la intemperie entre nosotros?

Me permito una segunda interpelación. Parecerá alejada de la anterior, traída casi por los pelos. Puede ser. No lo creo. Me gustaría aportarlo a esa Iglesia del servicio kenótico, - hecho práctica e identidad sustantiva de su ser -, y lo veo maltratado en mil discusiones, fuera y dentro de ella. En la concepción social y eclesial de la vida no se trata de ser modernizantes, estar a la última y condescender con el ambiente según sopla el aire de la época. Ésta es una crítica que a menudo se nos hace a algunos, y que sin estar siempre falta de razón, en general olvida lo fundamental. Dentro y fuera de la Iglesia, de lo que se trata es de ser justos con los derechos de las personas. De esto va la cosa. No de si la Iglesia se adapta a tal o cual opinión común, ni tampoco, si la iglesia tiene por costumbre esto o aquello desde tiempo inmemorial, sino de ser justos con los derechos de las personas. Esto es fundamental en la evangelización y en la mejora evangélica de la Iglesia.

A partir de aquí, hablemos de todo lo demás: las costumbres, los inconvenientes, las tradiciones, los miedos, pero lo primero en la Iglesia es ser justos con los derechos de las personas. Y así, muchos debates sobre hombres y mujeres en la Iglesia, y sobre los ministerios en ella, nacerían moralmente mucho mejor encauzados. El que tenga oídos para oír que oiga.

Ya he dicho lo que quería y por si para alguno resulta significativo en la Iglesia.

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