Ghandi, el poder de la otra mejilla

Ghandi, el poder de la otra mejilla
Ghandi, el poder de la otra mejilla

Ghandi, fue un hombre de síntesis...supo enhebrar los aspectos relevantes de las culturas y religiones que experimentó. El Papa Francisco define la importancia de este proceso personal: “donde esté tu síntesis, estará tu corazón”. Tal síntesis es otra forma de precisar la “opción fundamental” a la que alude Santo Tomás de Aquino

Desconocer la impronta religiosa del pensamiento de Ghandi es convertirlo en un peluche simpático de la sociedad de consumo, defenestradora de todo vestigio religioso que no pueda mercantilizarse. La no violencia no es una mera técnica racionalista a la venta, es una concepción imbuida del Absoluto y compasión, aspectos sin los cuales la meditación oriental se vuelve snob, descafeinada y narcisista, como vemos venderse tantas veces en la actualidad

Ghandi afirma que la humanidad no puede librarse de la violencia más que por medio de la no violencia. Parece una verdad de perogrullo, pero sucede que en nuestro mundo tan “civilizado” y “progresista”, cuando hay un conflicto, inmediatamente se activa la propaganda bélica junto con el moderno complejo industrial-militar-petrolero para enviar armas “solidarias”, se aumentan los impuestos y la pobreza de la gente común, se suspenden indefinidamente las prioridades ecológicas, etc. Todo esto en vez de utilizar el inmenso arsenal de recursos legales, económicos, diplomáticos y humanos elaborados por la humanidad hasta la fecha para la resolución de antagonismos.

Es en el contexto de las Bienaventuranzas de Jesús -que es el adn del cristianismo- donde podemos encontrarnos con todos los desheredados de la tierra y los que luchan por la paz…como Ghandi.

 Ghandi, el poder de la otra mejilla

Ghandi fue una persona, como tantos otros en la historia, que armoniza una conducta en sintonía con el cristianismo en su enfrentamiento a la injusticia mediante caminos no violentos. Porque el cristianismo, si bien nos enseña a ser pacientes y mansos, no es o, mejor dicho, no debería ser unadroga para resignarnos y adormecernos frente a la iniquidad, beneficiándonos con una pseudo-tranquilidad individualista e intimista, aliada por excelencia de los sistemas opresores.

El ahimsâ o el camino de la no-violencia de Ghandi no nació de la nada, sino que es una historia personal entroncada con la historia de su pueblo y de la humanidad. Ninguno de nuestros méritos es aislado, siempre se nutre de los aciertos y fracasos de los que nos precedieron y de muchos otros que influyen en nuestras vidas consciente o inconscientemente cuando tomamos nuestras decisiones.

La vida de Ghandi fue un poliedro de religiones y culturas…para la Paz

Ghandi, fue un hombre de síntesis. Con su inteligencia, libertad y experiencia personal, supo enhebrar los aspectos relevantes de las culturas y religiones que experimentó. El Papa Francisco define la importancia de este proceso personal: “donde esté tu síntesis, estará tu corazón”. Tal síntesis es otra forma de precisar la “opción fundamental” a la que alude Santo Tomás de Aquino cuando indaga en aquello más profundo y trascendente por lo que hemos optado en nuestra vida y que define nuestra persona y moralidad.

Hoy como nunca disponemos fácilmente de un cúmulo de información del que jamás la humanidad pudo disponer. Pero la información por sí misma o cuando es manipulada por algoritmos de predictibilidad conductual, no puede reemplazar la experiencia personal de la búsqueda de verdad que mueve nuestro corazón a indagar síntesis que orienten nuestra existencia.

El Mahatma nació en la India de las milenarias tradiciones. Ellas le dieron su identidad primordial, aquella matriz espiritual a la que se quiere volver como propia. Ningún ser humano es neutro, nacemos en una tierra, en una familia, en un pueblo y una historia determinados para así enriquecer la sinfonía del universo. Es un problema negar estas raíces que todos tenemos, creyendo que cuanto más “neutros y cosmopolitas”, (que en última instancia es ser consumistas de un mundo mercantilizado), más iguales y pacíficos seremos. También lo opuesto es un problema, cuando el amor al terruño se convierte en un egoísmo nacionalista que menosprecia a los demás y concibe la identidad sólo como conflicto y nunca como complementación y solidaridad.

Desconocer la impronta religiosa del pensamiento de Ghandi es hacerlo un personaje de disney, de la sociedad de consumo, defenestradora de todo vestigio religioso que no pueda mercantilizarse. Tampoco la "no violencia" es una mera técnica racionalista a  la venta, es una concepción imbuida del Absoluto y la compasión, aspectos sin los cuales la meditación oriental se vuelve snob, descafeinada y narcisista, como vemos venderse tantas veces en la actualidad

El Concilio Vaticano II, voz magisterial por antonomasia del catolicismo, reconoce positivamente en uno de sus párrafos: “En el hinduismo, los hombres investigan el misterio divino y lo expresan mediante la inagotable fecundidad de los mitos y con los penetrantes esfuerzos de la filosofía, y buscan la liberación de las angustias de nuestra condición, ya sea a través de profunda meditación, ya sea buscando refugio en Dios con amor y confianza.” (Nostra aetate, nº 2)

Posteriormente, su estancia en Inglaterra le permitió absorber la cultura imperial más cosmopolita que existía y en la cual estudió sus leyes a la par que cualquier occidental, especializándose como abogado.  No era un ignorante con buenas intenciones pacifistas sino un estudioso consciente de la realidad y sus matices.

