"En la clausura del Concilio, Pablo VI animó a la Iglesia a 'confiar en el hombre'" Mariano Delgado: "El conocimiento de Dios y del hombre, el amor a Dios y al hombre van inseparablemente de la mano"

Dios y el hombre en la Sixtina
Dios y el hombre en la Sixtina

"Para el Concilio era importante resaltar la línea antropológica que entiende al hombre como un ser sociable y educable. El hombre no es un lobo para el hombre, sino un amigo"

"Hoy no es hora de poner el acento en el exclusivismo salvífico (Mc 16,16), sino de resaltar la tradición bíblica del universalismo de la gracia"

"Necesitamos en la pastoral una cultura del diálogo mistagógico (¿Se aprende en las Facultades de Teología? ¿Se enseña quizá demasiado a hablar o predicar y poco a escuchar?)"

"Los teólogos, sacerdotes y agentes pastorales deberían ser personas con gran vida de 'oración'"

En su discurso de clausura del Concilio Vaticano II el 7 de diciembre de 1965, Pablo VI animó a la Iglesia a "confiar en el hombre". El Concilio era consciente de la ambivalencia del hombre en la historia, y en la Constitución Pastoral Gaudium et Spes (nn. 12-22) consideró su doble cara, es decir, "la miseria y la grandeza del hombre".

Pero, como dijo Pablo VI, eligió deliberadamente una actitud muy optimista, enfatizando el lado positivo en lugar del negativo. Para el Concilio era importante resaltar la línea antropológica que entiende al hombre como un ser sociable y educable. El hombre no es un lobo para el hombre, sino un amigo: "homo homini amicus" dijeron los teólogos de Salamanca en el siglo XVI ante el descubrimiento de nuevos pueblos, y a pesar del belicismo de su tiempo. El hombre está llamado también a ser amigo de un Dios que en Jesucristo nos mostró su "bondad y su amor al hombre" (Tit 3:4).

Los cristianos están invitados a difundir esta "buena noticia". Debido a la condición humana llevamos este tesoro "en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros" (2 Cor 4:7), como nos dice san Pablo. Y añade que en esta obra "para gloria de Dios ... nuestro hombre interior se va renovando día a día" (2 Cor 4: 15-16).

Toda buena teología está al servicio de la evangelización. Pero hoy no es hora de poner el acento en el exclusivismo salvífico (Mc 16,16), sino de resaltar la tradición bíblica del universalismo de la gracia: la sabiduría del Señor "se despliega con vigor de un confín a otro y todo lo gobierna con acierto" (Sab 8:1). "Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré … Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera" (Mt 11,28-30). "Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tenga sed yo le daré de la fuente del agua de la vida gratuitamente" (Apc 21:6).

Cristo de San Juan de la Cruz

El doctor místico Juan de la Cruz estaba convencido de que esa fuente, la gracia divina, no deja de manar y correr, "aunque es de noche"; que sus caudalosas corrientes "infiernos, cielos riegan y las gentes, aunque es de noche"; que las criaturas "de esta agua se hartan, aunque a oscuras, porque es de noche"; y, finalmente, que "Dios es como la fuente, de la cual cada uno coge como lleva el vaso".

Si esto es así, entonces todo hombre tiene experiencia de Dios, tiene algo que contar sobre él. Por eso, la primera tarea en la pastoral sería la "anamnesis de esa experiencia", como se hace la anamnesis cuando se va al médico, es decir sacar a la luz la experiencia de Dios que se encuentra "profundamente soterrada" en la biografía de cada persona, "en sus experiencias de esperanza y de sufrimiento", como dijo el documento "Unsere Hoffnung" del Sínodo de Wuerzburgo de los obispados alemanes de 1975.

Juan de la Cruz lo expresaba en el paradigma clásico de la teología. Decía "que Dios, en cualquiera alma, aunque sea la del mayor pecador del mundo, mora y asiste sustancialmente". Entonces, necesitamos en la pastoral una cultura del diálogo mistagógico (¿Se aprende en las Facultades de Teología? ¿Se enseña quizá demasiado a hablar o predicar y poco a escuchar?) como la que propugnaba el agnóstico Antonio Machado: "Para dialogar, preguntad primero; después… escuchad".

