Cuaresma: el otro como don y la esperanza

Hay dos expresiones que me han llegado hondo en los mensajes para este tiempo de Cuaresma del Papa Francisco
La primera es la que escribió en el Mensaje de Cuaresma, en el que dice que “el otro es un don; cada persona es un don que merece acogida, respeto y amor”.
La otra expresión la dijo en la homilía del Miércoles de Ceniza, en la que manifestó que la Cuaresma es un “tiempo de esperanza para volver a respirar, porque nos hemos acostumbrado a respirar un aire cargado de falta de esperanza, un aire de tristeza y de resignación” y nos exhortó a “que nuestro esfuerzo forje una esperanza sólida”.
A este respecto, Etty Hillesum, la gran mística del siglo XX, expresaba con audacia, sencillez y confianza: “No eres tú (Dios) quien puede ayudarnos, sino nosotros quienes podemos ayudarte a ti y, al hacerlo, nos ayudamos a nosotros mismos”. Y, en los peores momentos peores del exterminio nazi, manifestaba la necesidad de “mantener la esperanza”.
La esperanza no es, por lo tanto, una expectativa, una demora, un anhelo, sino el compromiso, mediante nuestro esfuerzo diario, para que la utopía que deseamos se convierta en topía, en realidad, en concreción en nuestra propia vida.
Por eso no podemos quedarnos parados como los discípulos ante la desaparición terrena de Jesús. Ante este espectáculo, el enviado de Dios les dice: “¿Qué hacéis ahí mirando el cielo?”.
Porque es hora de trabajar, de proclamar y anunciar con nuestra vida la buena noticia de la liberación, la dignidad, la compasión, la felicidad. Para el otro que camina a nuestro lado, sobre todo el otro excluido, marginado, rechazado.
Porque todo es gracia, es don. Y el otro es un don para nosotros que sana de nuestras heridas, de la soledad, fortalece nuestra fragilidad y es respuesta para nuestras dudas. Sin la cercanía, la escucha y la acogida del otro, no llegaremos a ser cada uno de nosotros lo que estamos llamados a ser en plenitud. El otro es el criterio más auténtico para nuestra plena felicidad.
Y eso significa hacer palpable la esperanza, es decir, dar liberación, plenitud y dignidad a las vidas de quienes se sienten atrapados por el imperio cotidiano de la muerte. Esto es lo que significa resucitar, ya en esta vida, a la vida eterna que, como dice Jesús, es que reconozcan dentro de sí al único Dios verdadero, a la Fuente de la Vida y la Esperanza, que es Amor.
Cumplir este mandato de vivir el don de la esperanza, con ilusión y aportando confianza al otro a quien salimos al encuentro, es cumplir la voluntad de Dios en esta Cuaresma, en cada día de nuestra existencia. Porque la voluntad de Dios es que el otro, la otra que nos acompaña, alcancen su máxima plenitud humana, que seamos felices juntos, en libertad, justicia, paz y gozo compartidos. Junto a la naturaleza de la que formamos parte y el universo que nos cobija en su seno.
Estamos invitados pues en esta Cuaresma y siempre a vivir trabajando con esperanza por un mundo más justo, pacífico, mejor, junto al otro que siempre es un don para cada uno de nosotros y nosotras.
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