Inmaculada para amar: mucho más que "sin mancha"

Inmaculada para amar
Inmaculada para amar

Inmaculada, mucho más que “sin mancha”. Lo que da sentido a la libertad de una persona no es que no haga nada malo, sino que la use para elegir un bien mayor y realizarlo.

María recibió con una conciencia alegre y agradecida, como expresa en el Magníficat, los dones y talentos de Dios. El agradecimiento es signo de verdadera humildad, algo diametralmente opuesto a la mentalidad de la meritocracia actual hecha sistema

Francisco ha simbolizado este diálogo con la humildad de ver la realidad como poliedro y situarse en las periferias de la condición humana como punto de partida de cualquier consideración. Una fe que se hace cultura solo puede serlo desde los pobres y en actitud de encuentro y diálogo con todos. Ella es por su pobreza espiritual, la primera ciudadana del Reino de los bienaventurados

Ella refleja lo que Leonardo Boff llamó “el rostro materno de Dios”, sin el cual el cristianismo estaría privado de su mitad.

Inmaculada para amar

Inmaculada, mucho más que “sin mancha”

En la historia de la espiritualidad cristiana muchas veces se ha insistido con demasía en simbolizar al pecado con una mancha. Esto tiene su finalidad catequética que no quisiera desmerecer. Pero también sus limitaciones. Todos sabemos que para no mancharse no hay que hacer nada, el que sale a trabajar se mancha la ropa a lo largo de la jornada. Un jornalero que vuelve al anochecer con la ropa limpia es que no hizo nada. Por eso prefiero hablar de pecado como daño a uno mismo y a los demás y en el sentido en que lo hacemos en el “Yo confieso”: de pensamiento, palabra, obra y omisión. El pecado siempre es un déficit de bien en el uso de la libertad, que tiene consecuencias destructivas.

Lo que da sentido a la libertad de una persona no es que no haga nada malo, sino que la use para elegir un bien mayor y realizarlo. La naturaleza ha sido creada por amor para desarrollarse en la lógica del amor, del hacer el bien, del servicio, el cuidado y la reparación de las heridas. El amor de Dios es expansivo e inextinguible.

María fue llena de gracia, de talentos, de dones. Incluso fue preservada del misterioso daño del pecado original, por los méritos de su Hijo.  Pero la obra de Dios siempre quiere incluir la participación humana. El mérito de María es que el don agradecido de la gracia lo aprovechó con su libertad para dar frutos. Dios nos invita a ser colaboradores, socios, hijos creativos y no esclavos o robots que hacen “en automático” su voluntad.

María recibió con una conciencia alegre y agradecida, como expresa en el Magníficat, los dones y talentos de Dios. El agradecimiento es signo de verdadera humildad, algo diametralmente opuesto a la mentalidad de la meritocracia actual hecha sistema, que se autoengaña y trata de justificarse cuando sus mentores proclaman que “no le deben nada a nadie”, que todo “se lo han ganado solos en la vida”, como si no hubiera Dios, sociedad, pasado...  Ellos también son incluidos en el cántico de la Virgen, cuando dice “derribó a los poderosos de sus tronos y enalteció a los humildes, a los hambrientos los colmó de bienes y a los ricos despidió con las manos vacías” (Lc. 1, 46). Mientras que el esclavo, teme a la muerte y no le importa tanto su libertad, el cristiano participa en la libertad de los hijos de Dios. San Pablo es prolífico en este tema en su carta a los Gálatas, cuyo tema central es la libertad del cristiano, llamado a recibir la salvación como un don de Dios que se alcanza por la fe en Jesucristo, y no por el sometimiento a las exigencias de la Ley.

Mujer extraordinariamente normal, servidora del Señor y sus hermanos

Me asustan esas espiritualidades de “esclavitud”y que llevan cadenas simbólicas en sus brazos para representar esta actitud. Me asustan porque, como dice el filósofo, el que tiene conciencia de esclavo, esclaviza. El seguimiento de Jesús es el seguimiento de un amigo: "ya no os llamo siervos, sino amigos" (Jn 15) ya que “Para la libertad nos ha liberado Cristo” (Gal 5,1).

