El "fraile que reza" fue considerado "un agricultor de inteligencia limitada" San Pío de Pietrelcina, santo del pueblo y de la misericordia

(Guillermo Martín, corresponsal de RD en Roma).- Acercarse a San Pío de Pietrelcina es entrar en contacto con una realidad de otros tiempos. Por un lado la reacción del pueblo cristiano ante su figura ha sido, ya desde los primeros momentos en que fue conocido, sea en Pietrelcina sea en los alrededores, de veneración y acatamiento tanto de su persona como de su aureola de santidad, que percibían en él desde sus primeros pasos en la vida religiosa. Pero por otro lado estaba la Iglesia, mejor dicho, los eclesiásticos que le sometieron a un tormento que él vivía en su espíritu y en su cuerpo con sumisión y obediencia total.

Se puede decir, hablando en términos más actuales, que la opinión pública, la gente sencilla, los labriegos, la clase media y baja le aceptaron gozosos, pues en él vieron, de una manera palpable, la mano de Dios que se extendía, caritativa, sobre ellos en forma de palabra, de consejos en el confesionario, de caridad fraterna, de todo aquello que la buena gente necesita para sacar adelante a la familia, en general numerosa y necesitada de sostén moral, religioso y, en lo posible en aquellos tiempos, en lo material, incluida la preocupación por la salud pública y personal.

Pero el otro sector de la sociedad italiana, especialmente el religioso, ya en sus instituciones como en su jerarquía, no tenía la misma opinión del fraile del Gargano; estaba muy distante de la del pueblo fiel y sencillo. Determinadas autoridades eclesiásticas se opusieron al padre Pío de manera decidida y drástica, con prohibiciones especialmente en el ejercicio de las acciones derivadas de su sacerdocio como era la celebración de la santa Misa en público, confesar, predicar, hablar con la gente, sobre todo con mujeres. Prácticamente lo confinaron entre cuatro paredes como si de un cenobio o de una celda de cárcel se tratara.

Y todo esto, ¿por qué? ¿Qué había hecho o seguía haciendo el padre Pío, que solía decir: sólo quiero ser un fraile que reza? ¿Qué había provocado en la jerarquía, incluidos los mismos superiores de su Orden, los Franciscanos Capuchinos, esta oposición, esta animadversión, esta inquina?

Demos algunos datos sobre Francisco y su entorno familiar y social. Francisco Forgione, este era su nombre y apellido, nace en Pietrelcina (Benevento-Italia) el 25 de mayo de 1887. Fue bautizado el día siguiente y confirmado el 27 de septiembre de 1899. En este mismo año recibe la primera comunión.

El año 1903 va a ser un año especial para Francisco. Tuvo una visión en la que percibe que su vida va a ser una lucha constante contra Satanás, lucha de la que saldrá siempre vencedor, pues recibirá una ayuda divina particular. En otra visión le viene anunciada la "grandísima misión" que le espera. El día de la Epifanía, siempre de 1903, entra en el noviciado de Morcone (Benevento). El 22 de enero viste el hábito capuchino y le es impuesto el nombre de fray Pío de Pietrelcina. En agosto de 1910 es ordenado sacerdote en la catedral de Benevento. Y hacia finales de mes recibe los estigmas invisibles.

En 1915, el 10 de octubre, revela que desde hace años, sufre la coronación de espinas y la flagelación. Por obediencia habla de sí mismo. El 17 de febrero de 1916 va por primera vez a San Giovanni Rotondo, donde permanecerá hasta su muerte. Sólo se ausentó con motivo de la llamada al servicio militar. Los días 5 al 7 de agosto de 1918 recibe la transverberación del corazón. El viernes 10 de septiembre recibe los estigmas, esta vez de forma visible.

Acabamos de usar una palabra que pertenece al exquisito vocabulario que podemos calificar de místico. Todos los que de alguna manera hemos tenido trato con la obra de la Madre Teresa de Jesús o de Ávila, conocemos aquel párrafo de su Autobiografía en que habla de su transverberación y cómo la vivió ella. En realidad, este fenómeno místico es considerado por la espiritualidad y la teología católicas un regalo espiritual, un don concedido por Dios a personas que consiguen alcanzar una intimidad profunda, mística, con Dios, consistente en una «herida espiritual en el corazón», otorgada como señal del amor profundísimo a Dios por parte del místico. Tanto la transverberación como los estigmas son fenómenos místicos exteriores perceptibles. Santa Teresa lo explica de esta manera:

«Ví a un ángel cabe mí hacia el lado izquierdo en forma corporal, lo que no suelo ver sino por maravilla. [...] No era grande, sino pequeño, hermoso mucho, el rostro tan ecendido que parecía de los ángeles muy subidos, que parecen todos se abrasan. Deben ser los que llaman Querubines [...]. Viale en las manos un dardo de oro largo, y al fin de el hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces, y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía las llevaba consigo y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios.»
Libro de la Vida. Capítulo XXIX-13

La descripción que de su propia transverberación hace el P. Pío es, en lo esencial, muy semejante a la de Santa Teresa. En una carta dirigida al P. Benedetto le describe el fenómeno místico así:

"La sola obediencia me sirve de puntal para no lanzarme al abandono más completo. En virtud de esta obediencia me siento obligado a manifestarle lo que ocurrió en mí el día cinco por la tarde y durante todo el día seis del corriente mes de agosto. No soy capaz de decir lo que ocurrió en este período de tan superlativo martirio"."Estaba yo confesando a nuestros muchachos en la tarde del día cinco, cuando, de repente, me sentí dominado por un extremo terror a la vista de un personaje celeste que se me presentaba ante la vista de la inteligencia"."Tenía en su mano una especie de herramienta, instrumento semejante a una larga lámina de hierro, con una punta muy afilada y que parecía que de esta punta saliese fuego. Ver todo esto y observar cómo dicho personaje lanzaba dicho utensilio con gran violencia sobre el alma, fue todo una misma cosa. Lancé un lamento muy apurado; sentí morir. Dije al niño que en aquellos momentos estaba confesando, que se retirase porque me sentía mal y no podía seguir las confesiones"."Este martirio duró, sin interrupción, hasta la mañana del día siete. Me es imposible decir cuánto sufrí en este tiempo tan angustioso. Sentía que me arrancaban las vísceras y las arrastraban fuera tras dicha herramienta, y que todo quedaba sometido a fuego y hierro. Desde aquel día hasta ahora, me siento herido de muerte. Siento en lo profundo de mi alma una herida que está siempre abierta y que me hace padecer continuos espasmos". San Giovanni Rotondo - Convento de los PP. Capuchinos - Años 20

El P. Pío, en estos momentos, cuando se han verificado en él los fenómenos místicos que acabamos de describir, tiene 31 años. Los estigmas hicieron que su nombre y su fama se extendieran especialmente por todo el centro-sur de Italia como un reguero de pólvora. El pueblo llano, sana y profundamente religioso, bien que ignorante y con un porcentaje medio-alto de analfabetismo, empezó a movilizarse y a dirigir sus pasos en peregrinaciones masivas a San Giovanni Rotondo. Se habla de milagros, de curaciones de enfermedades prácticamente en estado terminal, de prodigios de todo tipo, realizados por intercesión del fraile de Pietrelcina.

