"'Dilexi te', un texto que no le va a dejar indiferente" Señor, yo también te he amado en los pobres

Dilexi
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"Acabo de leer -casi de una sentada- la Exhortación Apostólica 'Dilexit te' de León XIV 'sobre el amor hacia los pobres'. Lo digo porque me he quedado enganchado desde los primeros números"

"Antes de empezar a leer la Exhortación me preguntaba por la razón de ser y el sentido del título"

"Si lo he entendido bien, lo propio de un cristiano es hacer creíble ante los pobres esta confesión de Dios. Y hacerlo en agradecimiento a su amor antecedente, entregado en lo dicho, hecho y encomendado por Jesús de Nazaret"

!Explicitado lo que entiendo que es el corazón de este magnífico documento, toca exponer brevemente algunos de los puntos que me han resultado más sugerentes"

Acabo de leer -casi de una sentada- la Exhortación Apostólica “Dilexit te” de León XIV “sobre el amor hacia los pobres”. Lo digo porque me he quedado enganchado desde los primeros números; algo que hacía tiempo que no me pasaba; y menos, con un documento papal.

En la introducción, León XIV indica que este texto es continuación de la encíclica “Dilexit nos” de Francisco. El Papa Bergoglio tenía un interés particular en prestar atención al cuidado de la Iglesia por los pobres y con los pobres. Yo he recibido este proyecto de Francisco como “herencia” que hago mía, añadiendo algunas reflexiones. En sintonía con él, me gustaría que “todos los cristianos puedan percibir la fuerte conexión que existe entre el amor de Cristo y su llamada a acercarnos a los pobres” (nº 3).

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Antes de empezar a leer la Exhortación me preguntaba por la razón de ser y el sentido del título: “Dilexit te”, “Te he amado”. Confieso que -a medida que me iba adentrando en la lectura- se iba aclarando poco a poco. Creo que la mejor explicación la he encontrado en el último de los números, cuando se dice que “ya sea a través del trabajo que ustedes realizan, o de su compromiso por cambiar las estructuras sociales injustas, o por medio de esos gestos sencillos de ayuda, muy cercanos y personales, será posible para aquel pobre sentir que las palabras de Jesús son para él: ‘Yo te he amado’ (Ap 3,9)” (nº 121).

Castillo: "A Dios lo encontramos, ante todo, en la liberación de los  esclavos y en la lucha contra el sufrimiento"

Si lo he entendido bien, lo propio de un cristiano es hacer creíble ante los pobres esta confesión de Dios. Y hacerlo en agradecimiento a su amor antecedente, entregado en lo dicho, hecho y encomendado por Jesús de Nazaret (nº 1). Por tanto, la colaboración con Dios para que los pobres sientan su amor está íntimamente unida con la acogida del amor antecedente y fundante de Dios. Es esa articulación la que permitirá que el seguidor del Nazareno también pueda confesar, al atardecer de la vida, cuando nos examinen del amor: “Señor, yo también te he amado en los pobres”.

Explicitado lo que entiendo que es el corazón de este magnífico documento, toca exponer brevemente algunos de los puntos que me han resultado más sugerentes.

La exhortación está estructurada en cinco capítulos. Tras un primero dedicado a ofrecer algunas aclaraciones, le sucede un segundo, ocupado en exponer la importancia de los pobres en la Escritura. En el tercero, se muestra la centralidad que han tenido los pobres en la tradición y en la historia de la Iglesia. Le sigue un cuarto, centrado en mostrar la importancia de los últimos del mundo en el magisterio eclesial del siglo XX y XXI. Se cierra la Exhortación con un quinto capítulo, particularmente pastoral e interpelante.

1.- Recordatorios imprescindibles

En el capítulo primero, titulado  “algunas palabras indispensables”, se recuerda que, en lo dicho y hecho por Jesús, “se evidencia con particular claridad que “ningún gesto de afecto, ni siquiera el más pequeño, será olvidado, especialmente si está dirigido a quien vive en el dolor, en la soledad o en la necesidad” (nº 4). Y que éste no es un asunto que haya que entender “en el horizonte de la beneficencia, sino de la Revelación” ya que “el contacto con quien no tiene poder ni grandeza es” -según Mt 25, 40- “un modo fundamental de encuentro con el Señor de la historia”: “en los pobres” Jesús “sigue teniendo algo que decirnos”. (nº5). Por supuesto, que, para bien, aunque nos descoloque.