Me asustan los silicios, mortificaciones y renuncias artificiales a cosas que jamás habría que renunciar o sacrificar “obligatoriamente” porque han sido creadas por Dios para nuestra realización y el bien común. Dios no ha hecho la creación para que renunciemos a ella en nombre de la Redención. Tanto azotar la naturaleza de modo arbitrario porque una parte de ella está herida por el pecado,  tantos rigorismos mesiánicos lo que provocan es una soberbia “espiritual” que terminan sometiendo y mortificando a los demás, como podemos ver en el caso de los abusos y la pederastia pandémica actuales. Los celibatos impuestos, las renuncias y mortificaciones maniqueas a la naturaleza en general, se pagan caros. Sus consecuencias, lógicamente, son contra-natura. No es lo que predicó y vivió Cristo, que tenía sus momentos de intensa oración pero que comía con publicanos y pecadores y cuyo primer milagro y signo mesiánico es en las bodas de Caná.

No hay ascesis mayor que …”la normalidad”, hay toda una corriente monacal que desarrolla este camino y que falta aún mucho por explorar. La gracia divina de Jesús repara la normalidad original, no la aniquila con prácticas farisaicas.

Esto, que es llamado a vivir en el plano personal, también lo es en el plano social. Así, ya desde el principio, la Carta a Diogneto decía de los primeros cristiano: "Los cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por sus costumbres. Ellos, en efecto, no tienen ciudades propias, ni utilizan un hablar insólito, ni llevan un género de vida distinto” (cap. V). Una vez más vemos aquel principio fundamental de la teología católica que afirma que “la Gracia no anula la naturaleza, sino que la presupone, cura y la eleva”.

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María, cristianismo desde la cultura de un pueblo

Tanta apostasía generalizada (es rarísimo encontrarse con gente “practicante” y menos aún si es joven) es un síntoma de este alejamiento de aquellos que decimos que hemos sido transformados por el acontecimiento cristianos, pero vivimos escondidos en la sacristía sin hacer nada y criticando que mal anda el mundo. Ya Juan Pablo II afirmaba en 1982: "Una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no enteramente pensada, no fielmente vivida". Es imprescindible retomar el diálogo fe-razón en todos los planos de la vida para humanizar la cultura en la que vivimos y no encerrarnos en fórmulas provisionales de otras épocas…que servían para esas épocas.

El papa Francisco dice al respecto: “la fe y la razón, cuando caminan de la mano, son capaces de potenciar la cultura del ser humano, impregnar de sentido el mundo, y construir sociedades más humanas, más fraternas, y por consecuencia, más llenas de Dios” (30 sept. 2022). Francisco ha simbolizado este diálogo con la humildad de ver la realidad como poliedro y situarse en las periferias de la condición humana como punto de partida de cualquier consideración. Una fe que se hace cultura solo puede serlo desde los pobres y en actitud de encuentro y diálogo con todos.

María es por su pobreza espiritual, la primera ciudadana del Reino de los bienaventurados y su mérito consistió en aprovechar los talentos que Dios le había dado con la clara conciencia de haberlos recibido. No los guardó perezosa o temerosamente para preservarlos del riesgo de la vida. Dios nos da talentos para desarrollar creativamente el sentido de nuestras vidas y la comunidad. El amor está en el centro de una vida que tiene sentido.

Una vida llena de sentido

El acto de amor es la decisión libre que construye el sentido: comienza saliendo de uno mismo para conectarse con algo más grande y contribuir al mismo. Víctor Frankl escribió: «El hecho de ser humano siempre apunta, y está dirigido, hacia algo o alguien diferente a él mismo, ya sea cumplir algo que aporte sentido o conectar con otro ser humano. Cuanto más se olvida de sí mismo —entregándose a una causa a la que servir o a otra persona a la que amar—, más humano es" (V. Frankl, El hombre en la búsqueda de sentido)

El “hágase en mí según tu palabra” expresa su opción fundamental, la que da sentido al resto de su vida marcada por el amor y el seguimiento de un camino nunca antes transitado. La visitación, la vida escondida de familia en Nazareth y asumir la maternidad de la humanidad en el discípulo amado al pie de la cruz son jalones en su amor expansivo, propio de la caridad y misericordia cristianos, que no se queda estancado en los particularismos de pequeños grupos. Ella refleja lo que Leonardo Boff llamó “el rostro materno de Dios”, sin el cual el cristianismo estaría privado de su mitad.

Guillermo Jesús Kowalski                                                                        poliedroyperiferia@gmail.com

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