Los fieles le acosan pidiendo su intervención ante el Señor. Confían en él. Se llevan a cabo cambios de conducta tanto en hombres como en mujeres; conversiones en personas conocidas como adversarias de la religión y declaradamente ateas. En definitiva, la situación tiene todos los visos, para el obispo de Manfredonia, lugar donde estaba ubicado el pequeño e insignificante convento de los padres Capuchinos de San Giovanni Rotondo, dedicado a Santa María de las Gracias, de asemejarse a momentos vividos en épocas muy lejanas, en la Edad Media. No sabía cómo reaccionar pues dentro de sí no aceptaba al fraile. No estaba muy seguro de que sus estigmas y sus arrebatos místicos fueran auténticos, más bien lo contrario. Pero San Giovanni Rotondo desbordaba de fieles a todas las horas del día y parte de la noche pidiendo ser confesados, reconfortados por el padre Pío.

Una serie de acontecimientos concatenados fue procurando crecientes enfrentamientos entre el pueblo y la jerarquía eclesiástica, incluidos algunos de los religiosos del propio convento de los capuchinos. Todo lo que es masivo, aglomeración de muchedumbres puede llegar a ser origen de tumultos, y esto traía por la calle de la amargura a las autoridades religiosas y, por ende, a las autoridades civiles cuya intervención preventiva era solicitada por aquellas. Para resolver estos y otros problemas provocados, según la jerarquía, por la actitud de una sola persona, fray Pío, lo más oportuno era actuar sobre él, limitando sus actividades de la forma más drástica y obstaculizante posible, evitando así todo contacto con los fieles.

Desde el año 1918 hasta 1923 se fue colmando la capacidad de aguante de los religiosos. Tanto es así que el Provincial de los capuchinos de Foggia, en primer lugar, y la Curia Generalicia de los Capuchinos en Roma después, le enviaron médicos famosos para estudiar sus heridas.

El profesor Romanelli afirmó, sin dudarlo ni un momento, que los estigmas eran de origen sobrenatural, mientras para el dotor Jorge Festa "tenían un origen que los conocimientos científicos estaban lejos de explicar". Los testimonios médicos en su favor dieron alas a la fama de padre Pío, pero también estimularon a las más altas autoridades eclesiásticas a tomar cartas en el asunto, por lo que decidieron a investigar a fondo y por su cuenta el fenómeno de los estigmas del padre capuchino de San Giovanni Rotondo.  Miles de personas se acercaban en crecientes oleadas a esta localidad con la intención de besarle la mano, confesarse con él y participar en la celebración de sus misas. Hasta la prensa, no sólo la local y la nacional, sino también la internacional, se hizo eco de la noticia de que un fraile capuchino tenía los estigmas, es decir, la reproducción en su cuerpo de las heridas de Cristo crucificado en sus manos y pies, y también la del costado. Ésta en el costado izquierdo, no en el derecho que fue en el que los soldados romanos le hundieron la lanza a Jesús. Esta disparidad no parece haber tenido, o al menos no se le ha dado un significado especial.

En esta situación, que se iba haciendo cada día más alarmante, el Vaticano quiso ver claro. Su gravedad iba siendo cada día mayor por las consecuencias que, de ser falsa, podría provocar, sobre todo en el pueblo sencillo e incapaz de discernir en una cosa tan especial y fuera de su alcance como los estigmas y descubrir, si fuera el caso, una impostura y una falsedad en cuestiones de ámbito teológico, místico y, en definitiva, de fe.

Convencido el Vaticano de la necesidad de su intervención, dada la amplitud de los eventos que se iban sucediendo en torno al padre Pío, enviaron al padre Agostino Gemelli (Milán, 1878 -1959), franciscano también, quien, además de sacerdote, era doctor en medicina, eminente psicólogo -fue una autoridad en psicología experimental- y filósofo, fundador de la Universidad Católica de Milán. A él está dedicado precisamente el hospital al que llevaron y en el que fue curado Juan Pablo II cuando le hirieron gravemente en el atentado de la Plaza de San Pedro, el 13 de mayo de 1981. El padre Gemelli era gran amigo del papa Pío XI.

Agostino Gemelli hizo el viaje a San Giovanni Rotondo para ver al padre Pío y constatar la veracidad o falsedad de los estigmas. Una vez delante de él, le pidió que se los mostrara. El padre Pío le preguntó si tenía una autorización escrita, requisito indispensable. Al decir que no la tenía, el padre Pío se negó a mostrarlos. El intelectual y científico padre Gemelli, ante lo que para él era un desaire, se fue del convento con la idea de que los estigmas eran falsos, estigmas que, por otro lado, no había visto ni examinado.

Poco después, Fray Agostino Gemelli publicó un artículo afirmando la falsedad de los estigmas y su carácter neurótico. Apoyándose en esta eminente opinión, el Tribunal del Santo Oficio, emitió un decreto declarando que no constaba que los estigmas fuesen de carácter sobrenatural.

En años sucesivos fueron publicados por dicho Tribunal tres decretos claramente restrictivos. El último de ellos enumeraba una serie de prohibiciones: se le prohibía recibir visitas; los fieles no podían mantener con el P. Pío ningún tipo de correspondencia epistolar; prohibido también confesar ni llevar la dirección espiritual de nadie.

Prohibieron a su propio confesor que se acercara a él. No podía mostrar las llagas, ni hablar de ellas, ni permitir que se las besaran. La Misa debía celebrarla sin fieles, en privado, sin los muchos hijos espirituales que ya para entonces lo seguían. Precisamente en el año 1923 se corrió la voz de que el P. Pío iba a ser trasladado de convento y le mandarían lejos de San Giovanni Rotondo. Se desencadenó una violenta oposición popular que acarreó la puesta en acto de la prohibición al faile de los estigmas de celebrar la santa Misa en público.

