Filosofía y liberación, XXXIV aniversario de los mártires de la UCA salvadoreña Abrirse a la realidad 'para hacerse cargo de ella': El pensamiento de Ignacio Ellacuría

Ignacio Ellacuría
Ignacio Ellacuría

"Nacido en 1930 en Portugalete (Bizkaia), Ignacio Ellacuría llegó a los 19 años a El Salvador y allí se quedó, compartiendo la vida, los sufrimientos, las alegrías y las esperanzas de aquel pueblo y de los pueblos centroamericanos"

"Estudió filosofía y teología. Fue Rector de la Universidad Centroamericana (UCA) de El Salvador, Fue vilmente asesinado junto con otros seis compañeros jesuitas y tres empleadas en 1989 por la extrema derecha militar y política del país, como antes lo había sido monseñor Romero en 1980"

"El norte y la guía de reflexión y de actuación de Ellacuría lo constituía la realidad global de las mayorías populares y los pueblos oprimidos. Desde esta perspectiva, reflexionaba, actuaba, meditaba"

"Poco antes de su asesinato, señaló la necesidad de un nuevo proyecto histórico: debe ponerse en vigor el principio de la prioridad de lo común y de lo humano sobre lo particular. Ser fiel a esta perspectiva de liberación significó de hecho convertirse en blanco de la violencia"

Nacido en 1930 en Portugalete (Bizkaia), Ignacio Ellacuría llegó a los 19 años a El Salvador y allí se quedó, compartiendo la vida, los sufrimientos, las alegrías y las esperanzas de aquel pueblo y de los pueblos centroamericanos. Estudió filosofía y teología en El Salvador, pasando posteriormente a Alemania, donde obtuvo su doctorado. Discípulo de Xabier Zubiri, fue uno de los miembros más activos del Seminario Xabier Zubiri, editando también algunos de los libros póstumos de este filósofo. Fue Rector de la Universidad Centroamericana (UCA) de El Salvador, regentada por la Compañía de Jesús. Fue vilmente asesinado junto con otros seis compañeros jesuitas y tres empleadas en 1989 por la extrema derecha militar y política del país, como antes lo había sido monseñor Romero en 1980.   

Te regalamos ‘Informe RD – Claves del Sínodo de la Sinodalidad’

Lo primero que habría que señalar como articulador de su pensamiento es la profunda unidad de su trayectoria vital e intelectual. El norte y la guía de reflexión y de actuación de Ellacuría lo constituía la realidad global de las mayorías populares y los pueblos oprimidos. Desde esta perspectiva, reflexionaba, actuaba, meditaba. Por ello la filosofía y la vida no quedaban separadas y aisladas, sino que aparecían en estrecha y coherente articulación. Su reflexión filosófica tenía «carne y enjundia populares», las mayorías populares explotadas tenían un compañero de reflexión y de orientación. Teoría y praxis buscaban articularse de manera coherente y constructiva. 

Ignacio Ellacuría fue discípulo de Zubiri (podríamos casi decir el discípulo), pero no fue un simple comentador e intérprete del pensamiento de este filósofo, sino un pensador que se inspiraba en él de manera libre y creativa, poniendo al descubierto y retrabajando sus vetas liberadoras y críticas, junto a perspectivas provenientes del cristianismo y del marxismo.

En la tarea de esclarecer la dinámica del conocimiento humano Ellacuría mantenía que Xavier Zubiri abogaba por un «realismo crítico» (hay textos póstumos que emplean incluso el término «materismo») que en él podía ser definido como «materialismo abierto». La razón humana debe ser considerada fundamentalmente como inteligencia sentiente en íntima unidad estructural. El sentir humano y la intelección no son dos actos distintos, cada uno de ellos completo en su nivel, sino que constituyen dos momentos de un único acto de aprehensión sentiente de lo real: la inteligencia sentiente. El sentir humano y el inteligir constituyen un único acto de aprehensión, dialécticamente organizado, conjuntamente estructurado. Este acto, en cuanto sentiente, es impresión; en cuanto intelectivo, es aprehensión de la realidad. Por lo tanto, el acto único y unitario de la intelección sentiente es impresión de realidad. Por consiguiente inteligir es un modo de sentir y sentir es en el hombre un modo de inteligir. 

Si la razón es inteligencia sentiente en íntima unidad, esto hace posible que el hombre se abra a la realidad y a toda la realidad, para «hacerse cargo de ella». Abrirse a la realidad «para hacerse cargo de ella» puede ser considerado como una articulación fundamental de la reflexión filosófica de Ellacuría. Esta articulación dialéctica entre inteligencia, praxis y liberación se muestra como la estructura global de la comprensión y del propio dinamismo de la inteligencia en el afán de aprehender en profundidad la realidad en todos sus momentos constituyentes y constitutivos.

Ellacuría analizó cómo y en qué formas ocurre el encuentro con la realidad, señalando tres dimensiones constitutivas de la inteligencia: noética, ética ypráxica.

