"El periodista de El País falsea bastante los hechos que interpreta" Versus Rubén Amón: ¿Y si Francisco no fuera un impostor?
(José Ignacio Calleja).- Rubén Amón, ¿Y si Francisco fuera un impostor? (El País, 14.III.17), "... sin haber modificado un milímetro la doctrina de la Iglesia en los asuntos terrenales: ni comunión a los divorciados -los supuestos son excepcionales, ni reconocimiento a los derechos de los homosexuales, ni compromiso con el peso de la mujer en la Iglesia, ni tolerancia normativa con el aborto, los anticonceptivos o la estirpe descarriada de los adúlteros. El problema es que a Francisco se le ha atribuido la proeza de haber emprendido una gran reforma, reputación de Papa canchero y colega. Se le puede tutear a Francisco. Analogía: la reina Isabel II está más cerca de su pueblo cuando más lejos se encuentra. Hacen de ella una figura sobrenatural. Es atractiva la idea de un pontífice vulnerable. ¿Es un impostor el papa Francisco? La suya es una revolución de las formas. Francisco es el papa de Podemos. Y un buen hombre al que hemos convertido en santo porque la impostora aquí es la sociedad".
A mi juicio, Rubén Amón exagera la aceptación general (casi todos) y global (por casi todo) del Papa en la iglesia y fuera de ella. Es una estrategia muy interesante en la comunicación, el autor lo sabe, pero al precio de falsear bastante los hechos que interpreta. La aceptación de Francisco es más mediática que eclesial y más en los sectores seculares (creyentes o no) que entre los católicos practicantes. Ni mucho menos se puede decir, si no es por la imagen de los medios, que el fervor del catolicismo practicante por Francisco es el que el articulista supone.
No, el juicio es más discutido. Lo que sí es verdad es que los sectores populares del catolicismo no asociado y proselitista, el catolicismo más de a pie, vive con ilusión la empatía de Francisco por sus vidas y dificultades, y lo cree cómplice de su limitado aprecio por la normativa moralista de la Iglesia. Esa gente capta una complicidad de fondo con ella, en los silencios que Francisco guarda sobre ciertos temas y en el subrayado que da a otros; su constante recuerdo del perdón, el amor, la justicia, el respeto, la honestidad, la conciencia, la explotación y la pobreza, el trabajo, el pueblo, lo hacen muy suyo.
No sé si Rubén Amón se hace cargo de este valor, creo que no. O no lo ve o no puede. Sigamos en esto. Hay también hay otro catolicismo expectante y confundido sobre si esta actitud de empatía con los sencillos es definitiva y, además, de aliento contenido por el temor a que se concrete en normas nuevas. Lógicamente esperan que Francisco no lo haga, o en su caso, que no haya tiempo.

Por tanto, es mucho más variada la reacción ante Francisco de lo que el autor dice por necesidades de su narración. Yo pertenezco a la Iglesia, simpatizo mucho con Francisco, y ni de lejos tengo una valoración uniforme en todo su proceder de gobierno y magisterio, ni de lejos. Supongo que habrá mucha gente como yo; entre la que trato, desde luego, mucha gente piensa así. Y sin embargo lo valoramos mucho en lo que ya hace. ¿Cómo es posible esto que afirmo? Sí, tiene su lógica. Los cambios en la doctrina pertinente a los asuntos terrenales que dice Rubén Amón, y donde se jugaría para él la verdad de la reforma de Francisco, no diré que están mal elegidos, desde luego que no.
Pero sí diré que a nosotros, la gente de la iglesia más cercana a la sensibilidad de Francisco, no nos inquieta sobremanera que no pueda imponerse a los conservadores de toda condición; sabemos que puede generar un cisma y eso es duro de asimilar para todos; y pensamos, salvo los más radicales entre nosotros ¡con todo respeto a su posición! que la comunión a los divorciados vueltos a casar, es una batalla ganada, que queda en manos de las personas afectadas; va a haber problemas si algunas personas con perfecto derecho le quieren dar publicidad en los medios, pero en la mayoría de los casos va a quedar en la vida comunitaria y aceptado con respeto y normalidad por casi todos (salvo los recalcitrantes); cuestión de tiempo y como fruta madura, caerá.
En cuanto a los derechos de los homosexuales, lo mismo, puro respeto comunitario de las parejas de hecho y acogida en igualdad; reconozco que su bendición como sacramento, va a tardar, pero pienso que todavía la mayoría de catolicismo de base no lo acepta como sacramento y no imagino al Papa adelantándose al sentir de los fieles. Luego, normalizar el trato, acoger con respeto y encargar responsabilidades comunitarias a estas parejas, de igual a igual, es un paso muy importante para hacer común entre los católicos estas nuevas situaciones de amor y bendecirlas ante Dios.
Sobre el compromiso con el peso de la mujer en la Iglesia, sí veo especialmente pobres los pasos de Francisco; desde luego, y en primer lugar, aquí no se puede escudar en los fieles y nuestro proceso de construir una clara mayoría moral, sino que él mismo, el papa Francisco, es conservador en relación al acceso de la mujer al sacerdocio y, por tanto, a la gran mayoría de las responsabilidades que vienen unidas, hasta hoy, a ese sacerdocio ordenado; no debieran, pero vienen; y en esto sí que el catolicismo de base está bastante por delante de Francisco y de toda la Curia Romana o de cualquier otro lugar; o sea, que decir que Francisco no se atreve a esta reforma, no es justo, porque sencillamente no la desea, no cree en ella.
(O eso parece, porque es muy difícil saber qué cree un Obispo y hasta un Papa de ciertas prácticas canónicas como las relativas a la mujer en la Iglesia, muy difícil; hay un oficio de por medio que no me deja ver claro al sujeto y su conciencia). Lo cual es más grave, pero no es lo que dice Rubén Amón.