La década que va de 1923 a 1933 es conocida como la "primera persecución" o "primer decenio de fuego". En la base de esta etapa estaba el fenómeno místico de los estigmas visibles. Se puede decir que fueron diez años de total segregación. Quedó aislado, desconectado de la que había sido, hasta ese momento, su realidad sacerdotal, de apostolado, tanto espiritual como social. No obstante los sufrimientos que le acarreaban estas restricciones, tanto a él como a sus hijos espirituales, el padre Pío demostró una aceptación, una obediencia y una humildad totales.

La opinión negativa del P. Gemelli no fue la única que se abatió sobre el pobre fraile. Mons. Pasquale Gagliardi, arzobispo de Manfredonia, archidiócesis a la que pertenece San Giovanni Rotondo, le tildó de estafador. Pero no hay que perder de vista que dicho prelado no tenía muy buena fama, que digamos, en la zona de su pastoreo episcopal. Había fieles diocesanos que le acusaban de simonía, de ser ambicioso, amante del dinero y varias cosas más, entre ellas algunas muy poco edificantes. Por lo que al P. Pío se refiere, tramó contra él una conspiración con el apoyo de un grupo de canónigos que le secundaban y calumniaban al fraile. Pero el arzobispo fue más lejos. Viajó a Roma para entrevistarse con Pío XI. El encuentro tuvo lugar el 2 de julio de 1922. Narran las crónicas que, el prelado, uniendo el perjurio a las calumnias, le dijo al Papa:"Yo mismo lo he visto, lo juro. Descubrí un frasco de ácido con el que se provoca las heridas y colonia para perfumárselas. El Padre Pío es un poseso del demonio y los monjes de su convento unos estafadores...". 

El 16 de mayo de 1923, el Santo Oficio procedió de inmediato a su condena. Negó el carácter sobrenatural de los estigmas y le relegó al más absoluto aislamiento.
Pero, dado que a toda acción corresponde una reacción, la declaración calumniosa y perjura de Mons. Gagliardi terminó con el triunfo de la justicia. En el Vaticano aceptaron el testimonio del arzobispo y condenaron al P. Pío. Pero es de todos sabido que éste no estaba solo; había muchos fieles que le seguían desde fuera sin olvidarle y haciendo lo posible por derrumbar las murallas y parapetos de oposición que se levantaban contra él.

Un grupo de amigos y admiradores, y entre ellos algunos convertidos por el fraile de los estigmas, al frente de los cuales se encontraba un tal Emmanuele Brunatto, pidieron, más bien exigieron, una seria investigación sobre el arzobispo Gagliardi. De este modo quedaron al descubierto también, poco a poco, las patrañas de los canónigos amigos del arzobispo, quienes fueron canónicamente castigados. Hubo testigos que dieron testimonio, aduciendo numerosas pruebas que demostraron los escándalos de Mons. Gagliardi. En el mes de octubre del año 1929 el arzobispo de Manfredonia fue destituido y reducido al estado laical, retirándose a vida privada.
A pesar de todo, el Santo Oficio (hoy Congregación para la Doctrina de la Fe) siguió presionando al padre Pío. El Secretario de este dicasterio era el cardenal español Rafael Merry del Val. Desde el 14 de octubre de 1914 hasta el día de su muerte, el 26 de febrero de 1930, ejerció el cargo de Secretario de este dicasterio por designación del Papa. Era el máximo cargo del mismo al ser el Papa el prefecto natural de dicho dicasterio. Se veía claro que todavía pesaba la opinión del P. Gemelli. Por esta razón estuvo aún más aislado los años 1931 al 1933.

El papa Pío XI no estaba satisfecho de cómo iban las cosas. Por eso, finalmente, en 1933 mandó a Mons. Paretto con el fin de obtener información fidedigna, de primera mano, tanto sobre la personalidad del fraile capuchino como de los fenómenos místicos que le rodeaban. La opinión de Paretto fue positiva. Luego en julio del mismo año, el Santo Oficio, por deseo explícito de Pío XI, rehabilitó a Fray Pío de Pietrelcina.

Van a pasar cerca de treinta años antes de que el Santo Oficio le vuelva a perseguir, en tiempos ya de Juan XXIII. A raíz de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), el padre Pío fundó los «Grupos de Oración». Éstos se multiplicaron dentro y fuera de Italia. A la muerte del padre los grupos eran 726 y contaban con 68.000 miembros, y en marzo de 1976 pasaban de 1.400 grupos con más de 150.000 miembros. En 1940 Fray Pío de Pietrelcina decidió la construcción de la Casa Alivio del Sufrimiento, que se empezó a edificar en 1947.

En 1950 se llegó a una afluencia tal de peregrinos que obligó a usar el sistema de reservar turnos de día y hora para las confesiones. Llega ahora el momento del segundo "decenio de fuego" (1952-1962), de manera especial los años 1960 y 61; como hemos dicho más arriba, ya en tiempos de Juan XXIII.

Detrás de todo esto, de este recrudecimiento y aversión interminable contra el fraile de los estigmas, había una tremenda maraña de intereses económicos mezclados con envidias, rencores y manipulaciones. Estas eran orquestadas por sus propios hermanos, los frailes, tanto de su mismo convento como de fuera, pero siempre frailes capuchinos. Cientos de miles de dólares fueron donados para la construcción del hospital Casa Alivio del Sufrimiento. Con el fin de acumular dinero fácil y rápidamente, los superiores del Padre Pío le preguntaron si podían utilizar las donaciones para otros fines.  El Padre Pío se negó porque el dinero no le pertenecía. Cuando perdieron grandes sumas de dinero en diversas operaciones y proyectos, le ordenaron a él, por obediencia, darles las donaciones del hospital. Se negó de nuevo y tajantemente. Esto los humilló duramente. Luego, junto a la decepción, apareció el resentimiento de los superiores, quienes lo vieron como una clara actitud de desobediencia.

Ante este desplante y con el fin de buscar pruebas contra él, decidieron atisbar lo que ocurría y se decía en los lugares de reunión del P. Pío con sus adeptos, utilizando micrófonos en el locutorio y lugares de reunión del P. Pío con los Grupos de Oración. Algunos medios de comunicación han llegado a afirmar que dichos micrófonos se pusieron también en el confesonario. Pero nadie cree que llegaran a tanto; una osadía de ese tipo es inconcebible en personas consagradas y a su vez confesores, como sacerdotes y religiosos.