La dimensión noética nos abre a la aprehensión sentiente de la realidad y de toda la realidad, con amplitud de perspectivas. Por su parte la dimensión ética nos hace ver que la inteligencia es interpelada por la propia realidad y debe responder a las exigencias que emanan de esta interpelación. ´Por último la dimensión práxica señala aquella dimensión de la inteligencia que le hace tomar a su cargo un quehacer real, es decir «hacerse cargo de la realidad» en el sentido de «encargarse de ella». De esta manera se descubre que la inteligencia no es la fría descubridora, neutral y desinteresada, de lo existente, que lo objetiviza, lo parcializa y en definitiva no lo conoce en profundidad, sino el instrumento para penetrar en la complejidad y profundidad de lo real, que permite conjuntamente comprenderlo y también actuar sobre él. No hay disyunción entre comprensión y transformación.

El planteamiento kantiano del interés de la razón y la dimensión transformadora del pensamiento puesta de manifiesto por Fichte y el marxismo están bien presentes en toda la reflexión de Ellacuría. «Este enfrentarse con las cosas reales en tanto que reales tiene una triple dimensión. El hacerse cargo de la realidad, lo cual supone un estar en la realidad de las cosas -y no meramente un estar ante la idea de las cosas o en el sentido de ellas-, un estar «real» en la realidad de las cosas, que en su carácter activo de estar siendo es todo lo contrario de un estar cósico e inerte, implica un estar entre ellas a través de sus mediaciones materiales y activas. El cargar con la realidad, expresión que señala el fundamental carácter ético de la inteligencia, que se ha dado al hombre no para evadirse de sus compromisos reales, sino para cargar sobre sí con lo que son realmente las cosas y con lo que realmente exigen.

El encargarse de la realidad, expresión que señala el carácter práxico de la inteligencia, que sólo cumple con lo que es, incluso en su carácter de conocedora de la realidad y comprensora de su sentido, cuando toma a su cargo un hacer real». Según esto, la finalidad última de la filosofía no consiste sólo en hacer avanzar el conocimiento -aunque esto sea bueno y totalmente necesario para dicha finalidad- sino en encargarse, de la manera más adecuada posible, de la realidad y de toda la complejidad de la realidad. La filosofía es un conocimiento que está ligado indisolublemente a un quehacer práctico e histórico. Por ello, no es de extrañar que la filosofía quede definida formalmente por Ellacuría como momento ideológico de una praxis social e histórica. 

El libro de Ignacio Ellacuría Filosofía de la realidad histórica, publicado póstumamente en 1991 merced al trabajo y el cuidado de Antonio González, es un texto clave para comprender su reflexión última sobre los constitutivos fundamentales de la realidad histórica y sobre la praxis social, aunque sea un libro incompleto. La filosofía de la historia se ha debatido durante mucho tiempo en una estéril lucha entre idealistas y materialistas. Este libro de Ignacio Ellacuría es un intento de superar esa dicotomía clásica. Tomando como punto de partida algunos conceptos fundamentales de la filosofía de Zubiri, Ellacuría cree posible asumir y a la vez criticar ambos extremos, desde una actitud de realismo crítico.

La primera constatación de la que parte este libro consiste en mostrar que la realidad es fundamentalmente dinámica. El dinamismo está inscrito en la realidad misma de cada cosa y cada cosa es así transcendentalmente dinámica. La realidad no es sujeto-de un dinamismo, ni tampoco sujeto-a un dinamismo, sino algo constitutivamente dinámico en sí mismo. La realidad es de por sí dinámica, de suyo dinámica y su momento de dinamismo consiste inicialmente en un dar de sí, que es el fondo de todo dinamismo.

El mundo, como respectividad de lo real en tanto que real, no tiene dinamismo, ni está en dinamismo, sino que es dinámico. «La realidad viviente, como mismidad estructural, es una mismidad formalmente dinámica: la vida es un dinamismo para poder seguir siendo el mismo precisamente no siendo lo mismo. [...] El dinamismo de la realidad hace que las cosas vayan deviniendo en mismidad, una mismidad que es así doblemente deveniente: porque es resultado de un devenir y porque permanece deveniente en su mismidad. Vemos aquí una de las raíces y una de las constantes del devenir histórico, que hace de la historia una especie de cambio persistente, es decir, de un cambio que no puede cesar y que en este incesante cambiar tiene su modo peculiar de persistencia viva».    

En el hombre el dinamismo de la mismidad se convierte en un dinamismo de suidad. Toda realidad plenamente sustantiva es «suya», es «su» realidad, una forma «propia» de ser real. «El dinamismo de la persona en su peculiar forma de dar de sí es un dinamismo de suidad, que lleva a la plena constitución de la sustantividad individual. Su estar entre las cosas es un estar real en la realidad; su poseerse no es sólo mantenerse activamente en sus estructuras individuales, sino ser su propia realidad». Aquí se sitúa radicalmente el dinamismo de lalibertad, que va determinando el ser de su propia realidad, su figura. Y esta es la razón de que la personalidad de la persona se va forjando con las posibilidades de las que se apropia y a las que en esta apropiación da poder sobre sí; por eso este dinamismo es primeramente un dinamismo de posibilitación, antes que un dinamismo de ejecución. Aquí radica precisamente la posible contribución irreductible de cada persona al sistema de posibilidades históricas que se abre camino en la existencia humana.

