Perspectivas al Congreso Misionero Guatemalteco Desde un mundo globalizado en crisis hacia una Iglesia sinodal
"El Sexto Congreso Misionero de Guatemala le apuesta a una Iglesia: Sinodal-Profética-Misionera-Discipular, signo de Esperanza entre los Pueblos, para el servicio del Reino"
"Quiere ser un Congreso que también mira hacia fuera: la realidad de un mundo globalizado en crisis, donde la geopolítica de las naciones poderosas, al mando de la plutocracia, gesta un nuevo orden que es amenaza para el sur global"
"La propuesta de una Iglesia Sinodal-Profética-Misionera-Discipular entre los pueblos encuentra su correlato en una crítica radical de este sistema. Pero no es pesimismo sin alternativa: se abre la esperanza de otro mundo posible. Y el Sínodo de la Sinodalidad lo reafirma: "el camino sinodal no es un evento, sino un estilo de ser Iglesia"
"La propuesta de una Iglesia Sinodal-Profética-Misionera-Discipular entre los pueblos encuentra su correlato en una crítica radical de este sistema. Pero no es pesimismo sin alternativa: se abre la esperanza de otro mundo posible. Y el Sínodo de la Sinodalidad lo reafirma: "el camino sinodal no es un evento, sino un estilo de ser Iglesia"
| Víctor M. Ruano P. Pbro.
Intentando abrir perspectivas al Congreso Misionero Guatemalteco que se celebra del 14 al 16 de noviembre, en Zacapa, región oriental de Guatemala, desarrollo esta reflexión en tres momentos: primero, una aproximación crítica a la realidad socioeconómica global; segundo, una lectura teológico-pastoral ; y tercero, orientaciones pastorales que quieren arrojar luz para las Iglesias locales, particularmente en contextos latinoamericanos, como Guatemala, donde los retos de justicia, exclusión y corrupción son dramáticos.
Aproximación a la realidad socioeconómica global
Vivimos un contexto histórico complejo. A nivel internacional: escalada armamentista de todo tipo, y particularmente nuclear que amenaza la paz mundial y al Planeta entero; guerra comercial mediante una brutal política económica de aranceles, acciones de genocidio ante la indiferencia de las naciones más poderosas del mundo, criminalización de migrantes de parte del gobierno norteamericano y de naciones europeas, ecocidios en muchas partes del Planeta, globalización económica avanzada, digitalización de la vida, concentración del poder y del capital, fragilidad del sentido ético y espiritual. Desde la geopolítica de las naciones poderosas, al mando de la plutocracia, se gesta un nuevo orden que es amenaza para el sur global.
A nivel local: vivimos bajo un régimen de corrupción e impunidad que se consolida; una frágil democracia amenazada brutalmente desde los más altos organismo del Estado como el Congreso, el Organismo Judicial y la Fiscalía General perpetrando golpe al Estado de Derecho; un creciente empobrecimiento de su población, hartazgo de la clase política, imposición de un modelo económico extractivista.
En este escenario, la invitación a edificar una Iglesia Sinodal-Profética-Misionera-Discipular, signo de esperanza entre los pueblos para el servicio del Reino, se vuelve urgente e importante, partiendo de la denuncia de un sistema que absolutiza el mercado, deshumaniza la economía y vacía la espiritualidad auténtica.
Ante ese panorama crítico sumamos el llamado de Papa León XIV en su exhortación Dilexi te a “una Iglesia pobre para los pobres” bajo la inspiración del magisterio del Papa Francisco, quien, además llamaba a una “transformación misionera de la Iglesia” y desde el proceso sinodal: Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión. La Iglesia toda deberá comprometerse a que caminemos juntos, escuchemos más hondo y discernamos mejor en el ser y actuar del mundo contemporáneo.
La globalización neoliberal ha hecho del mercado un actor central de la vida humana. Las finanzas, la tecnología y el comercio internacional configuran un sistema en el que los seres humanos se convierten en meros recursos, consumidores o descartables. Estamos inmersos en la cultura del tener que reemplaza la cultura del ser, el valor de la persona se mide por su productividad, y la idolatría del dinero y del poder se convierte en el nuevo culto. En este contexto, la dignidad humana, la solidaridad y el cuidado de la creación se vuelven valores marginales.
