El camino de la Iglesia latinoamericana, en el cónclave de estos días y en los próximos años, puede seguir siendo decisivo La Iglesia latinoamericana en el cónclave

"Es opinión generalizada que un papa europeo es más adecuado para profundizar y dar más estabilidad a los muchos «temas pendientes» que quedaron abiertos durante el pontificado de Francisco"
"Francisco se llevó consigo la experiencia y la historia de esas tierras, un camino original surgido tras el Concilio Vaticano II, no solo un soplo de aire fresco genérico o una atención a los pobres, vista superficialmente como un dato sociológico"
"El pontificado de Francisco es fruto y expresión de este patrimonio, estrechamente vinculado a la visión de la Iglesia del Concilio Vaticano II"
"El pontificado de Francisco es fruto y expresión de este patrimonio, estrechamente vinculado a la visión de la Iglesia del Concilio Vaticano II"
| Bruno Desidera / Settimana News
(Settimana News).- Según los expertos, el cónclave que comenzará el próximo 7 de mayo parte de una «quasi certezza» (quasi certeza). El sucesor del papa Francisco, primer papa latinoamericano de la historia, difícilmente procederá de América Latina o el Caribe. La razón es fácil de entender: es difícil —según la opinión generalizada— que, tras un papa latinoamericano, una elección que en 2013 fue revolucionaria, haya inmediatamente otro.
Es opinión generalizada que un papa europeo es más adecuado para profundizar y dar más estabilidad a los muchos «temas pendientes» que quedaron abiertos durante el pontificado de Francisco; otros, por el contrario, piensan en la posibilidad de que nuevas intuiciones y desarrollos puedan llegar de nuevos continentes, en particular de Asia.

Son valoraciones totalmente comprensibles, aunque, por el contrario, se podría objetar que precisamente una persona del mismo continente que Francisco podría, con su estilo y sus talentos, dar continuidad a los principales caminos abiertos por su predecesor.
En cualquier caso, se trata de juicios efímeros, como las páginas llenas de pronósticos y papables de estos días. Los cardenales se están reuniendo y rezando juntos, atentos, como en todo cónclave, al «soplo» del Espíritu. Que podría llevar a cualquier parte. Todos nosotros permanecemos en oración y espera.
Un cónclave «extraño»
La cuestión es otra, y tiene que ver con la impresión de un cónclave «extraño», con un sabor un poco «triste», por lo que sigue siendo el subcontinente con el mayor número de bautizados del mundo, unos 400 millones, además de haber dado a la Iglesia al papa de los últimos doce años.
Francisco se llevó consigo la experiencia y la historia de esas tierras, un camino original surgido tras el Concilio Vaticano II, no solo un soplo de aire fresco genérico o una atención a los pobres, vista superficialmente como un dato sociológico.
Hoy, sin embargo, el dolor por su muerte corre el riesgo de ser aún demasiado reciente. Sin contar que, en estos doce años, ha sido precisamente el papa quien ha «representado» a esta parte del mundo —que, desde el punto de vista eclesial, era y es bastante fragmentada— y quien ha acaparado gran parte de la escena. Por ejemplo, precisamente por el hecho de que había un papa sudamericano, la presencia de América Latina en los dicasterios romanos no ha sido especialmente amplia y, en el momento de la muerte de Francisco, solo el Dicasterio para la Doctrina de la Fe, por otra parte de primer orden, estaba dirigido por un latinoamericano, el cardenal argentino Víctor Manuel Fernández, muy cercano al papa.

23 cardenales en la Capilla Sixtina
Pero antes de seguir reflexionando, conviene presentar brevemente la numerosa delegación latinoamericana presente en el cónclave. Se trata de 23 cardenales electores, un número nada desdeñable, aunque, en porcentaje, similar al de 2013 (19 cardenales), siendo este un cónclave más participativo. De ellos, solo tres ya estaban en 2013.
Diecisiete son sudamericanos, en representación de ocho países (solo faltan Bolivia y Venezuela, que tienen un cardenal octogenario), dos mexicanos (eran tres en la elección anterior), dos centroamericanos y dos caribeños.
Cabe señalar que, en los primeros años del pontificado, Sudamérica estuvo infrarrepresentada en el Colegio Cardenalicio, en beneficio, más bien, de Centroamérica. Quizás sea una huella de la influencia que tuvo en ese periodo el cardenal hondureño Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga, hoy octogenario.
Solo en los últimos consistorios, el papa Francisco ha dado un nuevo impulso a Sudamérica, tanto aumentando la presencia de sus compatriotas argentinos como eligiendo a algunas figuras de indudable prestigio y más cercanas a él. Basta pensar que de los 17 sudamericanos, 5 fueron nombrados en el consistorio del pasado mes de diciembre y 3 en el del año anterior.
Estos últimos nombramientos han supuesto una inyección de personalidades significativas en el Colegio Sagrado, pero la impresión de estos días es que, más allá de sus cualidades, no son muchos los cardenales conocidos fuera del continente.