Y por fin, en cuanto al aborto, no va a decir Francisco nada distinto de los anteriores papas, salvo incidir más en acoger a las víctimas que abortan, porque él piensa de ese modo; o sea, que de nuevo se le atribuye la falta de una reforma que no ha prometido ni la piensa prometer, y que en ello conecta otra vez bien con el catolicismo popular; por tanto, ni puede; el catolicismo popular es mayoritario en el no al aborto y entrar en la casuística de los supuestos más extremos no es lo que se espera de un Papa en sus homilías. Esto para los profesores de moral.
En cuanto a los anticonceptivos no abortivos en orden a la libertad del matrimonio y a regulación de la natalidad, los silencios que guarda, tienen un valor no pequeño, pero en cuanto a ofrecer una nueva doctrina, que en este tema podría muy bien conectar con la mayoría social del pueblo católico, no lo está haciendo; probablemente porque de nuevo Francisco es más conservador que nosotros y piense, además, que no es una batalla en la que se gane mucho en libertad, pues la gente católica la está resolviendo en conciencia y resolviendo muy bien; luego poco que ganar y mucho que perder.
En suma, que los cambios que se le exigen para que no sea un impostor, amigo Rubén Amón, no son los que prometió ni los piensa como tú, ni los considera centrales en su reforma. Y mucha gente del catolicismo más abierto, lo sabe, y se lo criticamos, pero ni en todo, ni tanto como para hacer de ello una cuestión de principios. Pensamos, desde dentro de la Iglesia, que el giro que Francisco da en la doctrina a varios núcleos evangélicos y las actitudes personales que elige ante la gente, han de tener un peso de verdad practicada para el catolicismo que, si vive unos años más, lo renovará mucho en coherencia con su origen en Jesús. Pero en todo esto, una lucha sin cuartel de personas, grupos, posiciones, y expectativas, contienen nuestro aliento por si todo queda en agua de borrajas.

Pero insisto, y si me lo permite Rubén Amón, no son tantos los católicos que exigirían a Francisco un cambio radical e inmediato en cada uno de los temas que ha propuesto en su artículo; no, todo está lleno de diferencias y hay que jugarlas con habilidad. Y no hay que confundir esto con el hecho de que sí son muchos los hombres y mujeres de convicciones seculares que piensan el catolicismo reformado bajo la exigencia de "las medidas que dice Rubén Amón", pero ya no es lo mismo.
O de otro modo dicho, que la batalla está lejos de resolverse en esas concreciones normativas que recuerda este periodista, porque las que no tienen un pase, no van a durar por mucho tiempo, y ya languidecen en nuestras conciencias; porque otras de las dichas, quedan lejos de ser mayoritarias en la conciencia de los fieles, por más que desde fuera parezcan obvias; (¡téngase en cuenta que no faltan sectores de la cultura secular conservadora, con mucha influencia entre los católicos con poder, que le dicen a la Iglesia que su normalización moral ante el mundo sería su perdición como alternativa contracultural, y esto tienta muy arriba!); y porque para muchos de nosotros la batalla no es por los reglamentos, que a larga también, sino todavía por la legitimidad de la interpretación liberadora del evangelio, y en este caso, con significado central para los más débiles de la historia, y como justicia que incluye, no sólo como beneficencia que condesciende. No sé si Rubén Amón piensa en esto. Esta es todavía nuestra batalla y yo creo que la de Francisco, porque sólo desde aquí algo nuevo puede venir.
Luego, ni tanto aplauso a Francisco desde el catolicismo real, ni tantas promesas por su parte sobre cambios en la normativa moral, ni tan descorazonador el fruto futuro de sus actitudes de vida y de sus convicciones éticas y creyentes. ¿Qué pasará, morirá y no habrá nada? ¿No habrá por su culpa o responsabilidad? No lo creo, o no principalmente, sino porque la partida la habría perdido en la sombras de una iglesia mucho más reacia al significado liberador del Evangelio de lo que reconoce nuestro autor. Todo es menos imperial y monárquico, y más florentino y combatido de lo que parece. Y lo es arriba y lo es abajo, entre los bautizados de toda condición. No es verdad que las buenas ideas no muevan el mundo, pero las buenas ideas no están solas, y otras peores pueden ser defendidas por otros con más medios, más tiempo o menos sonrojo.
Francisco tiene un debe y el tiempo corre, pero no exactamente el que se dice en estas exigencias del artículo que comento. Francisco no ha hecho mucho de lo que se le atribuye, porque ni prometió eso y en todo, ¡es un conservador!, ni todavía hay base social católica decisiva para arroparlo en varios de esos cambios normativos, ni el Papa puede salir a campo abierto sin recontar sus fuerzas y perder más de lo que se gana en lo que más le importa: devolver al centro el Evangelio Liberador de Jesús y su Dios.
Y quizá, también, porque no es tan reformador como se le supone, sino más bien predicador de ideas que otros pueden hacer revolucionarias en justicia, fraternidad y fe. Yo esto pienso, y por eso, ni lo magnifico ni me decepciono; no espero mucho más y no vamos mal, salvo en el gran retraso con respecto a lo que corresponde a la mujer. En esto, como siempre que se trata de derechos fundamentales, no puede haber negociación.
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