Esta realidad tiene múltiples efectos: desigualdad creciente, pobreza persistente, explotación laboral, migración masiva, crisis ambiental, corrupción estructural. En Guatemala, como en muchos países latinoamericanos, esta lógica se manifiesta en un poder judicial capturado, en una Fiscalía General debilitada, en mafias que operan desde las estructuras estatales, en la impunidad que alimenta la desesperanza, de tal manera que el sistema vigente no es accidente, sino un modelo que beneficia a unos pocos y excluye a la mayoría.
Desde el pensamiento social de la Iglesia, este modelo global viola múltiples principios: la dignidad de la persona, el bien común, la solidaridad, la opción preferencial por los pobres, el cuidado de la creación. Una economía que descuida esos principios se convierte en algo que “mata” —como denunciaba el Papa Francisco en Evangelii Gaudium. Esta crisis es también espiritual: no se trata solo de reorganizar estructuras, sino de cambiar mentalidades, modos de vida, visiones de futuro.
Aquí planteamos que en la vida de la Iglesia y del mundo los vínculos y las relaciones auténticas son esenciales. “El cuidado de las relaciones no es una estrategia, sino el modo en que Dios se ha revelado”. Esto significa que la globalización que desvincula y separa —que empuja a cada persona a la soledad, al aislamiento, al consumismo— se opone al proyecto de Dios de comunión. Desde esta óptica, las estructuras injustas del poder judicial, del Ministerio Público o de las élites económicas que corruptamente dominan no son meras fallas, sino son síntomas de una lógica opuesta a la sinodalidad, a la participación auténtica, al caminar juntos, al sueño de una humanidad distinta.
Por tanto, el análisis crítico del mundo en el que vivimos se deja orientar por tres aspectos estructurales:
-El poder que domina y excluye: las mafias económicas o institucionales operan cuando no hay transparencia, participación ni corresponsabilidad.
-La economía que marginaliza: cuando las personas son vistas como recursos o costos, no como sujetos con dignidad.
-La comunidad que se fragmenta: cuando la globalización produce aislamiento, consumismo y cultura del descarte, se debilita la capacidad de corresponder al llamado de fraternidad y corresponsabilidad.
Así, la propuesta de una Iglesia Sinodal-Profética-Misionera-Discipular entre los pueblos encuentra su correlato en una crítica radical de este sistema. Pero no es pesimismo sin alternativa: se abre la esperanza de otro mundo posible. Y el Sínodo de la Sinodalidad lo reafirma: “el camino sinodal no es un evento, sino un estilo de ser Iglesia”.
Lectura crítica desde el Evangelio y la enseñanza social de la Iglesia
-El Evangelio y la praxis de Jesús
Jesús de Nazaret vivió y actuó en un contexto de opresión, desigualdad y marginación. Su anuncio del Reino de Dios —“los últimos serán los primeros”, “el que quiera ser grande, que sea siervo” (Mc 10,43-45); “el Espíritu del Señor está sobre mí… me ha enviado a proclamar la Buena Nueva a los pobres” (Lc 4,18) — contraponen la lógica del poder, la acumulación y la exclusión. Su cruz revela el escándalo del poder que mata, y su resurrección inaugura un Reino de vida y comunión. Su mesa con los excluidos, su gesto con los pecadores, su rechazo de la hipocresía y la opresión, son paradigma de una espiritualidad encarnada, liberadora, profética que ha de animar la iglesia que queremos ser.
La fe viva a la que alude Dilexi te, se encarna en esta praxis. “La fe sin obras es muerta” (St Santiago 2,17) ; León XIV lo afirma: la fe verdadera genera justicia social, servicio al prójimo. Desde ese punto de partida, el análisis de la realidad global se ilumina porque el Evangelio no es neutral, sino revolucionario. Vivir la fe implica comprometerse con los pobres, denunciar la corrupción, transformar los poderes injustos. Y la sinodalidad invita a hacerlo juntos, escuchando, participando, caminando en corresponsabilidad.
