La Sinodalidad como remedio a la burocracia clerical Jesús frente a la burocratización de la religión

El cristianismo y la burocratización del mal
El cristianismo y la burocratización del mal

Adolf Eichmann, encargado del transporte de miles de judíos a los campos de exterminio no era un ser demoníaco sino un diligente funcionario, lector de Kant, el imperativo moral de la Ilustración. Un correcto nazi empeñado en cumplir órdenes...una peligrosa  mentalidad acrítica y conformista que podía permitir y perpetuar actos inhumanos sin inmutarse.

Hanna Arendt va a las causas, trata de comprender. Éste es el camino frente a este tipo de pecados estructurales, no solo condenar a una persona, sino redimir un sistema que contribuye para producirlo.

 La renuncia a pensar en profundidad, lo que Pascal llamaba el Corazón, la cualidad humana más definitiva, es lo que, a juicio de Arendt, creó la posibilidad de la Shoah. 

La indiferencia al mal amplía su acción y teje su red a través de los tentáculos de la burocracia. No hay institución humana que se libre de esta tentación que neutraliza lo sustancial

Jesús chocó con la burocracia religiosa. Sus diatribas con los fariseos no eran una competencia moralista, a ver quién era más perfectito...enfrentaba una burocratización de la Revelación que anulaba la Misericordia... 

La religión burocratizada nos hace indiferentes e inmunes al problema del mal y su injusticia. Anula la capacidad crítica...

El  Vaticano II rompió los muros con el mundo y las religiones. La Sinodalidad tiende puentes dentro de la Iglesia, une las grietas entre jerarquías y bautizados, elite clerical y gente...es para superar la autorreferencialidad y el clericalismo, que tienen paralizado burocráticamente al Pueblo de Dios 

La banalidad del mal 

En 1963, Hanna Arendt presenció el juicio que condenó a muerte en Jerusalén al teniente coronel de las SS Adolf Eichmann, encargado del transporte de miles de judíos a los campos de exterminio. Luego escribió “Eichmann en Jerusalén”, intentando, como en su anterior texto (“Los orígenes del totalitarismo”) profundizar sobre las causas que habían llevado a uno de los pueblos más “racionales” de la historia a cometer tales atrocidades.

Para Arendt, Eichmann no era un ser demoníaco sino un diligente funcionario, lector de Kant, el imperativo moral de la Ilustración. Un correcto nazi empeñado en cumplir las órdenes, un ser banal al que la pereza espiritual “le predispuso a convertirse en el mayor criminal de su tiempo”. Este desgarbado tipo gris, alejado del prototipo del héroe wagneriano, se convirtió en asesino de masas por “deber legal”, no por vocación. 

Lo interesante es que Arendt no demoniza a Eichman, no lo toma como chivo expiatorio del exterminio judío. Eso es lo más fácil, condenar a uno, quedarnos con la conciencia tranquila y librarnos del tema. Pero la autora va a las causas, trata de comprender. Éste es el camino frente a este tipo de pecados estructurales, no solo condenar a una persona, sino redimir un sistema que contribuye para producirlo. Pensemos qué importante sería esto con pecados estructurales en la Iglesia como la pederastia. No simplemente condenar a los autores. También ir a las causas sistémicas.  

Arendt no negaba la responsabilidad de Eichmann, sino que señalaba la naturaleza peligrosa de una mentalidad acrítica y conformista que puede permitir y perpetuar actos inhumanos. La "banalidad del mal" rechaza la responsabilidad de pensar moralmente frente a las estructuras injustas de poder inmoral.  El filósofo José Antonio Marina habla sobre el deber moral de usar la inteligencia, de pensar la vida y no simplemente dejarse arrastrar por lo que hacen los demás como el “hombre-masa" de Ortega. Hacer algo solo porque lo hacen los demás, sin otra razón, degrada la condición humana y es terreno fértil de totalitarismos.

La maldad no es propiedad de seres excepcionales. También a través de la complacencia, conformismo y la falta de reflexión ética en la vida cotidiana, una masa de cómplices silenciosos hace triunfar un sistema injusto y malvado. Con este aval, un Estado cooptado por un mesianismo ideológico, puso su maquinaria burocrática y judicial al servicio de una "patriótica" y racional planificación de exterminio humano. Mientras tanto, el cristianismo, mayoritario, había silenciado la fe como conciencia crítica de la realidad.

El ser humano no trae un filtro moral de serie, tiene que educarlo. En Alemania, el “no matarás” dejó de guiar a una respetable sociedad y disfrazó el asesinato con las leyes del dios Estado. La renuncia a pensar en profundidad, lo que Pascal llamaba el Corazón, la cualidad humana más definitiva, es lo que, a juicio de Arendt, creó la posibilidad de la Shoah. Fueron cómplices por no educar el hábito de discernir entre el bien y el mal, de interesarse críticamente por lo que pasa en la sociedad. Estas personas creen ser muchas veces “neutros  e inimputables” por esta falta de interés, que es constitutiva de nuestra naturaleza social. Son los que edifican la indiferencia o banalidad del mal.

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La burocratización del mal

Eichmann no era un monstruo o un sádico, sino un burócrata obediente que seguía órdenes sin cuestionarlas. Un mindundi con ambiciones en un sistema formalmente racional. Este tipo de mal es el más peligroso porque se enmascara bajo una apariencia de normalidad y rutina.

