De monja en política a monja politizada




Estos días, a propósito de las dos monjas más mediáticas del momento, Lucía Caram y Teresa Forcades y sus pronunciamientos, me han pedido opinión desde diversos medios. Como estas declaraciones suelen aparecer mutiladas o incompletas voy a aclarar aquí mi pensamiento:

Cuando Aristóteles definía al hombre como zoon politikón, (del griego ζῷον, zỗion, «animal» y πoλιτικόν, politikón, «político (de la polis)», «cívico») hacía referencia a sus dimensiones social y política. El hombre y el animal por naturaleza son sociales, pero solo el hombre es político por naturaleza al vivir en comunidad crear sociedades y organizar la vida en colectividades.

Por tanto todo, en cierto modo, es política, incluso no pronunciarse sobre la misma. De aquí que comprometerse en la vida política, sea con el voto, la opinión o una opción política algo loable y para un cristiano una obligación moral. Más si se trata de la mujer, tantos años postergada en todos los ámbitos, y más aún, si es religiosa o monja, tan marginada en la vida y en las decisiones de la Iglesia.
En consecuencia yo me alegro mucho de que las religiosas tengan voz en los medios de comunicación y puedan opinar como todo el mundo. Al ser religiosas, y por tanto personas que por vocación señalan con su vida consagrada un sentido escatológico, creo que su denuncia política ha de estar, como también para los obispos, sacerdotes y los religiosos, en el ámbito de los valores evangélicos. Por ejemplo en la condena de la violencia terrorista, las desigualdades, el abuso de los pequeños y marginados, la corrupción, la defensa de los pobres, en fin todo lo que emana de la cosmovisión de un seguidor/a de Jesús. Creo por ejemplo que Teresa Forcades, desde su doble índole de médico y religiosa, hizo una aportación inestimable en su campaña contra la famosa vacuna fraudulenta contra la gripe. O Lucía cuando defiende a los pobres o inmigrantes. Es el ámbito en que se mueve el propio Papa.
¿Dónde está el límite? En mi modesta opinión en el partidismo político militante. Cualquier cristiano puede y debe hacerlo, si está convencido de que al militar en ese partido concreto, se compromete mejor con el bien común. El problema está si un jerarca de la Iglesia, sacerdote, religioso o religiosa deja automáticamente de ser lo que Arrupe definió admirablemente como “un hombre o mujer para los demás”. ¿Por qué? Porque ha de ser de todos y la política partidista divide y enfrenta, y automáticamente hace hombrea o mujeres de solo un grupo de “los demás”, un sector concreto de la sociedad.
Uno, que ha rodado ya un rato por los vericuetos de la opinión pública, recuerda por ejemplo el daño que ha hecho en ciertos tiempos la Iglesia Italiana con su apoyo descarado a la Democracia Cristiana, o, más cerca de nosotros, el sistemático alineamiento de la Iglesia española de Rouco con el PP, incluso participando en sus manifestaciones. Y es que, como muy bien decía Tarancón, ningún partido se adecua totalmente con la doctrina evangélica.
Me diréis: ¿Y el padre José María de Llanos con su militancia en Comisiones y el PC? He tenido ocasión de estudiar este caso a fondo en mi biografía Azul y Rojo. Llanos era un converso del nacionalcatolicismo de Franco, se metió en el barro del Pozo hasta las cejas y después de muchos años de vivir con los últimos, exclamaba: “yo con ellos a muerte”. Eran tiempos de dictadura y exclusión y tanto él como Díez-Alegría y otros consiguieron que llegaran las libertades de la democracia y que la Iglesia no se identificara solo con la derecha. Aun así Llanos al final de su vida, desilusionado de un PC roto, confesaba que quizás no debía haberse hecho comunista, porque lo único que le importaba era Jesucristo.
Por consiguiente mi opinión es: Monjas en política (es decir en la denuncia social, la intervención y el compromiso evangélico), si. Monjas politizadas (es decir, apoyando a Artur Más, Rajoy o Pablo Iglesias o cualquier otro partido concreto, sea de izquierdas o de derechas), no.
Tienen mil posibilidades de pronunciarse contra las injusticias y denunciar los gobiernos y la oligarquía o lo que quieran con su hábito. Serán así de todos y del Evangelio. Pero si quieren vestirse con una sigla concreta que cuelguen el hábito o al menos temporalmente, como creo que va a hacer Teresa Forcades. Creo que fue Ignacio de Loyola quien decía: “Cuanto más universal, más divino”. Y Arrupe cuando le pregunté sobre su postura a cerca del País Vasco me respondió: “Me gustaría tener un pasaporte de ciudadano del mundo”
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