Obituario de Juan Cuatrecasas Memoria al Padre Eduardo Azpeitia SJ

Eduardo María Azpeitia, sj
Eduardo María Azpeitia, sj

"El Padre Azpeitia, así lo vi yo siempre, era un jesuita comprometido con la educación de sus alumnos, a los que apreciaba desde la distancia debida, desde su demostrada e indudable pasión por el trabajo bien hecho. Aquel romance de Fonte Frida fue su primera carta de presentación"

"El agradecimiento es la parte principal de un hombre de bien. Y en alguna medida, eso también nos lo transmitió este jesuita, de pocas palabras y muchos guiños. Guiños formativos y emocionales"

Fontefrida, Fontefrida,

Fontefrida y con amor,

do todas las avecicas

van tomar consolación,

sino es la tortolica 

que está viuda y con dolor.

Por allí fuera a pasar

el traidor del ruiseñor,

las palabras que le dice

llenas son de traición: 

-Si tú quisieses, señora,

yo sería tu servidor.

-Vete de ahí, enemigo,

malo, falso, engañador,

que ni poso en ramo verde, 

ni en prado que tenga flor,

que si el agua hallo clara,

turbia la bebía yo;

que no quiero haber marido,

porque hijos no haya, no; 

no quiero placer con ellos,

ni menos consolación.

¡Déjame, triste enemigo,

malo, falso, mal traidor,

que no quiero ser tu amiga 

ni casar contigo, no!

Un simple cantar de gesta, romance anónimo de transmisión oral, me sirve de memoria personal, estoy seguro que también a muchos de sus alumnos. Es lo que tiene mantener viva la memoria. Ha fallecido hace unos días un jesuita profesor de literatura de varias generaciones de alumnos del colegio de Indautxu de Bilbao, el Padre Eduardo Azpeitia.

Su tono grave de voz, sus múltiples consejos y esa manera única de sembrar las semillas del amor por la escritura y la lectura le hacen inolvidable. No era hombre de sonrisa gráfica, pero sí de lectura entre líneas cuando te lanzaba ánimos bocamanga.

Eduardo María Azpeitia, sj
Eduardo María Azpeitia, sj

El Padre Azpeitia, así lo vi yo siempre, era un jesuita comprometido con la educación de sus alumnos, a los que apreciaba desde la distancia debida, desde su demostrada e indudable pasión por el trabajo bien hecho. Aquel romance de Fonte Frida fue su primera carta de presentación. Nos la hizo recitar casi hasta de memoria mientras iba observando las habilidades de cada uno de nosotros. Nos nutrió a destajo de conocimientos, nutrición de la que en aquellos días de adolescencia no fuimos seguramente conscientes. Como dijo hace pocos días, tras enterarse del óbito del maestro, otro de sus alumnos, debo al Padre Azpeitia mi amor por la lectura y la escritura, (Jon Uriarte). Suscribo sus palabras porque en mi caso se repite la ecuación.

El Padre Azpeitia queda en la memoria de muchos de nosotros como una grata experiencia vista con la perspectiva emocional de una etapa de nuestras vidas, esa que entre otras cosas sirve para el aprendizaje. Una grata experiencia compartida y que como bien dijo el filósofo latino Lucio Anneo Séneca, enseñando aprendemos, estoy seguro que esta aseveración formaba parte de la línea editorial del Padre Azpeitia. Vaso comunicante porque ningún aprendizaje se puede cultivar sin entusiasmo y este jesuita supo transmitir ese entusiasmo a sus alumnos, circunstancia que es clave en una buena labor pedagógica. Quienes empezamos el camino con este buen profesor cimbreantes, acabamos el curso firmes, sólidos e imbatibles en nuestra seguridad, en la de los conocimientos. Porque Machado, García Lorca y Fonte Frida nunca se nos olvidarán, nunca los olvidaremos y hoy en día, yo al menos, considero un lujo haberle tenido de profesor al apreciado Padre Azpeitia. Porque volviéndome Quevediano, el agradecimiento es la parte principal de un hombre de bien. Y en alguna medida, eso también nos lo transmitió este jesuita, de pocas palabras y muchos guiños. Guiños formativos y emocionales.

Descanse en paz, Goian Bego.

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