Las dos manos de Teresa

Al visitar la exposición sobre Teresa de Jesús de las Edades del Hombre en Ávila y Alba de Tormes paseé junto a las murallas abulenses y tuve ocasión de admirar una vez más la estatua de la Santa original del escultor gaditano Juan Luis Vassallo. Tras fotografiarla, ahora con cierta pátina del tiempo, experimenté una singular emoción. Recuerdo que cuando fue instalada junto a la puerta de la ciudad algunos protestaron porque les parecía demasiado moderna para el empaque medieval y ascético del entorno. Creo que se equivocaban de medio a medio, porque precisamente el contraste blanco sobre la piedra berroqueña evoca la perennidad del mensaje de Teresa. Además la pátina del tiempo resalta aún más el perfil de sus líneas evocadoras.
Me impresionan las dos manos: la derecha que escribe y la izquierda, pretendidamente engrandecida, que recibe y da al mismo tiempo. Eso es Teresa, una mediadora entre el cielo y la tierra, una mística que, directamente iluminada por Dios, tradujo en admirables palabras castellanas, entre sencillas y sublimes, sus luces interiores, cristalizándolas además en geniales creaciones de vida religiosa. Del arrobo del rostro a las manos dadivosas, de la visión al papel, del cielo a la tierra.
Pero para mí personalmente la emoción era doble. Juan Luis Vassallo está ligado a mi vocación y por tanto a mi vida. En 1958 decidí ingresar en la Compañía de Jesús. Mi padre, Pedro Lamet Orozco, hombre de negocios y enamorado de las obras de arte y gran amigo de Juan Luis Vassallo, a quien había hecho varios encargos escultóricos, quiso quedarse conmigo de alguna manera antes de partir yo al noviciado. Entonces aquel verano encargó a Vassallo un busto de su hijo, que Juan Luis esculpió con mimo en la luminosa terraza de nuestra casa de Cádiz.



No acaba aquí la historia. Después de la larga formación jesuítica, el escultor, hombre de profunda fe, sin que nadie se lo pidiera y con motivo de mi ordenación sacerdotal me sorprendió con un regalo formidable: una talla de Cristo crucificado realizada ex profeso para mi para aquella ocasión. Ese Cristo permanece en la cabecera de mi cama como símbolo del amor total y gratuito con que quisiera, ojalá, vivir el sacerdocio.


Sólo el arte, la poesía, la inspiración estética es capaz de transmitir lo inefable y por tanto la vibración de lo innombrable y trascendente. Esta casualidad o coincidencia me liga a un gran escultor creyente, que vivió con enorme sencillez y bondad su fe y, de paso con la gran Teresa, fuente de inspiración mística como su amigo Juan de la Cruz. A ella le pido en este V Centenario que me haga, salvando los abismos de distancia, un canal con dos manos: una para recibir la luz y otra para entregarla a través de la pluma. Para ello pido a Dios, por intercesión de Teresa, que me vacíe de mi mismo.

Volver arriba