De hecho, prosigue, el “renacimiento evangélico entre los cristianos y en la sociedad” siempre ha estado vinculado al encuentro “con la realidad de los marginados”. “Estoy convencido de que la opción preferencial por los pobres genera una renovación extraordinaria tanto en la Iglesia como en la sociedad, cuando somos capaces de liberarnos de la autorreferencialidad y conseguimos escuchar su grito” (nº 7). La explicación de tal “renacimiento” es evangélica a más no poder: “en el rostro herido de los pobres encontramos impreso el sufrimiento de los inocentes y, por tanto, el mismo sufrimiento de Cristo” (nº 9). En nuestras manos está sumarnos a tal tradición -abrazando y relacionándonos con Jesús en los pobres- o dejar pasar la oportunidad.

Una importante aclaración -siempre objeto de debate- es indicar qué entiende la Exhortación por pobreza y por pobre. La aclaración es necesaria porque señala -con palabras del Papa Francisco- que “la pobreza siempre se analiza y se entiende en el contexto de las posibilidades reales de un momento histórico concreto”. Y apoyándose en un documento de la Comunidad Europea de 1984, recuerda que, sin descuidar las situaciones específicas y contextuales “se entiende por personas pobres los individuos, las familias y los grupos de personas cuyos recursos (materiales, culturales y sociales) son tan escasos que no tienen acceso a las condiciones de vida mínimas aceptables en el Estado miembro en que viven” . Y prosigue: sin descuidar la importancia de los contextos, hay que reconocer “que todos los seres humanos tienen la misma dignidad, independientemente del lugar de nacimiento, no se deben ignorar las grandes diferencias que existen entre los países y las regiones” (nº 13).

A la clarificación de lo que se entiende por pobreza, sucede la denuncia de un sistema injusto que favorece a los ricos viviendo “en una burbuja muy confortable y lujosa” (nº 11). Igualmente se recuerda que siguen existiendo muchísimas personas obligadas a afrontar graves condiciones a causa de la falta de comida y de agua (nº 12), a pesar de que haya quienes sostienen -con ceguera y crueldad- que tales postraciones son fruto de “una elección” (nº 14).

Tampoco faltan personas y colectivos que desprecian y ridiculizan el ejercicio de la caridad. Ni cristianos que “se dejan contagiar por actitudes marcadas por ideologías mundanas o por posicionamientos políticos y económicos que llevan a injustas generalizaciones y a conclusiones engañosas” (nº 15)

Ante esta situación, concluye el primer apartado, “es necesario volver a leer el Evangelio, para no correr el riesgo de sustituirlo con la mentalidad mundana. No es posible olvidar a los pobres si no queremos salir fuera de la corriente viva de la Iglesia que brota del Evangelio y fecunda todo momento histórico” (nº 15).

2.- Dios opta por los pobres

En el capítulo segundo, León XIV se adentra en la Escritura y recuerda que Dios “se hizo pobre, nació en carne como nosotros, lo hemos conocido en la pequeñez de un niño colocado en un pesebre y en la extrema humillación de la cruz, allí compartió nuestra pobreza radical, que es la muerte. Se comprende bien, entonces, por qué se puede hablar también teológicamente de una opción preferencial de Dios por los pobres” (nº 16).

Se puede hablar de dicha opción preferencial porque “desde el comienzo, la Escritura manifiesta con mucha intensidad el amor de Dios a través de la protección de los débiles y de los que menos tienen, hasta el punto de poder hablar de una auténtica “debilidad” de Dios para con ellos” (nº 17). E, igualmente, se puede hablar porque Jesús “se presenta al mundo no sólo como Mesías pobre, sino como Mesías de los pobres y para los pobres” (nº 19).

Por eso, “no se puede amar a Dios sin extender el propio amor a los pobres. El amor al prójimo representa la prueba tangible de la autenticidad del amor a Dios” (nº 26).

Me llama la atención, prosigue León XIV, que, a pesar de esta claridad, haya todavía muchos cristianos que continúen “pensando que pueden excluir a los pobres de sus atenciones” (nº 23). Guste o no, no es posible la santidad al margen de la relación con Dios en la atención a los pobres (Cf. nº 28). De ello eran muy conscientes los primeros cristianos, convencidos como estaban de que la fe “obra por medio de la caridad” (nº 34). 

3.- Una Iglesia para los pobres

En el capítulo tercero -el más largo- sintetiza un historia de personas e instituciones que han ido descubriendo -gracias a la fe- los diferentes rostros de Dios en los pobres de su tiempo.

En concreto, se refiere, entre otros, a los cuidadores de los enfermos y sufrientes; al cuidado de los pobres en la vida monástica; a la liberación de los cautivos; a la educación de los hijos de los más pobres; al acompañamiento de los migrantes; a la lucha por los derechos de los pobres en los movimientos populares. Y, con ellos, a un nutrido grupo de personas, de sobra conocidas: desde Tertuliano o San Juan Crisóstomo hasta Teresa de Calcuta.