Todos los nombres
El país latinoamericano con más cardenales en el cónclave es Brasil, con siete.
Dos de ellos ya estaban en 2013: João Braz de Aviz, prefecto emérito del Dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, y Odilo Pedro Scherer, arzobispo de São Paulo, persona de gran experiencia pastoral. A ellos se han sumado: Orani João Tempesta, arzobispo de Río de Janeiro, que en 2013 acogió al Papa en la JMJ; Sérgio da Rocha, arzobispo de San Salvador de Bahía, primado de Brasil, relator general del Sínodo sobre los jóvenes de 2017, miembro del Consejo de Cardenales; Leonardo Ulrich Steiner, arzobispo de Manaos, único cardenal de la Amazonía presente en el cónclave y, por lo tanto, cercano a las necesidades de ese enorme territorio, objeto de un Sínodo en 2019; Paulo Cezar Costa, arzobispo de Brasilia, atento a los jóvenes y al diálogo social y político; y, por último, last but not least, Jaime Spengler, que actualmente acumula los dos cargos quizás más delicados del subcontinente: el de presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) y el de presidente de la gran Conferencia Nacional de Obispos de Brasil (CNBB).
Tenemos, por tanto, a Argentina, con cuatro cardenales, tres de ellos creados en los últimos dos años. Paradójicamente, no está presente el actual arzobispo de Buenos Aires, la archidiócesis de Jorge Mario Bergoglio, monseñor Jorge Ignacio García Cuerva. En cambio, sí está su predecesor, el arzobispo emérito Mario Aurelio Poli, nombrado por Francisco inmediatamente después de su elección como papa. La delegación la completan Víctor Manuel Fernández, hasta la muerte del Papa prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe; Ángel Sixto Rossi, arzobispo de Córdoba, compañero jesuita y amigo de Jorge Mario Bergoglio; Vicente Bokalic Iglic, arzobispo de Santiago del Estero y primado de Argentina. Su cardenalato es consecuencia de la decisión de Francisco, el año pasado, de convertir esta ciudad del norte del país, donde surgió la primera diócesis argentina, en sede primazial, en lugar de la capital.
De la zona más meridional de Sudamérica, el «Cono Sur», forman parte del Colegio, por Paraguay, Adalberto Martínez Flores, arzobispo de Asunción, y por Uruguay, el país más laico y descristianizado del continente, el salesiano Daniel Fernando Sturla Berhouet, arzobispo de Montevideo.
Cercanos de diversas maneras a la sensibilidad de Francisco, los cuatro cardenales de los países andinos. El más conocido en Italia (y también por los lectores de SettimanaNews) es el peruano Carlos Castillo Mattasoglio, que combina una sólida y original visión teológica con una fuerte atención pastoral por los últimos, conoce bien el italiano y fue ordenado diácono en nuestro país. En los últimos años, ha sido elegido para diversos servicios en el Vaticano, en la Pontificia Academia para la Vida, en el Dicasterio para el Servicio al Desarrollo Humano Integral, para la coordinación del «Grupo de Estudio 9» sobre cuestiones doctrinales, pastorales y éticas controvertidas, adscrito al Sínodo.
También forma parte de la Academia para la Vida el chileno Fernando Natalio Chomalí Garib, sensible a las cuestiones éticas, pero también a las sociales de la migración y la inclusión. Luis Gerardo Cabrera Herrera, arzobispo de Guayaquil, es el cardenal de Ecuador. Son frecuentes sus llamamientos a la paz social, en un contexto de creciente violencia. Luis José Rueda Aparicio, arzobispo de Bogotá, que en el pasado estuvo presente en zonas con gran presencia de grupos armados, está comprometido con la reconciliación del país.

