La Cuaresma, celosía de la Pascua

En mi imaginario de infancia la Cuaresma está velada por ceniza, paños morados y la idea de penitencia. A diferencia del Adviento que estaba impregnado de esperanza y caminos hacia la alegría de la Navidad, parecía que el centro de este tiempo tenía que ser casi obligadamente el pecado.
Era como una losa para mi frágil sensibilidad de niño enfermo. Yo había sentido el dolor en mi pierna. De niño tuve una coxalgia, enigmática palabra con la que se me ocultaba mi verdadera dolencia: una tuberculosis, término maldito entonces que llevaba en mi caso el calificativo de “ósea”, pues me afectaba directamente a la cadera. Como no existían aún antibióticos, me escayolaron desde la cintura para abajo, lo que suponía llevarla durante un año ser conducido en un carrito y guardar reposo (Luego fue sustituida por un aparato). Semanalmente me conducían a una clínica donde me extraían pus con una jeringuilla de la cadera.
Tuve una infancia sin poder jugar ni brincar como los demás niños y protagonizada por un intenso e inolvidable dolor.
La vida entonces era para mi ya cuaresma física y calvario impuesto.

Oír hablar de Cuaresma era pues sumar dolor a la tristeza de una Iglesia que me pedía centrarme en la cruz y el dolor de Cristo como único camino.
Sólo al cabo del tiempo descubrí que en la pastoral de entonces había un enorme desenfoque teológico. “Polvo eres y en polvo te convertirás”. Penitentes con la cruz a cuestas y arrastrando cadenas paseaban nuestras calles y nuestras imágenes parecían canonizar el sufrimiento y la sangre.¿Y la Pascua? Sólo un día, el domingo en que la costumbre era estrenar algo, pero casi sin procesiones. Como si lo importante de nuestra vida fuera precisamente el dolor.
Sin embargo el último sentido de la Cuaresma es la Pascua de Resurrección. Y para mi asombro, en nuestros pueblos y ciudades se celebraba y se sigue celebrando -solo que con menor presencia social- la penitencia, el dolor, la sangre.
Luego vino el Concilio y se cambió la imposición de ceniza con la frase: “Convertíos y creed en el Evangelio”.
En nuestro mundo actual en crisis, donde el sufrimiento protagoniza ya la vida de muchas personas, en un mundo con paro, hambre, noticias de violencia y una depresión difusa, ¿cual debería ser nuestro mensaje?
Primero: Tomar conciencia de que si creemos en la Buena Noticia, estamos ya salvados, somos parte de la Alegría Total.
Segundo: Existe el pecado, por desgracia está a la vista, pero el acento para un cristiano ha de ponerse en el abrazo del Padre en el Hijo Pródigo nos libera de todo.
Tercero: La verdadera penitencia no es machacarnos, sino querernos bien para querer a los demás y compartir con ellos, que es lo que constituye la verdadera conversión.
Cuarto: Ir al desierto un rato, encontrar el silencio en medio de la ciudad es percibir la conexión existente ya con el Infinito.
Quinto: No imponernos más dolor, sino sublimar el que ya tenemos impuesto por la vida, como rendijas de una luz que poseemos aquí y ahora. “Somos polvo, mas polvo enamorado” (Quevedo)
La cuaresma es como un celosía de limitaciones por la que contemplar la Alegría y sentirnos llenos de amor y libertad, pues ya somos Pascua.
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