El oido como lugar de escucha y acogidade la vida (III)

2.3 La “realidad” otro lugar de sabiduría.

Me gusta mucho escuchar el lenguaje de la naturaleza, de un modo especial el mar, desde muy pequeña me recuerdo paseando por la orilla de la playa absorta en el sonido de las olas rompiendo en la playa, más tarde me enseñaron a escuchar que las olas me recuerdan que “soy el mar” y ese mantra de las olas, que llega a mis oídos, me sumerge en un profundo silencio aun en medio del bullicio de la playa y se amplifica en la noche donde el silencio se hace eco y me recuerda quien soy.

Disfruto del tintineo de las hojas de los arboles mecidos por el viento, del canto de los pájaros, de los grillos y chicharras en verano, son un eco que me habla de la diversidad de la vida, de su riqueza y belleza.

A veces me asusta el sonido de las tormentas con sus aires huracanados y el retumbar de los truenos pero me parece una experiencia majestuosa, potente que me recuerda nuestra pequeñez.

Siento cada vez más la urgencia de escuchar, e invitar a escuchar el “grito de la Madre tierra” (la Pacha Mama, como escuché nombrarla en el Perú) que gime con dolores que ojalá sean de parto y no de aborto. Nuestro planeta ruge por los cuatro costados avisándonos de que aún estamos a tiempo de evitar un colapso de magnitud impredecible. ¿Sabremos escucharla y llegar a tiempo?. Lo deseo y lo quiero esperar abriendo mis oídos y colaborando a que otros los abran.

Otro lugar donde mis oídos disfrutan, en general, es con la música, tengo mis preferencias sin duda, pero esos sonidos que componen la armonía de una canción, de una composición musical me descubren que la verdad es sinfónica, cada instrumento tiene su papel en una orquesta, cada voz ofrece su propia peculiaridad y sólo armonizando, sin perder la singularidad, se logra la profunda belleza musical.

Me queda aún mucho que aprender para poder vivir en la vida cotidiana esa sinfonía de la verdad plural y pluriforme, diversa y complementaria, con sus altos y bajos volúmenes y matices… pero lo voy torpe y lentamente aprendiendo. Espero que la vida me ofrezca cada vez más oportunidades de saber vivir que, como dice esa bella canción de Migueli “sinfónica es la verdad” y yo sepa aprender de ella.

La escucha de la realidad política, económica, social, estructural, cercana y lejana…que difícil es.

Ya sabemos que no vemos la realidad sino que la interpretamos y a veces se nos olvida que nos pasa lo mismo con el oído. Nuestro oído está muy condicionado por nuestro lugar social, sexual, racial, geográfico, familiar, referencial, ideológico…No nos es fácil por tanto escuchar una situación de la realidad en situación de “emergencia global”,[1] percibida como momento de gran peligro y al tiempo de esperanza y de escucha de la vida nueva que está emergiendo.

Escuchar el sufrimiento de nuestro mundo sin apartar el oído, ni la vista, sin tratar de anestesiarme, ni alienarme, ni des-entenderme, ni deprimirme por la sensación de impotencia… me resulta duro, difícil, muy doloroso. Resuenan sonidos de guerras, violencia, llantos y gritos de desolación y desesperación. Suenan huracanes que hunden pateras llenas de sueños. No quiero acostumbrarme a escuchar los datos de muertos por hambre, por guerras, por violencias varias, por naufragios de embarcaciones en nuestro mediterráneo…no quiero escuchar cifras, quiero escuchar historias de quienes padecen esas realidades para así dejar que esos gritos resuenen en mis entrañas… las estremezcan y pongan toda mi persona en movimiento para poner mi granito de arena en ir horadando un sistema que en palabras del Papa Francisco es “asesino” porque mata y “ecocida” porque está destruyendo el planeta.

También escucho los aplausos, gritos de alegría, cantos de triunfo por conquistas sociales, por caminos de liberación, por experiencias de amor, generosidad, fiestas compartidas…Todo quiero saber escucharlo, poder sentir que nada de lo que le pasa a la realidad, a la humanidad, me es ajeno
2.5 El silencio.