Este diálogo no es sólo necesario para la "promotio humana" y la colaboración con todas las personas de buena voluntad para construir un mundo mejor, sino también para hacer consciente al hombre de su vocación divina; y también para presentar la fe cristiana de forma convincente como el medio para pasar de la unión natural de todo hombre con Dios gracias a la creación y la encarnación a la unión consciente por medio del amor. En la evangelización se trata de presentar con claridad al "Dios desconocido" (Hechos 17:23), al Dios que nos ha mostrado su rostro verdadero en Jesús: "Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él" (1 Jn 4:16).

Cristo de Dalí

Para ello, los teólogos, sacerdotes y agentes pastorales deberían ser personas con gran vida de "oración". Pues la oración, entendida en el sentido teresiano como escuela del conocimiento de Dios y de sí mismo, como cultivo de la amistad con el Señor y como reflexión personal sobre el "pro me" de su encarnación y obra de redención, es el camino para la conformación con Cristo, para que "el hombre interior se vaya renovando día a día".

Juan de la Cruz pensaba en al activismo misionero de su época, cuando hizo este certero diagnóstico: "Adviertan, pues, aquí los que son muy activos, que piensan ceñir el mundo con sus predicaciones y obras exteriores", que sería mejor que dedicaran mucho más tiempo a la oración, pues de otra manera "todo es martillar y hacer poco más que nada, y a veces nada, y aun a veces daño. Porque Dios os libre que se comience a envanecer la sal (Mt 5,13) que, aunque más parezca que hace algo por de fuera, en sustancia no será nada, cuando está cierto que las buenas obras no se pueden hacer sino en virtud de Dios".

La oración y la contemplación transforman la "impaciencia escatológica" y el "celo misionero" en "serenidad". Se es consciente entonces de que sólo "somos siervos inútiles" (Lc 17,10), mientras que Dios es el agente principal, que enseña a cada uno en secreto y lleva a cabo su obra, "cuándo y cómo quiere", "porque a cada uno lleva por diferentes caminos", no dejando de formar el interior del hombre a su imagen y semejanza, comunicándole su Espíritu y sabiduría.

Cristo de Dalí y de Juan de la Cruz

El camino por el que Dios lleva a los suyos es tan secreto y oculto como pisadas en el mar "que por eso no serán conocidas". Los teólogos y pastores con experiencia de oración interior y contemplación intentarán no entorpecer ese trabajo de Dios en cada hombre, sino acompañarlo de forma prudente y discreta.

Teólogos y pastores deberían tener en cuenta hoy las tres recomendaciones de Pablo VI en el citado discurso de clausura del Concilio:

-Que deberíamos "confiar en el hombre", pues a pesar de su doble cara es portador desde su concepción de una vocación divina, acentuada y potenciada con la Encarnación. En muchos hombres, esa vocación está sepultada por los avatares de su biografía, y en la evangelización hay que sacarla a la luz.

-Que la Iglesia hoy no ha elegido el camino de la doctrina dogmática y las condenaciones morales, sino el del "diálogo con el hombre… con la suave y amigable voz de la caridad pastoral", queriendo "escuchar y comprender a todos" para "servir al hombre". Pues la Iglesia se ha definido con el Concilio como "la sierva de la humanidad" (l’ancella dell’umanità). Esa voluntad de servicio, decía Pablo VI, ha tenido en el Concilio "un papel principal", justamente respecto al "giro antropocéntrico de la cultura moderna".

-Y, finalmente, que el conocimiento de Dios y del hombre, el amor a Dios y al hombre van inseparablemente de la mano. Por eso decía Pablo VI que hay que conocer a Dios "para conocer al hombre, al auténtico hombre, al hombre completo" y para descubrir en él el rostro de Cristo (Mt 25,40). Y resumía así: "para conocer a Dios, hay que conocer al hombre … para amar a Dios, hay que amar al hombre".

Misa de clausura del Concilio
Misa de clausura del Concilio

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