La indiferencia al mal amplía su acción y se banaliza a través de los tentáculos de la burocracia. No hace falta pensar, la burocracia ya tiene todo planificado. No hay institución humana que se libre de la tentación de “multiplicar normas y puestos”…”hacer una comisión”...”nombrar unos funcionarios que se encarguen”...controlar, controlar, controlar…a través de papeles que rellenar con miles de datos, de teléfonos para pedir citas que nunca atienden, de oficinas que se multiplican, de escritorios que se reproducen (burocracia viene de bureau, escritorio) y establece una nueva meritocracia: la del poder de las sombras que crea trámites y la de los que logran superarlos. De ese principio “no hay que multiplicar los entes sin necesidad”, ná de ná. La burocracia, proceso de racionalización por excelencia, subsiste reproduciéndose (Max Weber) y así retardando y neutralizando la sustancia de las cosas.

La burocracia genera la sensación de estar haciendo algo, cuando en realidad solo se están haciendo papeles, es una virtualización que mata. Otro judío, Kafka lo describe del otro lado del mostrador, como una de tantas víctimas, en su conocida obra, “El proceso”.

Qué lejos está Pascal de esta visión burocrática racionalista. El Papa Francisco acaba de ensalzarlo como referente de cristianismo pensante en el IV aniversario de su nacimiento. Pascal hablaba del corazón, de aquella profundidad que busca desde el amor toda la verdad, que no se conforma con “trámites”, un alma sedienta del otro Corazón que está en el Camino y es fuente de sentido. No se conforma con “cumplir” reglamentos y por eso se conmueve y actúa como samaritano con los heridos de este mundo.

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Jesús frente a la burocratización del mal

Jesús chocó con la burocracia religiosa de su tiempo. Sus diatribas con los fariseos y maestros de la ley no eran simplemente una competencia moralista, a ver quién era más perfectito. Jesús, a la vez que hacía el bien a gente concreta, estaba desenmascarando una manera de hacer las cosas, un sistema que permitía y alentaba una lógica contraria a la que Dios había ido mostrando a lo largo de la historia. Jesús cuestionaba una estructura mental, una burocratización de la Revelación, que era y sigue siendo hostil a su presencia compasiva entre nosotros (Jn 1,14). 

La burocratización religiosa reduce el misterio infinito y trascendente de Dios a reglamentos..."muy humanos". En vez de abrir el corazón a una Misericordia cada vez mayor, lo encierra en la normativa controladora de una casta de clérigos “dueños” de lo sagrado”...que vive a costa de esta tarea. 

Análogamente a Eichman, la religión burocratizada nos hace indiferentes e inmunes al problema del mal y su injusticia. Nos engaña porque nos hace creer que ya estamos del lado de "los buenos" por el mero cumpli-miento de prácticas piadosas, memorización de dogmas, defensa de la moral de algunos de los mandamientos que más nos justifiquen, renunciamientos “sagrados” que Dios no pide, beneficencia para los pobres sin comprometerse con ellos ni luchar contra la injusticia que provoca tantas pobrezas, etc. 

La religión burocratizada ha dejado de ser una búsqueda para convertirse en un apoltronamiento del espíritu, almas modositas y aburguesadas que se conforman con la mecánica adhesión a doctrinas seguras y tranquilas. Además, esto genera una falsa superioridad moral para juzgar a los demás y cancelar a quienes no condicen con esta ideologización de la fe. 

Algo muy diferente del encuentro y cuidado de un Dios que “nos ha mirado a los ojos y ha dicho nuestro nombre” para recordarnos quienes somos, cuánto nos ama y que lo que lo regocija es que nos ayudemos, no que vivamos pendientes de normas abstractas y amenazas de castigos. Por algo decía San Agustín “ama y haz lo que quieras”, porque siguiendo a Jesús, que vino a dar plenitud a la ley, no se conformaba con su mero cumplimiento externo. Se puede cumplir con todos los preceptos , entregar el cuerpo a las llamas (1 Cor 13)... y ser un perfecto canalla. Porque "la letra mata, pero es el espíritu el que vivifica" (2 Cor 3)

Burocracia

La Sinodalidad como remedio a la burocracia eclesial 

Los enemigos de la sinodalidad, por lo menos los astutos, esperan sentados a que este fenómeno profético de participación se diluya en la tradicional burocratización clerical. Por eso es un peligro que, como decía un famoso líder popular: “si quieres que algo no se resuelva, haz una comisión”. Burocratiza para que no salga.

La sinodalidad busca rehabilitar la participación real del bautizado, piedra angular de la institución eclesial. En cambio, en la concepción clerical y jerarcológica vigente, los fieles son subestimados, están para acatar, no para pensar y participar. Mientras tanto, los de "arriba", según lo que Francisco llama el "carrerismo", suelen dedicar su privilegiada vida a competir impúdicamente por el "sagrado" poder y la "casta" vanidad.

El legado de Francisco es la Sinodalidad, que es mucho más que una iniciativa pastoral pasajera. Es una nueva manera de ser Iglesia conforme al Evangelio en nuestro tiempo. Es la superación de la burocratización y el fariseísmo con los que toda institución, se va cargando con el paso del tiempo.

El Concilio Vaticano II rompió los muros con el mundo y las religiones. La Sinodalidad da un paso más al tender puentes dentro de la Iglesia, une las grietas entre jerarquías y bautizados, elite clerical y gente. Un intento de superación de la autorreferencialidad y el clericalismo, que paralizan burocráticamente al Pueblo de Dios en la construcción del Reino y su Justicia .

poliedroyperiferia@gmail.com

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