Un informe detallado sobre todo esto, alegando malas acciones e intenciones, fue enviado al Papa Juan XXIII. Incluía, además, acusaciones de que el P. Pío tenía contactos sexuales con algunas mujeres que iban a confesarse con él. Hoy la detallada investigación de los hechos, pues muchas personas de las consultadas fueron testigos oculares de los acontecimientos registrados en el informe que le fue enviado a Juan XXIII. Las grabaciones fueron mandadas al Santo Oficio. La iniciativa provocó el enojo del Papa, quien mandó quitar inmediatamente los micrófonos.

Mons. Carlo Maccari fue nombrado visitador apostólico. Este monseñor tenía únicamente el encargo de recoger información para referirla a su superior. Pero se vio tan apoyado y sostenido por el Papa que se atrevió a hablar en su nombre.
Mons. Maccari terminó dando crédito a las falsas acusaciones al P. Pío, quien, como afirma Stefano Campanella (Obediencia y paz - La verdadera historia de una falsa persecución) era el fraile al que se le puede considerar hermanado con Roncalli "no sólo por la coincidencia de la misma fecha de ordenación sacerdotal sino sobre todo por la concepción idéntica de la misión y papel del sacerdote, y del mismo modo de colocarse dentro de la Iglesia, es decir, encontrar la paz interior en la obediencia".

Al Padre Pío se le prohibió celebrar bodas y bautizos, sólo le concedieron 30 minutos para la misa. Sabemos que en un día festivo las misas del padre Pío duraban cerca de cuatro horas.

A algunas personas se les prohibió confesarse con él. Cuando confesaba se le concedían sólo tres minutos por penitente. Se le impidió hablar a solas con las mujeres. Hay que decir también que los monjes del monasterio, los que eran sus amigos, fueron trasladados a otro convento, entre ellos algunos que servían en calidad de enfermeros del fraile de Pietrelcina que estaba ya muy enfermo.

Lo más vergonzoso era que el superior del padre Pío, el padre Rosario, osó ir más allá de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Puso carteles embarazosos diciéndole a la gente que no se acercaran al Padre Pío, y prohibió a los frailes mostrarse bondadosos hacia él con acciones como ayudarlo a subir las escaleras o llevarle un vaso de agua fresca en momentos de mucho calor. Durante un tiempo pareció que el Padre Pío viviría sus últimos años tratado como una persona ruin y despreciable.

El propio Stefano Campanella, en la obra citada, se hace eco de la visita apostólica, que duró un día solamente, llevada a cabo, en febrero de 1961, por el padre dominico Paolo Philippe. Llegado a la localidad de Garganica, el futuro cardenal y consultor del Santo Oficio, interrogó al padre Pío. El informe de este suceso no deja espacio a ningún otro tipo de interpretaciones. En él, entre otras cosas, escribió lo siguiente:

"El padre Pío me pareció un hombre de inteligencia limitada. Pero muy astuto y obstinado: un agricultor astuto que va por su camino sin enfrentarse a sus Superiores, pero sin ninguna voluntad de cambiar. Él no es ni puede ser un santo (...) y ni siquiera un sacerdote digno".

"El padre Pío ha pasado insensiblemente de manifestaciones menores de afecto a actos cada vez más graves, hasta el acto carnal. Y ahora, después de tantos años de vida sacrílega, quizás no se da cuenta de la gravedad del mal. Esta es la historia de todos los místicos falsos que han caído en el erotismo".

"El padre Pío no es sólo un falso místico, que es consciente de que sus estigmas no son de Dios, y, a pesar de esto, deja que se construya toda una fama sanctitatis sobre sí, sino que, peor todavía, es un desgraciado sacerdote, que se aprovecha de su reputación de santo para engañar a sus víctimas". En fin, el padre Pío era para el dominico "el mayor fraude que se pueda encontrar en la historia de la Iglesia".

Para llegar a estas terribles conclusiones le bastó un solo día. Y quién sabe cuántas horas de ese día le sobraron. Tal vez no fueran muchas porque, desde el momento de su llegada a San Giovanni Rotondo, debió dedicarse a recoger rumores, pues en ellos se basaba su informe. Se sabe que el padre Pío tenía muy buena prensa en esa localidad. Esto quiere decir que el fraile dominico debió seleccionar las fuentes de tales rumores, pues tuvo que encontrarse con muchas personas simpatizantes del padre Pío. ¿Acaso llevaba una idea preconcebida y esto condicionó totalmente sus pesquisas?

A pesar de los esfuerzos de Stefano Campanella en demostrar que el papa Juan XXIII no intervino en las decisiones del Santo Oficio que, en cierto modo, castigaban al padre Pío, pues prácticamente le confinaban en su celda y le impedían ejercer su ministerio sacerdotal y le prohibían todo contacto con los fieles, no se pueden dejar de recordar las palabras de papa Roncalli cuando Mons. Parente, asesor del Santo Oficio, le informó sobre el padre Pío y todo lo concerniente a San Giovanni Rotondo. Informaciones que el Papa definió "gravísimas". Juan XXIII en unas cuartillas sueltas, inéditas hasta que Sergio Luzzatto, profesor de Historia moderna en la Universidad de Turín, las publicó en su obra Padre Pío. Milagros y política en la Italia del Novecientos, Einaudi, 2009. El profesor turinés, hombre declaradamente de izquierdas y no creyente, escribe una biografía, no celebrativa, del fraile del Gargano, centrada más bien en las vicisitudes sociales, políticas y económicas que rodearon al padre Pío y en las que, según él, estaba implicado.

En dichas cuartillas el Papa, refiriéndose a la información recibida de Mons. Parente, escribía: . «Lo sucedido -es decir, el descubrimiento por medio de filmaciones, si vera sunt quae referuntur (si son verdaderas las cosas que se dicen), de sus relaciones íntimas e incorrectas con las mujeres que forman su guardia pretoriana hasta ahora infranqueable en torno a su persona- me hacen pensar en un vastísimo desastre de almas, diabólicamente preparado para desacreditar a la Santa Iglesia en el mundo, y especialmente aquí en Italia. En la calma de mi espíritu, humildemente persisto en creer que el Señor faciat cum tentatione provandum (forje con la tentación al probando), y de este inmenso engaño surgirá una enseñanza para claridad y salvación de muchos».