Cambiando de región, América Central está representada por el guatemalteco Álvaro Leonel Ramazzini Imeri, obispo de Huehuetenango, muy atento a los migrantes, y por el nicaragüense Leopoldo José Brenes Solórzano, primado de una Iglesia hoy perseguida por el régimen. También operan en un contexto muy difícil los dos cardenales del Caribe, el cubano Juan de la Caridad García Rodríguez, arzobispo de La Habana, y el haitiano Chibly Langlois, obispo de Les Cayes.
Por último, México, con el primado Carlos Aguiar Retes, arzobispo de Ciudad de México, con una sólida sensibilidad pastoral, ya presidente del CELAM, y Francisco Robles Ortega, arzobispo de Guadalajara, también presente en el cónclave de 2013.
Hay, además, al menos otros dos cardenales particularmente vinculados a América Latina: el estadounidense Robert Francis Prevost, hasta ahora prefecto para los obispos y presidente de la Pontificia Comisión para América Latina, que ha vivido mucho tiempo en Perú, al frente de los agustinos y como obispo de Chiclayo, y el arzobispo de Rabat (Marruecos), el español Cristóbal López Romero, salesiano, con una importante experiencia misionera en Paraguay y Bolivia.
Una Iglesia «fuente», también para el futuro
Naturalmente, la elección del próximo papa, a la que sin duda contribuirán también los 23 cardenales latinoamericanos, se anuncia muy importante y delicada para el futuro de la Iglesia. Pero un punto igualmente importante, visto desde América Latina, sin duda más que una simple carrera, es el desarrollo de ese peculiar camino eclesial continental que, con la elección del papa Francisco, ha encontrado plena «dignidad» y centralidad. Fue el teólogo y filósofo brasileño Henrique Cláudio de Lima Vaz, al referirse a la Conferencia de Medellín, quien habló de «Iglesia fuente», una noción desarrollada también por otros teólogos, como Gustavo Gutiérrez, en oposición a la noción contraria de «Iglesia reflejo».
En definitiva, del Concilio surgiría en América Latina una visión de la Iglesia, tanto desde el punto de vista histórico y existencial, como desde el punto de vista teológico e ideal, y desde el punto de vista institucional, original y «generativa», no dependiente, como algunos sospechaban, de visiones e ideologías europeas. Un camino que ha conocido muchas resistencias (aún muy visibles), contradicciones, traiciones, pero que se ha consolidado, también desde el punto de vista magisterial, a través de las Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano de Medellín (1968), Puebla (1979), Santo Domingo (1992) y Aparecida (2007).
El pontificado de Francisco es fruto y expresión de este patrimonio, estrechamente vinculado a la visión de la Iglesia del Concilio Vaticano II. Y ciertamente no de un peronismo real o supuesto.

Entre los puntos clave: la centralidad de los pobres, vista inicialmente como «elección» (Medellín) y luego como «opción preferencial» (a partir de Puebla): una opción que no tiene, ciertamente, un corazón sociológico o ideológico, sino estrictamente evangélico; una segunda opción preferencial, menos conocida, pero no menos significativa, por los jóvenes; una visión de la Iglesia como pueblo de Dios en camino en la historia, premisa necesaria para una Iglesia verdaderamente sinodal, como se ha visto, por ejemplo, en el camino de la Iglesia en la Amazonía; el primado de la atención a la persona en su situación y del enfoque pastoral, premisas también de una Iglesia que anuncia el Evangelio sin renunciar a «sumergirse» en la historia.
Francisco, además, ha aportado mucho de sí mismo, a partir de algunas intuiciones formidables y sintéticas, como la de la «Iglesia en salida». Ha aportado, naturalmente, sus virtudes y también sus inevitables limitaciones humanas.
En 2013, quizá de forma confusa y sin plena conciencia, se pensó que esta visión de la Iglesia, centrada en la evangelización, podría «despertar» un catolicismo cansado y autorreferencial. En parte ha sido así, en parte algunos procesos han resultado largos y complejos. Pero, también gracias a todo ello, la Iglesia ha dado un «salto adelante». Sin duda, este patrimonio no puede perderse, sino que debe profundizarse y hacerse más «coral», si pensamos que muchos, incluso en estos días, siguen tratándolo como una subcultura.
Y es por eso que el camino de la Iglesia latinoamericana, en el cónclave de estos días y en los próximos años, puede seguir siendo decisivo.
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