Más adelante indica que ha “decidido recordar esta bimilenaria historia de atención eclesial a los pobres y con los pobres para mostrar que ésta forma parte esencial del camino ininterrumpido de la Iglesia. El cuidado de los pobres forma parte de la gran Tradición de la Iglesia, como un faro de luz que, desde el Evangelio, ha iluminado los corazones y los pasos de los cristianos de todos los tiempos. Por tanto, debemos sentir la urgencia de invitar a todos a sumergirse en este río de luz y de vida que proviene del reconocimiento de Cristo en el rostro de los necesitados y de los que sufren” (nº 103).

Y no solo por razones escriturísticas, sino también tradicionales o fundadas en la tradición de la Iglesia.

Teología y Biblia | Una jarra de barro

4.- Los pobres en el magisterio más reciente

En el capítulo cuatro -titulado “una historia que continúa”- expone la presencia de los pobres y de la pobreza en el magisterio de los siglos XX y XXI. Y lo hace deteniéndose en algunos puntos centrales de la doctrina social de la Iglesia al respecto, a la vez que recordando la existencia de “estructuras de pecado” que siguen causando pobreza y desigualdades extremas: a “la dictadura de una economía que mata”, hay que añadir la generalizada convicción de que lo “normal o racional” es el egoísmo y la indiferencia (nº 93).

Por eso, frente a quienes entienden que la lucha contra la injusticia es solo personal, León XIV recuerda -siguiendo a Francisco- que “la propuesta del Evangelio no es sólo la de una relación individual e íntima con el Señor”, sino “el Reino de Dios (cf. Lc 4,43); se trata de amar a Dios que reina en el mundo (nº 97).

Cierra este capítulo con un apartado dedicado a “los pobres como sujetos” (99-102)

5.- Los pobres y el buen samaritano: un desafío permanente

En el quinto y último capítulo, titulado, “un desafío permanente”, la Exhortación adquiere -así me lo parece- un tono más pastoral. Es, sin duda, el más vibrante de todo el documento.

Tras recordar -como síntesis del recorrido por la tradición- que “en el rostro de los necesitados y de los que sufren”  se reconoce a Cristo (nº 103), insiste en que “el cristiano no puede considerar a los pobres sólo como un problema social”. Y no los puede considerar así porque son una “cuestión familiar”, son “de los nuestros”. Por eso, la relación con ellos no es una actividad más entre otras tantas o una tarea asignada a un departamento u organismo eclesial (nº 104).  Son, más bien, “una imagen de Dios”. Por eso, es cristiano quien reconoce en ellos a Jesucristo. Por tanto, no es posible alcanzar la “santidad”  “al margen de este reconocimiento vivo de la dignidad de todo ser humano”. Es lo que hizo el buen samaritano (nº 106).

El desafío permanente que es la pobreza y la existencia de pobres para todos los hombres y mujeres de buena voluntad es, igualmente, “un desafío ineludible para la Iglesia de hoy”.

Lo es, en primer lugar, porque “la riqueza nos vuelve ciegos, hasta el punto de pensar que nuestra felicidad sólo puede realizarse si logramos prescindir de los demás. En esto, los pobres pueden ser para nosotros como maestros silenciosos, devolviendo nuestro orgullo y arrogancia a una justa humildad” (nº 108).

Lo son, en segundo lugar, porque nos evangelizan: en el silencio de su misma condición, nos colocan frente a la debilidad de nuestro cuerpo, de nuestra apariencia, de nuestro orgullo agresivo y de la fragilidad y el vacío de una vida aparentemente protegida y segura (Cf. nº 109).

Lo son, en tercer lugar, porque nos conducen “a lo esencial de nuestra fe” ya que no son “una categoría sociológica, sino la misma carne de Cristo”, una “carne que tiene hambre, que tiene sed, que está enferma, encarcelada” (nº 110).

Lo son, en quinto lugar, porque cualquier persona o comunidad que quiera “subsistir tranquila sin ocuparse creativamente y cooperar con eficiencia para que los pobres vivan con dignidad y para incluir a todos, también correrá el riesgo de la disolución, aunque hable de temas sociales o critique a los gobiernos”. No podrá evitar acabar “sumida en la mundanidad espiritual, disimulada con prácticas religiosas, con reuniones infecundas o con discursos vacíos” (nº 113).