-Enseñanza social de la Iglesia y magisterio del Papa Francisco
La Iglesia, con su pensamiento social, ha insistido en que la dignidad humana es el primer principio: cada persona vale más que sus productos o utilidades. El bien común, la subsidiariedad, la solidaridad son criterios para evaluar la economía y la política. El Papa Francisco, por su parte, aporta un lenguaje fresco: denuncia una “economía de exclusión”, exige una “conversión ecológica integral” (Laudato Si’) y destaca la fraternidad universal (Fratelli Tutti).
El proceso sinodal recoge esta sensibilidad y la articula con la sinodalidad: comunión, participación y misión. Las Iglesias locales deben adoptar una metodología de escucha, diálogo, discernimiento comunitario. Con ello, la comunidad eclesial se posiciona como espacio de transformación, no solo interno sino social. Una Iglesia sinodal es una Iglesia que acompaña los procesos de justicia, que está al lado de los excluidos, que modifica sus estructuras para ser transparente, participativa y misionera.
El llamado a una mayor corresponsabilidad —laicos, consagrados, obispos— se hace urgente: “En virtud del Bautismo… todos fuimos bautizados por un solo Espíritu en un solo cuerpo” (DF del Sínodo, 21). Esto desactiva la lógica del poder cerrado y abre la posibilidad de que la Iglesia sea fermento de otra economía, otro sistema, otra cultura: aquella que pone al centro la vida, la dignidad, la comunión.
-Reflexión teológica latinoamericana
La reflexión teológica elaborada desde América Latina propone que la salvación no es únicamente individual sino también social, que Dios se manifiesta en los pobres y que la fe necesita compromiso histórico. Desde esta perspectiva, la estructura de pecado engloba injusticias económicas, políticas y ecológicas. Esto requiere una espiritualidad auténtica que no huya del mundo, sino que lo asume para transformarlo.
La sinodalidad aporta aquí también, invitando a preguntarse cómo la comunidad creyente se inserta en las periferias, en las fronteras de la vida, cómo los pobres no solo son destinatarios sino protagonistas de su liberación. La sinodalidad es caminar juntos con Cristo y hacia el Reino de Dios, en unión con toda la humanidad. Esto reinterpreta la teología desde nuestro continente: no sólo como denuncia, sino como proceso comunitario, mistagógico, eucarístico, sinodal.
En suma, la espiritualidad liberadora, la enseñanza social de la Iglesia y la sinodalidad convergen en una sola dinámica: fe que transforma, comunidad que actúa, mundo que espera justicia. Y eso nos lleva al plano pastoral.
Orientaciones pastorales en clave sinodal, profética, misionera, discipular
Frente a este panorama, la Iglesia está llamada a adoptar orientaciones pastorales que integren estos horizontes: fe viva, sinodalidad auténtica, justicia transformadora. A continuación, me atrevo a lanzar algunas líneas posibles:
-Promover comunidades de escucha y discernimiento. En cada parroquia, movimiento, diócesis es urgente activar espacios donde se practique la sinodalidad: consolidar los Grupos Sinodales de Reflexión, GSR, que fueron clave en el proceso preparatorio del COMGUA VI; encuentros o reuniones en los que todos tengan voz, y se escuche especialmente a los marginados, los jóvenes, las mujeres, los pueblos originarios. La sinodalidad no es un fin en sí misma, sino que apunta a la misión. Esto implica una formación pastoral que habilite al pueblo a participar, discernir y acompañar.
-Incorporar la opción preferencial por los pobres en lo cotidiano. No es suficiente hablar de justicia: hay que actuar. Las comunidades pueden generar iniciativas concretas: economías solidarias, redes de apoyo a los migrantes retornados y a los desempleados, campañas contra la corrupción local y fiscalización de las autoridades en su gestión pública, acompañamiento a las familias de los migrantes. La fe que propone León XIV “engendra” justicia social; la Iglesia sinodal lo asume como responsabilidad misionera.