Finalmente está el dinamismo de la historia, el dinamismo creador de la posibilitación y de la capacitación. En este campo este dinamismo adopta una forma especial: se hace praxis histórica. Y aquí Ellacuría se enfrenta con fuerza a la concepción aristotélica, porque a su juicio tiene fundamentalmente un carácter «contemplativo» y porque separa excesivamente la poiesis y la praxis. La concepción aristotélica supone erróneamente, según Ellacuría, que el hombre puede hacerse a sí mismo sin hacer lo otro de sí mismo, que puede crearse sin crear, transformarse sin transformar la realidad que le penetra y le constituye. Ahora bien, sólo es praxis aquel hacer que es un hacer real de realidad; un hacer que va más allá del puro hacer natural, «porque la historia, siendo siempre hecho, es siempre más que hecho, y este más es el “novum”, que el hombre añade a la naturaleza, desde ella, pero sobre ella. Si se quiere hablar de transformación, la transformación que definiría a la praxis sería la intromisión de la actividad humana, como creación de capacidades y apropiación de posibilidades, en el curso dinámico de la historia». 

Este es el imperativo ético. Imperativo que, por otra parte, no sólo le obliga individualmente al hombre, en el reducto de la propia conciencia, al modo del idealismo, ni tampoco sólo en tanto que miembro de una clase social, como en el marxismo, sino como sujeto a la vez individual y específico, como miembro a la vez solitario y solidario de la especie humana. La praxis humana es praxis personal y praxis social conjuntamente. No se puede reducir a uno solo de sus componentes. No sólo es transformación de las condiciones materiales, de las estructuras sociales y políticas, sino también de las dimensiones humanas. Que la praxis política o la praxis económica puedan ejercer una mayor eficacia inmediata en la transformación de la sociedad, no significa que agoten toda la necesidad de transformaciones reales.

Olvidar la dimensión personal de cualquier modo de praxis supone en definitiva alienarla y convertirla en manipulación de objetos, en naturalización de personas. «En la praxis histórica es el hombre entero quien toma sobre sus hombros el hacerse cargo de la realidad, una realidad deveniente, que hasta la aparición del primer animal inteligente se movía exclusivamente a golpe de fuerzas físicas y de estímulos biológicos. La praxis histórica es una praxis real sobre la realidad, y éste debe ser el criterio último que libere de toda posible mistificación: la mistificación de una espiritualización que no tiene en cuenta la materialidad de la realidad y la mistificación de una materialización que tampoco tiene en cuenta su dimensión transcendental». 

Poco antes de su asesinato, en su último artículo escrito y que me envió para un libro colectivo en memoria de otro filósofo vasco como José Manzana, Ignacio Ellacuría señaló la necesidad de un nuevo proyecto histórico. Ésta es la clave profunda de su reflexión y de su acción. «No se puede querer rectamente ningún bien particular y ningún derecho, si no se refieren ese bien y ese derecho a conseguir el bien común de la humanidad y la plenitud humana del derecho. Ahora bien, en un mundo dividido y conflictivo, no radicalmente por las guerras sino por la injusta distribución de los bienes comunes, esa comunidad y esa humanidad no es estática y unívoca, por lo cual debe ponerse en vigor el principio de la prioridad de lo común y de lo humano sobre lo particular. Esto se logra dando prioridad teórica y práctica a las mayorías populares y a los pueblos oprimidos a la hora de plantear con verdad, con justicia y con justeza el problema de los derechos humanos».

Ser fiel a esta perspectiva de liberación significó de hecho convertirse en blanco de la violencia de los dictadores y explotadores que no podían permitir que estas reflexiones pudieran articular una praxis de liberación contar toda opresión. No eran tontos los causantes de su asesinato, del de sus compañeros y de tres mujeres empleadas en la Universidad Centroamericana, los que así actuaron, eran criminales que querían tapar los gritos de justicia del pueblo salvadoreño.      

Obras: Teología política (1973) Fe, justicia y opción por los oprimidos (1980) Conversión de la Iglesia al reino de Dios (1984) Implicaciones sociales y políticas de la teología de la liberación (1989) Mysterium liberationis: conceptos fundamentales de la teología de la liberación (1990) Ignacio Ellacuría. Teólogo mártir por la liberación del pueblo (1990) Filosofía de la realidad histórica (1991) Ignacio Ellacuría, el hombre, el pensador, el cristiano (1994) Fe y justicia (1999) Escritos Políticos. 3 Tomos (1991) Escritos Filosóficos. 3 Tomos (1996, 1999, 2001) Escritos Universitarios (1999) Escritos Teológicos. 4 Tomos (2000 y 2002) Mi opción preferencial por los pobres (2009) La lucha por la justicia (2012) 

Volver arriba