Para Sergio Luzzatto no está en discusión ciertamente la continuidad moral y teológica de los sucesores de Pedro. Pero no se puede negar que los Pontífices que se han sucedido en el transcurso del siglo XX hayan mirado al padre Pío con ojos diversos, incluidas las "asperezas" de Juan XXIII. Como documenta Luzzatto, cuando «La Settimana Incom illustrata» -hebdomadario de izquierdas de cine y política- lanzó en primera página el título «Padre Pío predijo el papado a Roncalli», incluido el detalle de un telegrama de agradecimiento que el nuevo Pontífice habría enviado al capuchino, Juan XXIII ordena a su secretario que informe al arzobispo de Manfredonia que era "todo un invento": «Yo no he tenido nunca relación alguna con él, ni lo he visto jamás, o le he escrito, ni me pasó nunca por la mente enviarle bendiciones; y ninguno me solicitó, directa o indirectamente nada de esto, ni antes ni después del Cónclave, ni nunca».

Juan XXIII, desairado y sumido en un mar de dudas que le hacían titubear sobre el caso padre Pío, llamó al arzobispo de Manfredonia. Campanella cuenta en su libro que, de la conversación habida entre ambos, se deduce claramente que Juan XXIII entendió que las acusaciones dirigidas al padre Pío habían sido construidas de manera preconcebida y artificialmente. Convencido de esto, ordenó al Santo Oficio que no aumentara las sanciones al fraile estigmatizado. Por tanto, aun cuando la persecución existiera, no fue el papa Roncalli el que la dirigía ni el que la alimentaba. A pesar de ello, son muchas las dudas que plantean y se plantean aún los hagiógrafos y los historiadores de esta etapa del siglo XX italiano, en especial los que se ocupan de la vida y milagros de un fraile capuchino cuya fama de santo taumaturgo ha rebasado las fronteras italianas y se ha derramado por todo el mundo católico.

Llegados a este punto creo que, siguiendo a Stefano Campanella (o.c. p.183 ss.), es necesario suavizar las llamadas "asperezas" de Juan XXIII, y comprender su actitud respecto al fraile capuchino, contando brevemente el encuentro celebrado entre el Papa y su amigo de vieja data, el arzobispo de Manfredonia, Mons. Andrea Cesarano, sucesor de Mons. Gagliardi, quien, como hemos dicho, fue destituido y reducido al estado laical.

El Arzobispo de Manfredonia vino a Roma a visitar al Papa el 18 de abril de 1961. Lo encontró turbado, inquieto. Juan XXIII, de una manera inmediata y con una cierta premura le preguntó:
- ¿Qué me dices del padre Pío?
- Santidad...
- No me llames Santidad, llámame don Angelo como has hecho siempre. Háblame de él.
- Padre Pío es siempre el hombre de Dios que he conocido desde el comienzo de mi labor pastoral en Manfredonia. Es un apóstol que hace un bien inmenso a las almas.
- Don Andrea, pero es que ahora se habla muy mal de padre Pío.
- ¡Por el amor de Dios, don Angelo! Son todas calumnias. Conozco al padre Pío desde 1933 y te aseguro que es siempre un hombre de Dios. Un santo.
- Don Andrea, son sus hermanos los que le acusan. Y luego... aquellas mujeres, aquellas grabaciones... Han grabado inclusive los besos.

El Papa se quedó callado. La angustia y la turbación que sentía en su alma se traslucía en su rostro. Mons. Cesarano, con un cierto estremecimiento que le atravesaba el alma y el cuerpo, intentó explicarlo.

- ¡Por el amor de Dios,! No se trata de besos pecaminosos. ¿Puedo explicarte lo que sucede cada vez que acompaño a mi hermana cuando va a confesarse con padre Pío?
- Dime...

Mons. Cesarano contó que cuando su hermana encontraba a padre Pío y lograba asirle la mano, se la besaba cuantas veces podía, teniéndola bien apretada, a pesar del temor de hacerle daño a causa de los estigmas.

El papa Juan el Bueno, levantó la mirada al cielo y exclamó:

-¡Dios sea Alabado! ¡Qué consuelo me has dado! ¡Qué alivio! Te ruego que adviertas inmediatamente al cardenal Tardini y al cardenal Ottaviani de tu llegada. Diles lo que me acabas de contar a mí. Mañana se celebrará la reunión de los miembros del Santo Oficio y discutirán precisamente el caso de padre Pío. Yo te anunciaré a los dos Eminentísimos con una llamada telefónica.

El Papa mostró a Mons. Cesarano algunas fotografías comprometedoras del fraile de San Giovanni Rotondo con algunas mujeres. El arzobispo le aseguró que se trataba de evidentes fotomontajes, con lo que Juan XXIII se tranquilizó. A continuación el Papa, con sumo pesar, afirmó: «Sobre el padre Pío me han engañado».

Escuchada la información de Mons. Cesarano y celebrada la reunión, los dos cardenales también reconocieron "infundadas" las acusaciones contra el venerado padre Pío. La postura y la actitud final del Papa Bueno ha quedado esclarecida suficientemente. Sus "asperezas" han sido limadas y superadas.

Es importante saber, aunque sea sumariamente, lo que escriben de padre Pío y cómo tratan el tema algunos escritores y periodistas contrarios al fraile del Gargano. Los hay, como Sergio Luzatto, de una gran honradez intelectual, que tratan el tema con el respeto que merece y por respeto también a todos los que son creyentes y para los que la santidad y las personas santas son una meta que alcanzar y un modelo que seguir, por lo que merecen ser tratados con respeto y consideración. Tal es el caso de Marco D'Eramo del que hablamos a continuación teniendo presente un comentario suyo al libro de Luzzatto.

La mayoría de los libros y artículos dedicados a Forgione, afirma Marco D'Eramo, periodista de Il Manifesto, diario de orientación comunista, fundado en 1969, -Luzzatto habla con razón de una «logorrea» inspirada por el santo- se han propuesto confirmar o negar su santidad, su capacidad para realizar curas milagrosas de enfermos, sus legendarios estigmas. Luzzatto declara en el prefacio del libro su intención de evitar dichos temas: «Todos los que busquen respuestas -afirmativas o negativas- a si los estigmas o los milagros fueron "reales" harían bien en cerrar este libro de inmediato. Los estigmas del padre Pío y sus milagros no nos interesan tanto por lo que nos cuentan de él como por lo que nos dicen del mundo que lo rodeaba». Y ese mundo nos mostraba -y nos muestra- un ansia desesperada por creer en lo sagrado y en lo sobrenatural. Luzzatto prefiere estudiar los elementos de psicología de masas que crean y difunden creencias populares sobre los poderes extraordinarios del cuerpo de una determinada persona: un rey, un caudillo, un santo.