-Revisar las estructuras eclesiales desde la transparencia, la corresponsabilidad y la participación. Las instituciones eclesiales (vicariatos, curias, tribunales eclesiásticos) no quedan fuera del cambio. La necesidad de que la sinodalidad se traduzca en “estructuras que favorezcan la comunión, la participación y la misión”. En contextos con corrupción, justicia capturada o impunidad, la Iglesia debe dar el ejemplo: espacios abiertos, rendición de cuentas, decisiones compartidas.
-Formar en una espiritualidad liberadora que une contemplación y compromiso. Las comunidades deben retomar: una espiritualidad que no escape del mundo, sino que lo transforme. Oración, celebración, formación litúrgica, reflexión sobre la realidad, acción concreta. “Sin profundidad espiritual, la sinodalidad se convierte en un mero expediente organizativo”. Esto implica que las pastorales tengan espacio de silencio, meditación, acompañamiento espiritual, para que la acción no sea activismo sin raíz.
-Impulsar la misión como estilo de vida de la Iglesia sinodal
La Iglesia no está para preservarse a sí misma, sino para ir hacia las periferias. En este sentido, la sinodalidad exige “cultura de la salida”, presencia entre los que sufren, diálogo con los que no están, solidaridad con los que padecen. En Guatemala u otros contextos donde el poder judicial está debilitado o capturado, la Iglesia puede asumir un papel profético: acompañar a las víctimas, exigir transparencia, promover la formación ciudadana, fortalecer la cultura de la legalidad.
-Cuidar la creación y la economía como expresión de la fraternidad universal. La crisis ecológica y económica no es ajena a la sinodalidad. El mundo globalizado explota la tierra, margina a los pobres, genera migraciones. La sinodalidad nos llama a caminar juntos hacia el Reino de Dios, en unión con toda la humanidad. Esto significa que las pastorales ecológicas, sociales y económicas deben converger: promover economías que respeten la dignidad humana, comunidades que cuiden la casa común, redes que desafíen la lógica del lucro a toda costa.
-Cultivar la esperanza activa y la corresponsabilidad mundial. La sinodalidad no es resignación sino esperanza activa. No se trata de esperar que otros cambien, sino de asumir desde el propio lugar un estilo diferente. Las Iglesias locales deben mirar más allá de sus fronteras, participar con otros pueblos en un movimiento universal de fraternidad. La sinodalidad es “caminar con Cristo hacia el Reino” y que esta experiencia es “renovación y misión”.
Conclusión
La globalización ha creado un mundo interconectado, pero también profundamente desigual y fragmentado. Las estructuras del sistema económico dominante con una gestión política en manos de plutócratas amenazan la paz mundial, el crecimiento integral para todos y son un peligro para el Sur Global. De igual manera, entre nosotros, las estructuras de impunidad, corrupción y exclusión, incluyendo ámbitos como el poder judicial o el Ministerio Público, muestran que no basta con cambiar leyes, sino que se necesita una transformación integral de la cultura, de la espiritualidad, de las relaciones.
La fe cristiana, como nos enseñan el Evangelio, la Iglesia en su pensamiento social, la reflexión teológica latinoamericana y el proceso sinodal, no se contenta con adaptarse, sino que apuesta por otro mundo posible: uno de comunión, participación y misión. Apuesta por una Iglesia sinodal donde: caminan juntos, escuchan, incluyen, decide en corresponsabilidad, y solo así, son parte esencial de esa transformación.
Para las comunidades cristianas en Guatemala y en América Latina, el reto es concreto: ser testigos de una fe que se hace vida pública; ser fermento de justicia donde la corrupción institucional oprime; ser espacio de esperanza donde los descartados encuentran dignidad; ser comunidad donde la sinodalidad se viva no como discurso sino como praxis.
El llamamiento es claro: creer no para aislarnos, sino para amar y servir. Caminar juntos no es una opción periférica, sino una condición del ser Iglesia. No basta orar para que las cosas cambien: la oración debe impulsarnos a actuar, a acompañar, a transformar. Una espiritualidad liberadora, una Iglesia sinodal, un mundo más humano están al alcance si asumimos juntos este camino.
Que el Señor de la historia, que reina desde la cruz, nos conceda la audacia de ser Iglesia sinodal y liberadora, testigo de su Reino de justicia, paz y alegría.
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