En aquella época, desembozadamente colonialista, la razón legitimadora del imperio británico era llevar la “civilización”. Sentía que ésta era su misión, “la carga del hombre blanco” como auguraba Rudyard Kipling, el poeta del Imperio. Toda colonización busca “legitimarse” con grandes ideales, aunque en los hechos termine predominando el sentido práctico del lucro y provocando toda suerte de “externalidades” negativas como fruto de la explotación. Aun así, Ghandi supo discernir y rescatar los valores universales que había en aquella cultura, imprescindibles para haber tenido tanto éxito histórico y a los cuales no quiso renunciar, aunque fueran mal aplicados y manipulados por tal superestructura dominante. También supo discernir entre el sistema injusto y las buenas personas, muchas de las cuales colaboraron con él o fueron nobles adversarios de su causa. En estos días que despedimos a una gran reina y persona que fue Isabel, vendría bien no olvidarnos de estas distinciones que Ghandi y tantos otros nos enseñan. Así lo hizo Jesús, cuando percibió y alabó la fe del centurión romano, miembro sin embargo del engranaje de opresión inhumana que era el imperio romano de la época.

Sus inquietudes espirituales lo llevaron también a conocer a fondo del cristianismo -no solo por la lectura consciente de sus fuentes escritas- sino también por el imprescindible contacto con personas que vivían seriamente su fe como lo principal en sus vidas, como búsqueda del Reino y su justicia. Además, desde entonces siempre tuvo como libro de cabecera la Biblia, la Imitación de Cristo del Kempis y el libro de los Vedas hindú por deferencia a la fértil tradición de su pueblo.

En su posterior experiencia laboral, como abogado en Sudáfrica, sintió en carne propia la brutalidad de la discriminación y el menosprecio racial, político y económico. Uno no sabe lo que es la discriminación hasta que la experimenta. Esto fue formando su carácter y su anhelo de lucha ante la injusticia que vivían millones de personas sometidas por minorías que extraían los frutos de la tierra para sustentar la “avanzada civilización y progreso” de occidente… como sigue sucediendo actualmente a escala global. Pero su lucha comenzó a pergeñarse desde el camino de la no violencia, que constituye la verdadera civilización y progreso de nuestra condición social en este planeta.

El camino no violento de Ghandi hacia la periferia de los explotados

El Mahatma hubiera podido tener otra actitud. Era lo más lógico y “realista”. Podría haber sido un sumiso y aplicado abogado del sistema, beneficiándose como tantos otros de la estructura colonialista. Un “gurka” (coloquialmente, un mercenario al servicio de la dominación de su propio país) bien pagado. Otro más que se resignara a que las cosas eran así y no iban a cambiar, como tantas veces hacemos y nos convertimos en cómodos cómplices de las estructuras de pecado de este mundo.

En uno de sus discursos, Ghandi afirma que la humanidad no puede librarse de la violencia más que por medio de la no violencia. Parece una verdad de perogrullo, pero sucede que en nuestro mundo tan “civilizado” y “progresista”, cuando hay un conflicto, inmediatamente se activa la propaganda bélica junto con el moderno complejo industrial-militar-petrolero para enviar armas “solidarias”, se aumentan los impuestos y la pobreza de la gente común, se suspenden indefinidamente las prioridades ecológicas, etc. Todo esto en vez de utilizar el inmenso arsenal de recursos legales, económicos, diplomáticos y humanos elaborados por la humanidad hasta la fecha para la resolución de antagonismos, mucho más prolíficos hoy que en la época del Mahatma.  No es una utopía, estos medios no son utilizados y dejan al Papa Francisco, la Doctrina Social de la Iglesia y tantas otras voces como ingenuos pacificadores sin “realismo”.

Ghandi, cuyo eje para luchar contra la injusticia era el amor y no el odio, vivió aquella sentencia talmúdica que dice: “héroe es el que convierte a su enemigo en amigo”. Una heroicidad alejada de los cánones de la soberbia y la destrucción del otro, paradigma del superhéroe occidental. Logró la independencia de 500 millones de hindúes del mayor imperio de la época y terminar en buenos términos con una dominación de 400 años. Esto le costó la vida en mano de un fundamentalista de su propio pueblo. 

Cito palabras sus mismas palabras:

“El porvenir de la India y del mundo depende de la adopción de la no-violencia. Es el medio más inofensivo y el más eficaz para hacer valer los derechos políticos y económicos de toda la gente que se encuentra oprimida y explotada. La no-violencia no es una virtud monacal destinada a procurar la paz interior, sino una regla de conducta necesaria para vivir en sociedad, que asegura el respeto a la dignidad humana y la justicia.

No se puede ser no-violento de verdad y permanecer pasivo ante las injusticias sociales. La no-violencia no consiste en “abstenerse de todo combate real contra la maldad”, por el contrario, veo en la no-violencia una forma de lucha más enérgica y más auténtica que la simple ley del talión, que acaba multiplicando por dos la maldad. Contra todo lo que es inmoral, pienso recurrir a armas morales y espirituales. No deseo embotar el filo del arma que me presenta el tirano, utilizando un tajo más cortante todavía que el suyo; procuraré apagar la mecha del conflicto sin ofrecer ninguna resistencia de orden físico. (en “Desobediencia civil y no-violencia”, México, 2007).

Por último, recurro a las palabras dichas en el sermón del monte por Aquel por quien hemos sido alcanzados y pedimos su gracia para seguirlo en cada cosa: «Mas a vosotros los que oís, digo: amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen; bendecid a los que os maldicen, y orad por los que os calumnian. Y al que te hiriere en la mejilla, dale también la otra; y al que te quitare la capa, ni aun el sayo le defiendas”. (Lc 6,29)

Es en el contexto de las Bienaventuranzas de Jesús -que es el adn del cristianismo- donde podemos encontrarnos con todos los desheredados de la tierra y los que luchan por la paz…como Ghandi.

Guillermo Jesús Kowalski       poliedroyperiferia@gmail.com

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