Se ha inventado, imaginado y escrito mucho sobre el padre Pío y sus "falsedades". Hasta el punto de que le han llamado "Santo impostor". Tal es precisamente el título de un libro que lleva como subtítulo "contrahistoria del padre Pío". El autor, Mario Guarino, propone una biografía "no autorizada" sobre "el santo y agitador político más en voga del momento". El libro salió en 1999 con el título Beato impostor. En 2002, al ser canonizado, el libro salió de nuevo, en reedición, pero con el título El santo impostor.
Lo peor del caso es que este autor se ha servido sobre todo de fuentes católicas: como libros hagiográficos, hiperbólicamente entusiastas, y documentos eclesiásticos de contenidos muy negativos respecto al padre Pío.

Guarino acumula de esta manera una gran mole de noticias que hacen del fraile de los estigmas un personaje terreno, demasiado terreno, en sus actitudes y comportamientos. Desde esta perspectiva, su canonización sería discutible, afirma Guarino, incluso desde un punto de vista fideísta: enfermedades fingidas para evitar ser trasladado a otro convento, para él desagradable, o pedir recomendaciones para evitar el servicio militar. El autor pone de relieve la habilidad demostrada por el fraile capuchino en evitar la verificación científica de los "fantasmagóricos" estigmas, lo cual coloca la vida del padre Pío al mismo nivel que la de un común mortal, con sus vicios ("muchos") y sus virtudes ("discutibles").

Detrás de varios de estos libros, artículos periodísticos, panfletos y libelos se encuentra, como inspiradora, fomentadora y sostenedora, la UAAR, es decir, la Unión de Ateos y Agnósticos Racionalistas. Esta asociación tiene entre sus más urgentes actividades la descatolización de todos aquellos que no quieran seguir siendo católicos. Para ello han formulado una estrategia pseudoburocrática para "desbautizar" a quienes lo deseen. Con ello pretenden borrar toda huella de su bautismo. Este hecho nos da idea de cuál es la situación de falta de diálogo serio y constructivo entre las diversas instancias sociales, culturales y religiosas. La superficialidad campa por sus respetos.
Marco D'Eramo, que hemos citado poco más arriba, en un artículo titulado Francisco Forgione, el deseo de creer, hace algunas afirmaciones que dan que pensar. Nos hablan de la tendencia a buscar y vivir de alguna manera lo sacro, a sacar de nuestro interior y manifestar lo que bulle dentro de nosotros como en una pila a presión: las ansias de tener fe en Alguien, de creer y de poder esperar.

Habla del padre Pío con gran admiración. Le considera el italiano más famoso del siglo XX. Sus estatuas crecen en Italia como hongos y adondequiera: al Sur, donde no hay un centro habitado que no le haya erigido un monumento, y ahora ya se puede decir que lo mismo ocurre en el Centro y en el Norte. San Giovanni Rotondo es el lugar de atracción más fuerte para la cristiandad, acogiendo cada año entre cinco y siete millones de personas: peregrinos, turistas, enfermos. Los "Grupos de Oración", creados por el P. Pío poco después de terminar la segunda guerra mundial, alcanzaban en 1999 la cantidad de 2.156, de ellos 1.786 en Italia y 370 en el extranjero.

Pero lo que a Marco D'Eramo deja totalmente estupefacto es el hecho de que Francisco Forgione tenga un nutrido séquito en el pueblo de la izquierda; su imagen, su estampa aparece incluso en alguna sede del partido de Refundación comunista. En el Sur, especialmente, te das cuenta de que insinuar una duda sobre padre Pío, te aleja una gran cantidad de personas -que supondrías escépticas o cuando menos críticas- de lectores de Il Manifesto, de refundacionistas, de democráticos de izquierdas... Por tanto Francisco Forgione se convierte en un problema muy serio para la izquierda y se te plantea como un enigma que hay que indagar: ¿por qué su memoria es más mindeleble que la de Mussolini, su éxito más clamoroso que el de Luciano Pavarotti?

Para D'Eramo, siempre fiel a su fe comunista, que da pábulo a una serie de acusaciones infundadas y menos aún demostradas, la cuestión de los conflictos entre Forgione y el Vaticano es una historia muy italiana, construida a base de chantajes e informes, arquitectada, en apariencia, en torno al tema de la santidad, pero centrada en el control, mucho más material, del enorme flujo de dinero que los fieles y peregrinos derramaban sobre San Giovanni Rotondo.

Ninguno queda bien parado en esta historia de chantajes y contra-chantajes, de panfletos escritos para poder ser quemados a cambio de beneficios. Ni el Vaticano: porque si aceptaba los chantajes es que era chantajeable. Ni Forgione: quien quería que fueran dejadas caer las acusaciones sobre fondos (por cuestiones de dinero, en 1922, hubo conflictos con disparos de armas de fuego entre frailes capuchinos dentro del convento), de votos de pobreza y de clausura quebrantados, de "hijas espirituales" que dormían en el convento.

La verdad es que el padre Pío, con su santidad y su entrega a los demás, en especial a los más necesitados -D'Eramo no tiene más remedio que reconocerlo o al menos soportarlo- ha creado en San Giovanni Rotondo una obra de asistencia sanitaria y social de primer orden, viniendo en ayuda de la desastrada sanidad meridional del Estado italiano. En los umbrales del 2000, con sus 7 departamentos clínicos, 500 médicos, con dedicación total, y 2.000 dependientes, la Casa Alivio del Sufrimiento podía acoger hasta 1.200 pacientes, con una media anual de 60.000 hospitalizaciones (propiedad del Vaticano, esta fundación es equiparada a un servicio público y recibe subvenciones de varios millones de euros). Está luego el Centro de Acogida con 200 camas, salón para congresos y capilla, además de una Residencia de ancianos (240 camas). El flujo de 5 a 7 millones de peregrinos al año da clara idea de la fuerza espiritual y de la influencia benéfica, social y humana, de que el padre Pío ha dotado a este lugar de la geografía italiana, desde el que irradia y vivifica fe y esperanza con espiritu de caridad cristiana en un mundo tan menesteroso, a todos los niveles, como el actual.

