Mi trayectoria personal de amistad con Pedro Casaldáliga

A finales de los años setenta tengo las primeras referencias de Pedro Casaldáliga, como de un obispo comprometido con los indios y los poseiros de la Amazonia, en el Mato Grosso concretamente, donde él vivía y continúa viviendo. Y esta defensa le suponía entrar en conflicto con los terratenientes y el gobierno de turno, que defendía los intereses de aquellos.
Ya a principios de los años ochenta comienzo a leer algunos de sus escritos, testimoniales, impactantes, desafiantes, provocadores, combativos. Me impresionan y conmueven. Me mueven y me ayudan a confrontarme con mi realidad.
Junto a estos textos fui descubriendo sus libros de poemas. Como yo estaba por entonces comenzando a escribir poesía, fue un nuevo hallazgo, que me conmovió y me condujo a seguir más de cerca sus pasos, su vida, su compromiso vital y espiritual.
En este proceso estaba cuando pude visitar Nicaragua en 1986, durante la revolución sandinista. Por aquellas fechas ya Casaldáliga mostró con toda sinceridad, y sin importarle algunas importantes críticas, su profunda cercanía y solidaridad con las causas de esta revolución popular.
De hecho, rompió la promesa que había hecho de no salir de Brasil (por si la dictadura no le volvía a dejar entrar al país), para visitar Nicaragua al menos en dos ocasiones, para solidarizarse con su pueblo, por la agresión que ejercía el imperio norteamericano por medio de la guerrilla de la Contra. De estas experiencias brotó el libro Nicaragua, combate y profecía.
En 1992 le escribí, mostrándole mi cercanía a sus causas y mi admiración por su persona, como cristiano, obispo y poeta. En ningún momento pensé que me fuera a contestar, pero mi enorme sorpresa fue cuando en diciembre de ese año recibí una cariñosa felicitación de Navidad, escrita por entonces todavía a mano, como respuesta. Aún la conservo como un inestimable recuerdo de nuestro primer contacto.
En 1994 me decidí a pedirle que me hiciera un prólogo para mi libro de poemas Inundados de fraternidad que me iban a publicar en Paulinas. Fue una apuesta que no creía que fuera a tener réplica, por las muchas ocupaciones y actividades de Pedro, pero cuál no sería mi sorpresa cuando recibí su presentación y, esa vez, escrita en su máquina de escribir. También la guardo como oro en paño.
A partir de entonces he recibido nuevas presentaciones suyas y comentarios para los diversos libros que he ido publicando, y carteándome de forma cada vez más habitual, según han ido pasando los años.
En estas misivas, algunas veces Pedro me invitaba a que fuera a participar en las romerías de los mártires de la caminhada que se hacen cada año, para que no se pierda su memoria y se mantenga viva. Y al fin, en el año 2009, pude hacer realidad este sueño de visitarle en su palacio episcopal, que es una humilde casita en el campo, entre otras casas de sus vecinos. Marisa, mi mujer, y yo hacíamos ese año nuestras bodas de plata, y me regaló este viaje, que resultaría fascinante e inolvidable.
Por entonces el parkinson, que aún padece, le permitía tener bastante autonomía personal y expresarse perfectamente de palabra. Allí entablamos nuestras largas y entrañables conversaciones sentados en el patio, donde nos respondía con sabiduría a los interrogantes que le planteábamos (sociales, políticos, eclesiales…), y reíamos juntos con su agudeza, su buen humor y su alegría.
Allí también, en la capilla abierta que se encuentra en medio del patio, orábamos juntos dutante la oración de la mañana. Y allí renovamos Marisa y yo, con él como especial y exclusivo testigo, la renovación de nuestro compromiso matrimonial.
Nos sorprendió a los dos, sobre todo, su profunda cercanía, su amabilidad, el sentirnos únicos cuando estábamos a su lado, su ternura y el grado de intimidad que se establecía entre nosotros.
Porque estábamos ante el gran profeta del Mato Grosso; el obispo que desafiaba a los poderes políticos y eclesiales para sentirse libre de anunciar la buena noticia de la liberación de Jesús; el defensor de las causas de los más excluidos, marginados y oprimidos, tanto en la Iglesia como en el mundo; el cristiano que alzaba siempre la antorcha de una esperanza activa, en medio de una tierra saqueada y devastada; el gran poeta que traducía todas estas vivencias en poemas hermosos, certeros, comprometidos; el místico que siempre contemplaba y sabía conducir a la gente más allá de la dura realidad que nos rodea; la persona que cultiva una profunda oración y una espiritualidad que le mueve a dar su vida día a día por sus causas, que son las de su amado Jesús y del Dios de los empobrecidos.
Y además de todas estas facetas que le habían granjeado una gran estima y respeto internacional en todos los continentes y, en especial en América Latina, nos encontramos con el abuelito que nos abrazaba, nos cogía las manos entre las suyas, nos besaba y nos contaba sugerentes anécdotas, nos hablaba de los gatos que corrían por el patio, de los pájaros que cantaban desde las ramas de los árboles, del río Araguaia que pasaba tan cerca y en el que se refugiaba ante tanto dolor y sufrimiento y al que dedicó tantos versos…
Fue una visita tan especial que ha quedado, de manera indeleble, marcada en mi corazón. Pedro forma ya parte de mi familia, de mis amigos, de mi comunidad cristiana de base, de mi existencia. Y me siento profundamente agradecido por su amistad. Significa mucho para mí, por el testimonio único de su vida, por sus versos, por su amabilidad y afecto hacia mí.
Después de esta visita, pensé escribir un libro, con frases y breves reflexiones (una para cada día del año), tomadas de la mayor parte de los libros escritos por Pedro. Le pedí permiso y me lo dio gustosamente y profundamente emocionado. Y salió publicado en el año 2012, por Publicaciones Claretianas: Los cinco minutos de Pedro Casaldáliga. Es mi más sentido y humilde homenaje a su persona.
Adriano Ciocca, el actual obispo de Sao Félix do Araguaia, comenta que el parkinson sigue su curso implacable y que ya no puede hablar. Pero que «la presencia de Pedro Casaldáliga es un ánimo, una fuerza, una bandera… Su testimonio es el Evangelio de Nuestro Señor, no solo de palabra sino con el compromiso de vida».
Su presencia y su testimonio se mantienen vivos, y continuarán dando fuerza y esperanza a quienes deseen comprometerse en la construcción de otro mundo posible, más justo, fraterno, igualitario, en paz; de otra Iglesia más pobre, sencilla, comunitaria, profética. De otras relaciones entre las personas, donde prime el respeto a las distintas opciones, la amistad, la cordialidad, la solidaridad.
El viernes 16 de febrero cumple 90 años. Y se mantiene como una brasa inextinguible, que nos sigue ofreciendo esperanza, luz y calor. Y a través de nosotros y nosotras, al mundo. Sabemos que estamos vivos en su corazón, que está poblado de recuerdos y presencias, de nuestros rostros, de cada uno de nuestros nombres.

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