He tardado más en saber escuchar el silencio. Tantos silencios distintos…el silencio de sonidos y voces exteriores, esa sensación de sosiego y bienestar que produce una noche en calma, un lugar solitario, un encuentro hondo sin palabras… El silencio o al menos el sosiego de nuestra mente, ese reducir y si es posible acallar el parloteo de la mente, la invasión bulliciosa de nuestras emociones, los planes y programas de futuro y el rumiar del pasado… para poder ser testigo mudo e imparcial de todo lo que pasa en nuestro interior, sin juzgar, ni rechazar, ni reaccionar... Silencio que abre a una consciencia más honda, lúcida y profunda. Y si se nos regala acoger El Gran Silencio para el que no hay palabras que lo puedan describir. Algunas personas místicas que han transitado ese Silencio intentan poner palabras a lo ahí escuchado no en los oídos sino en todo el ser. Quizás la más repetida es Amor, somos una red de relaciones sustentadas por el amor, un amor que ha constituido el origen del universo, un Amor Incondicional difícil de intuir que es la gran verdad sustentante, fundante de todo lo que es. Otras como San Juan de la Cruz prefieren utilizar bellas metáforas: “música callada”, “soledad sonora. El Gran silencio que nos introduce en la Palabra sin palabras, en la Presencia sin presencias, en el Ser que Somos sin más, donde todo se des-vela, donde se intuye sin comprender, donde entonces sí el Silencio es Maestro.

Comparto con vosotros una poesía de Tagore : “Llenaré mi corazón con tu silencio”.

“Si no me hablas, llenaré mi corazón con tu silencio y así podré soportarlo.

Me mantendré tranquilo y esperaré como la noche con su vigilia de estrellas y su cabeza inclinada en señal de paciencia.

Es seguro que vendrá la mañana, que se desvanecerá la oscuridad y que tu voz se derramará por los cielos en torrentes de oro.

Entonces tus palabras saldrán volando en canciones surgidas de cada uno de mis nidos de pájaros, y tus melodías estallarán en flores a lo ancho de todas mis frondosas arboledas.
Llenaré mi corazón con tu silencio.”[2]

3- ESCUCHAR CÓMO.

2.1 Arte y técnica.

Estamos demasiado acostumbrados a hablar demasiado y a escuchar poco sin hacer caso del Sabio Zenón de Elea que hace 25 siglos nos dijo: "Nos han sido dadas dos orejas, pero sólo una boca, para que podamos oír más y hablar menos"

Escuchar no es oír. Oír es un proceso fisiológico escuchar es otra cosa. Es un proceso psicológico que supone la implicación de toda la persona, requiere atención, interés, motivación. Es un proceso complejo más complejo que la pasividad de dejar hablar.[3]

Saber escuchar es un arte y una tarea, un aprendizaje en el que podemos ejercitarnos.

La importancia de saber escuchar la ha puesto de relieve sobre todo la psicología humanista como un elemento clave en la ayuda terapéutica. Rogers habla de "escucha empática", Carkuff del "escuchar activo", Rowan del "escuchar holístico"(la escucha como proceso de la totalidad), Gendlin del "escuchar terapéutico" todos ellos ponen de relieve que la escucha es en sí misma terapéutica por la capacidad que tiene de facilitar la clave de comprensión de los significados.

3.2 Actitudes.

· Aprendiendo. Si hemos convertido nuestros oídos en discípulos de la vida podemos aprender de todo… y de todo es de todo. Toda la realidad, acontecimientos, situaciones, personas… pueden convertirse en maestras de vida si enseñamos a nuestros oídos a situarse como aprendices de la vida. De las palabras y los silencios, de los acontecimientos que nos hablan con la tozudez de su persistencia, de los encuentros y desencuentros, de nuestros triunfos y fracasos. De un modo especial podemos aprender no sólo de quien nos alienta, apoya, estimula sino también de quien nos critica, incluso “insulta”. Primero escuchando el eco que esas palabras tienen dentro de nosotros y esa resonancia de qué nos habla, qué poder les damos, cómo las acogemos o no, como nos dejamos cuestionar o las devolvemos como armas arrojadizas. Después tener también la capacidad de descubrir cuanto de frustración, dolor, heridas… puede haber en quien agrede con sus palabras y convertirlas en un lugar para el aprendizaje, la comprensión y la compasión.

No es fácil situarnos aprendiendo porque requiere humildad, consciencia de nuestras muchas ignorancias, no creernos poseedoras de la verdad sino buscadoras con otras personas de una verdad que nunca poseeremos, como mucho podemos aspirar a ser encontradas por ella.

