Viaje a un cielo en pequeño



Con motivo de una conferencia impartida en la universidad UNISINUS de Brasil he tenido ocasión de darme un rápido paseo por las famosas Reducciones jesuíticas, sobre las que tanto había leído y meditado. Ya habrá ocasión de escribir más largo y tendido sobre ellas. Aquí ofrezco mis primeras impresiones.

En medio de una verde vegetación lujuriante, entre un sol vivo y repentinas tormentas que corren misteriosas cortinas de romántica bruma sobre valles y montañas olvidadas en el tiempo, como un milagro, surgen ruinas de templos de piedra, edificios y construcciones de una civilización ejemplar, una explosión de cultura en medio de la selva.

No sirven las fotos ni los vídeos, ni siquiera la evocación eficaz de la película La Misión. Hay que venir aquí para captar la energía que transmite esta fusión de vegetación y piedra e intuir lo que pudieron vivir aquellos hombres. Jesuitas aguerridos que caminaron estas tierras primero con poblados nómadas de guaraníes huyendo de los bandeirantes brasileños que pretendían venderlos como esclavos. Luego formando comunidades de hasta cuatro o cinco mil indígenas con una perfecta organización gobernadas por los propios caciques guaraníes bajo la tutela de dos o tres miembros de la Compañía, en torno a una gran plaza festivo-ritual, presidida por la iglesia y rodeada de talleres de escultura, fundición de campanas, artesanía de instrumentos musicales, tipografías, despensas, bodegas, cocinas, canales de irrigación, etc. Un sistema de socialismo cristiano, un tanto paternalista si se quiere, pero que funcionó hasta el Tratado de Madrid y luego la expulsión de los jesuitas de España y Portugal en 1767.

Pero eso está en los libros. ¿Qué se siente aquí? Paz y humanidad. Una fe que engloba todo: la naturalela política, la socialización, la mística popular, el arte. Eso es el barroco guaraní, un cruzamiento mágico entre nuestros imagineros del XVII y la exuberancia indígena que hace crecer flores, hojas y dulzura en los capitales o colmar de ingenuidad y serena contemplación las Vírgenes, ángeles y Cristos devolviéndolos a la sonrisa y la lágrima primigenias.





Entre las actuales Argentina, Paraguy, Uruguay y Brasil hay una tierra empapada de nombres entrañables: Trinidad, Jesús, Santa Ana, Ignacio, Javier, Luis Gonzaga, Nicolás, San Miguel, Santo Ángel… Miles de kilómetros regados por sangre de mártires, como Roque Gonzalez, de ríos caudalosos como el Uruguay, que fue la línea fronteriza creada por los poderosos que acabó por originar la tragedia. 160 años de experiencia única a golpe de cincel para labrar una piedra rojiza y crear una música guaraní que acariciaba con amor de cielo a la floresta.



Algunos instantes me quedé extático, mudo, parado en el tiempo, orgulloso de hermanos que supieron hace 200 años que Dios no es estratosfera sino vida integral cabalmente realizada: oración y trabajo, contemplación y cultura, fraternidad y organización, realismo y sueño. ¿Hemos progresado después? En la población cercana chillaban los altavoces y las pantallas vendían basura. Niños churretosos mendigaban tirados por las calles y pobres chabolas reptaban en pedazos de suelo robados a los rascacielos, ¿Qué hemos hecho? Los bandeirantes de ahora son de cuello blanco y no viven aquí. Planean desde sus poltronas el pensamiento único y la destrucción del planeta.



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