Con Pablo VI las cosas cambiaron de inmediato. El Papa no era contrario al fraile del Gargano. Cuando era cardenal de Milán, el papa Montini, en 1959, envió una solicitud de oraciones al padre Pío. En 1964, Pablo VI ordenó a la Congregación para la Doctrina de la Fe que se le permitiera realizar su ministerio "en completa libertad" y que no fuera tratado "como un criminal". Precisamente el 30 de enero de 1964, el cardenal Ottaviani indicó al padre Clemente de Milwaukee, ministro general de la Orden capuchina: «El Santo Padre desea que el padre Pío ejerza su ministerio con plena libertad».

En 1958, al mes de ser elegido Juan XXIII, el padre Pío mandó este mensaje al cardenal Montini a través del Comendador Alberto Galletti: «Di al arzobispo que, después de éste, él será Papa. Que se prepare. No es una bendición, sino un río desbordado...».

Al oírlo, Montini exclamó: «Oh, las extrañas ideas de los santos...». El cardenal de Milán no sólo había manifestado su admiración y estima por el fraile de los estigmas, sino que conocía y apreciaba a los Grupos de Oración, su fervor y espiritualidad. No se sabe si fue alguna vez a San Giovanni Rotondo, pero estaba muy bien informado por el arzobispo de Bolonia, cardenal Lercaro.

Ahora ha pasado medio siglo desde que el buen nombre de padre Pío fue restaurado en 1964. Este es un motivo de celebración en sí misma, pero hay aún más razones para la alegría. El hecho de que sucedió en 1964 significa que el padre Pío tuvo cuatro años enteros antes de su muerte en 1968, para ejercer su ministerio y restablecer su reputación como hombre de Dios.

Por lo que respecta a las relaciones entre el padre Pío y el sacerdote polaco Karol Wojtyla, futuro papa Juan Pablo II, hay que decir que cada vez que viajaba a Roma se acercaba a San Giovanni Rotondo para confesarse con él. Se cuenta que en una de esas ocasiones, el fraile le dijo en un momento en que entró en trance: «Vas a ser Papa». Y añadió: «Veo sangre».

Esta confianza, esta amistad entablada entre el fraile del Gargano y el que poco después sería papa Wojtyla, llevó al sacerdote polaco a pedir un favor especial al padre capuchino. En noviembre de 1962, Karol Wojtyla era vicario capitular de la diócesis de Cracovia y participaba en las primeras sesiones del Concilio Vaticano II. Escribe al padre Pío y le solicita su intercesión y oraciones en favor de la doctora Wanda, médica y profesora de psiquiatría, colaboradora del futuro Papa. En esa súplica le dice: «... Es una mujer de 40 años, madre de cuatro hijos; durante la guerra estuvo cinco años en un campo de concentración alemán. Hoy su vida está en peligro por causa de un cáncer...» La buena señora padecía de un cáncer de garganta. Los médicos la iban a operar pero sabían -y ella también- que era inútil. Diez días después el padre Pío recibe una carta del amigo sacerdote polaco que le comunica lo siguiente:
«Venerable Padre: La mujer que vive en Cracovia (Polonia), madre de 4 hijos, encontró de repente la salud el 21 de noviembre, antes de la operación quirúrgica. Deo gratias. Yo os doy las gracias, venerable Padre, en nombre de esa mujer, de su marido y de toda su familia. En Cristo, Karol Wojtyla, vicario capitular de Cracovia. Roma, 28 de noviembre de 1962».

Una vez elegido Papa, el cardenal Wojtyla hace lo posible en favor de la beatificación y canonización del padre Pío. En 1982 firma el decreto para incoar el proceso de canonización, que se inició oficialmente en San Giovanni Rotondo el 3 de marzo de 1983. Pasan unos años y en 1997, el, hoy santo Papa Juan Pablo II proclama en un decreto la heroicidad de las virtudes del fraile de Pietrelcina. Desde este momento es Venerable. Dos años después, el 2 de mayo de 1999, en la Plaza de San Pedro, el Papa declara Beato al padre Pío. A esta solemne celebración acudieron miles y miles de admiradores y devotos del nuevo Beato de toda Italia, en especial del centro-sur y de muchos otros lugares del mundo. Por último, el 16 de junio de 2002 el Papa polaco proclama Santo al tan denostado, perseguido y humillado padre Pío de Pietrelcina. Cientos de miles de personas acuden a Roma para asistir a la canonización del admirado y seguido capuchino, humilde caminante sobre las huellas de su padre y fundador de la Orden franciscana San Francisco de Asís. Su fiesta se celebra el 23 de septiembre.

El papa Francisco ha querido que los restos mortales de San Pío de Pietrelcina y de San Leopoldo Mandic, dos santos capuchinos, canonizados por San Juan Pablo II, estuvieran en Roma en la primera semana de febrero de este año en que se celebra el Jubileo Extraordinario de la Misericordia. Estos dos santos son dos auténticos modelos de misericordia, incansables servidores del perdón y de la misericordia de Dios a través del sacramento de la penitencia.

La presencia en Roma de los restos mortales, concretamente de San Pío de Pietrelcina, ha puesto en evidencia el enorme impacto que este humilde fraile ha tenido en el pueblo italiano y por extensión, a través de los Grupos de Oración, en otros muchos países. Han pasado por la Basílica de San Pedro cientos de miles de devotos para venerarlo y orar ante él.

Por último, y al final de esta, ciertamente, incompleta exposición de la vida y obra del fraile de Pietrelcina, me viene a la mente una pregunta: ¿El padre Pío tuvo alguna relación directa o indirecta con España? He de decír que sí la tuvo y, al parecer, en lo que cabe, muy directa. No vino a España, pero la tuvo de una manera muy en consonancia con su figura, sus actitudes, su comportamiento de persona humilde y acogedora y de su fama de santidad. La relación, por lo que se cuenta, fue un poco misteriosa, espiritual, y con la Virgen, a través de unas apariciones reales o supuestas, de por medio.