Estamos, por tanto, en las antípodas de quienes sostienen que “nuestra tarea es rezar y enseñar la verdadera doctrina”. Y se afanan en ello agregando “que sólo el gobierno debería encargarse de ellos, o que sería mejor dejarlos en la miseria, para que aprendan a trabajar”. Es evidente que quienes observan la realidad de esta manera prefieren los “criterios superficiales y desprovistos de cualquier luz sobrenatural” que circulan por “círculos sociales que nos tranquilizan o buscando privilegios que nos acomodan”. No es difícil “percibir -concluye- la mundanidad que se esconde detrás de estas opiniones” (nº 114).

Cierra este último capítulo un vibrante apartado (“aún hoy, dar”), dedicado a dar limosna “para tocar la carne sufriente de los pobres”. Quien la da, sabe que no es “la solución a la pobreza mundial, que hay que buscar con inteligencia, tenacidad y compromiso social” (nº 119). Pero, igualmente sabe que necesita practicarla para encontrar e identificarse “con la situación de los demás” (nº 115) y, compartiendo con él “algo de lo suyo” (nº 116), mantener la relación con Jesús.

Qué es dar limosna? ¿Es una práctica de fe? - Odalis Susana

Cuatro comentarios de urgencia

Recién leída y sintetizada esta Exhortación Apostólica ofrezco cuatro rápidas consideraciones que, aunque rápidas, no me parecen que estén de más, aunque es probable que pudieran ser formuladas de manera más aquilatada en otro momento.

-Quien se adentre en la lectura de esta Exhortación -y más si es seguidor de Jesús- tiene un texto que no le va a dejar indiferente ni le va a resultar pesado. Creo, más bien, que va a quedar enganchado. Al menos, es lo que me ha pasado a mí. Por tanto, recomiendo su lectura, así como su estudio reposado y detenido.

-Tras la lectura de la misma, me sorprende la poca relevancia que tiene -aunque se cite- la identificación de Jesús con los pobres y la importancia -en mi opinión, desmedida- a lo que se llama “la opción preferencial por los pobres”. Si -entre otros textos, según Mateo 25, 40- Jesús se identifica con los pobres, no hay opción preferencial posible por ellos: o nos relacionamos con Él en los pobres o no hay seguimiento de Jesús, el Cristo. Me parece muy clarificador al respecto el debate entre los hermanos Clodovis y Leonardo Boff. He aquí la primera cuestión que me provoca la lectura de esta Exhortación Apostólica.

-La segunda cuestión es más de orden histórico-critico. Echo de menos una crítica -y autocrítica- sobre la relación que la jerarquía católica ha mantenido con los pobres y la pobreza desde la caída del imperio romano hasta el Concilio Vaticano II, momento en el que se inicia una reconducción que ha alcanzado en el pontificado y magisterio de Francisco una magnífica claridad: salvo algunas honrosas excepciones, la jerarquía católica ha estado durante todo este tiempo más ocupada en defender su poder político-religioso o económico-religioso que en estar cercana a los pobres. La tradición bimilenaria, de la que se habla en la Exhortación Apostólica, se debe a un pueblo de Dios que ha permanecido fiel a la identificación de Jesús con los pobres. Recomiendo, al respecto, asomarse -una vez finalizada la lectura de la Exhortación- a uno de los mejores libros de teología del siglo XX, salidos de la pluma del añorado José Ignacio González Faus: “Vicarios de Cristo: los pobres. Antología de textos de la teología y espiritualidad cristianas”, Ed, Cristianisme i Justicia, Barcelona 2018.

-Finalmente, me hubiera gustado que en la Exhortación Apostólica hubiera habido un espacio para valorar -con sus aciertos y limitaciones- la importancia que algunos cristianos y colectivos vienen dando estos últimos años a una espiritualidad “sin carne”. Y también que hubiera habido otro dedicado a recolocar -en el marco de esta identificación de Jesús con los pobres- una espiritualidad eucarística comprendida más en términos anti-luteranos que, efectivamente, católica, tal y como gustan promover algunas sensibilidades. Y que se hubiera puesto más en valor otra centrada en el cuidado de la “carne” de Jesús y en la procedencia teológicade que haya quienes puedan decir al atardecer de la vida, más allá de que hayan sido constantes (o no) en la participación eucarística: “Señor, yo también te he amado en los pobres”, por eso, soy “practicante”, a pesar de que haya quien sostenga que lo mío es más propio de un miembro de una ONG que de un seguidor tuyo.

Supongo que estos -y otros asuntos, al no ser directamente abordados en la Exhortación, quedan abiertos al debate teológico y pastoral. Eso espero y deseo.

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