El padre Pío de Pietrelcina, el fraile de los estigmas, se implicó en 1962 en los acontecimientos de San Sebastián de Garabandal, pueblecito de Cantabria de muy pocos habitantes, situado en las montañas de Santander. En la actualidad es un centro de peregrinaciones. Unas niñas de la localidad afirmaron a principios de los años 60 (desde junio de 1961 hasta enero de 1965) que se les había aparecido la Virgen María. La narración de los hechos tuvo mucha resonancia en el pueblo y en toda Cantabria, expandiéndose poco después fuera de ella, incluso en el extranjero, especialmente en Hispanoamérica. Estas supuestas apariciones movieron a fieles y devotos de la Virgen a construir en lo alto del pueblo (lugar que las videntes indicaron como enclave de las apariciones) un pequeño santuario al cual acuden en peregrinación devotos católicos de diversos lugares del mundo. El santuario tiene una imagen de la Virgen, obra del conocido escultor cántabro, de Santillana de Mar, Jesús Otero (1908-1994).

Parece ser que la noticia de las apariciones llegó a oídos del padre Pío. El hecho es que el 3 de marzo de 1952 las cuatro niñas videntes de Garabandal: Conchita, Mari Loli, Jacinta y Mari Cruz (fallecida el 20 de abril de 2009) recibieron una carta anónima. Este incidente fue referido por el Dr. Celestino Ortiz, testigo digno de total confianza, y sobre el que habla el padre Eusebio García de Pesquera, franciscano, en su libro Ella fue afanosamente a la Montaña. De este libro transcribimos algunos párrafos.

«Félix López, un antiguo alumno del Seminario Mayor de Derio (Bilbao), luego profesor de la escuela de Garabandal, estaba reunido con algunas personas en la cocina de la casa de Conchita. La niña recibió una carta que no entendió, así que pidió a Félix que se la tradujera. Estaba escrita en italiano y Félix, después de leerla, dijo: "Por su estilo bien podría ser del padre Pío". Conchita le preguntó si conocía la dirección del padre Pío. Félix le dijo que sí la conocía. La niña le pidió que la ayudara a escribirle una carta para dar respuesta a la suya y manifestarle su agradecimiento.
Habiendo terminado la carta, la dejó encima de la mesa de la cocina, sin doblarla. Después de un rato, Conchita entró en éxtasis y rezó el Rosario. Al regresar a su estado normal, Félix le dijo: "¿Preguntaste a la Virgen si la carta era del padre Pío?" - "Sí -respondió Conchita -y me dio una respuesta secreta para enviarla".
La niña subió a su habitación, regresando poco después con un papel escrito a mano. Delante de todos metió el papel en el sobre, que ya llevaba la dirección del padre Pío, escrita por el profesor, y puso el sello. La carta que había llegado a Conchita, sin firma y sin remite, pero con sello italiano, decía lo siguiente:


«Mis queridas niñas:
A las nueve de la mañana, la Santísima Virgen me encomendó que os dijera lo siguiente: "¡Benditas niñas de San Sebastián de Garabandal! Yo os prometo que estaré con vosotras hasta el fin de los siglos y que vosotras estaréis conmigo hasta el fin del mundo y después seguiréis unidas a mí en la gloria del Paraíso". Os envío una copia del santo Rosario de Fátima, que la Virgen me pidió que os enviara. El Rosario fue compuesto por la Virgen y debe ser propagado para la salvación de los pecadores y la preservación de la humanidad de los terribles castigos con los que el buen Dios la amenaza. Os doy un consejo: Rezad y haced que los demás recen porque el mundo está al borde de la perdición. No creen en vosotras ni en vuestras conversaciones con la Dama de Blanco; lo harán cuando ya sea demasiado tarde».

En febrero de 1967 Conchita llegó a Roma con su madre, un sacerdote español, el padre Luis Luna, el profesor Enrico Medi y la Princesa Cecilia de Borbón Parma. Había sido llamada por el cardenal Ottaviani, Prefecto del Santo Oficio. Durante esta visita, Conchita tuvo una audiencia privada con Pablo VI. Testigo de esto, y así lo ha declarado, es el profesor Medi, entonces Presidente de la Asociación Europea de Energía Atómica y amigo del Papa y formaba parte del grupo de personas que acompañaban a la niña. Conchita y sus acompañantes tenían cita con el cardenal Ottaviani. Pero dado que tenía que pasar un día antes de ser recibidos por el purpurado, el profesor Medi sugirió que utilizaran ese tiempo de espera para ir a San Giovanni Rotondo a ver al padre Pío. Fray Pío de Pietrelcina les dio cita para las 8 de la mañana del día siguiente. Conchita lo cuenta así:

«Al llegar al convento, fuimos conducidos a un pequeño cuarto, una celda, que tenía una cama, una silla y una mesita pequeña. Le pregunté al Padre Pío si este era su cuarto y si él dormía ahí, a lo que me respondió: "Oh, no. No pueden ver mi celda. Este es un cuarto rico". En ese momento yo no sabía qué clase de hombre santo era el padre Pío. Ahora sí lo sé. Entonces yo era muy joven, tenía sólo 16 años».

Recuerda y así lo narra, que «en la visita al padre Pío estuvieron su madre, el padre Luna y un fraile del convento que hablaba español y estaba tomando muchas fotos. Este sacerdote, que había estado tomando fotos, pidió permiso para ello al padre Pío, quien le respondió: «Has estado tomándolas desde que llegaste». Recuerdo que yo llevaba el crucifijo que había sido besado por Nuestra Señora, y le dije al padre Pío: "Esta es la cruz besada por la Santísima Virgen. ¿Quiere besarla?" Cogió entonces al Cristo y lo colocó en la palma de su mano izquierda, sobre el estigma. Luego tomó mi mano y la colocó sobre el crucifijo, cerrando los dedos de su mano sobre mi mano. Con la mano derecha bendijo mi mano y la cruz. Lo mismo hizo con mi madre cuando ella le dijo que, por favor, bendijera su rosario, besado también por la Virgen. Yo estuve de rodillas durante todo el tiempo que estuve ante él. Me tomó de la mano con la cruz mientras me hablaba».

Hay que decir que las apariciones de la Virgen en San Sebastián de Garabandal aún no han sido aprobadas como ciertas por la jerarquía eclesiástica, dejándolas, por ahora, en la duda y el misterio.

Por lo demás, esto es lo que se sabe de las relaciones de fray Pío de Pietrelcina con Conchita. Las otras tres chicas no estuvieron ni en la audiencia del Papa ni en la del cardenal Ottaviani, así como tampoco, claro está, en la visita al Padre Pío. Al parecer, detrás de todo esto estaba la Virgen María, la Dama de Blanco.

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