· Acogiendo lo que la realidad, los acontecimientos nos des-velan, lo que las personas nos comunican, sin cerrar nuestro oído cuando sus palabras y/o sus silencios nos descolocan, desajustan, cuestionan, están en di-sintonía con nuestras percepciones y valoraciones de la realidad. Poder hacer de mis oídos un lugar para la vida y la acogida incondicional de las personas era imprescindible ejercitarme en saber acoger a las personas tal como son, sin pretender que sean como yo quiero que sean. Eso no suponía estar de acuerdo con ellas, ni dejar de defenderme si mi hacen daño, ni dejar de expresar lo que desde mi congruencia siento, denunciar conductas que yo consideraba injustas… pero necesito ir aprendiendo día a día a acoger a las personas con un profundo respeto, aunque denuncie conductas suyas que considero injustas y que hacen daño. No me resulta nada fácil saber compaginar estas dos actitudes, (acoger y denunciar) muchas veces no acierto, pero no quiero renunciar a ninguna de las dos.

· Com-prendiendo el marco referencial de quien nos habla, no sólo las palabras, sino su mundo emocional, los desde dónde la persona nos habla, sabiendo escuchar el lenguaje corporal. Esta es la escucha empática, que como acabo de decir no es fácil. Sí me he dado cuenta experiencial- mente que cuanto más sorprendente me resulta lo que una persona dice más necesito preguntarle y saber desde dónde lo dice, desde qué marco referencial me habla. Comprender no es compartir, ni estar de acuerdo, ni perder la capacidad de juicio crítico.

· Estando presentes. Es muy difícil mantener la atención, la capacidad de tener nuestra mente donde está nuestro cuerpo es un largo aprendizaje. Si no estamos enteros en el momento presente gran parte de nuestra atención está distraída, dispersa o bien pensando en lo que tengo que contestar en vez de estar sólo escuchando. La disciplina de la mente y la capacidad de permanecer en el aquí y ahora es muy nuclear para tener un oído atento y abierto a la vida.

· Com-padeciendo (sintiendo con). Mi objetivo en la escucha no es defender mi “serenidad”, “paz”, “sosiego” como primera opción sino poner pasión, poder sentir con, padecer-con. Conectarme emocionalmente, sin confundir mis emociones con las suyas pero sintonizando, dejando resonar dentro de mí el mundo emocional de las personas. Unas veces lo consigo mejor que otras, porque no con todas las personas tengo la misma capacidad de sintonizar pero lo intento.

· Disfrutando siempre que sea posible, hay muchas ocasiones para hacer de nuestros oídos un espacio de placer, de gozo profundo, de dejarnos sorprender por la belleza que puede llegar a nuestros oídos. Cuando nos llegan palabras o discursos desagradables, ofensivos, retadores…un poco de sentido del humor es una buena receta para no tomarnos demasiado en serio.

· Siendo diálogo y silencio. No se trata sólo de hacer de nuestro oído un lugar para el diálogo, que ya es mucho, sino de hacerlo dialogante es decir que nuestro oído sea un lugar para convertirnos en personas dialogantes. Ser diálogo no nos resulta fácil, nos falta humildad para darnos cuenta de que no somos poseedoras de la verdad, reconocer lo que los otros distintos puedan aportarnos, nos falta seguridad básica para no sentirnos amenazados en nuestra identidad ante quienes son y viven de otra manera y eso puede generar actitudes fanáticas y dogmáticas, tenemos miedo a lo distinto, lo nuevo, nos falta paciencia para escuchar hasta el final…

Plagiando a Javier Meloni, con un pequeño cambio de “lugar” él habla de la palabra y yo del oído, me reafirmo con él que necesitamos ofrecernos y ofrecer a los demás:[4]

· un oído desarmado, que no escucha para imponerse, convencer, ni defenderse sino sólo ofrecerse en acogida. como un don

· un oído despojado de nuestros egos, de nuestra necesidad de tener razón y de escuchar lo que nos refuerza y con lo que coincidimos

· un oído descentrado, queriendo comprender el marco referencial de la persona, grupo, colectivo con los que dialogamos…corriendo el riesgo de ser cuestionada en mis propias perspectivas

· un oído que ha aprendido a escuchar el Silencio y por eso sabe utilizar el suyo y respetar el silencio de los demás

· un oído que porque sabe escuchar lo nuevo, lo distinto, lo sorprendente sin defenderse puede hacer nacer novedad dentro de sí y en el diálogo con los demás

· un oído que porque sabe ser discípulo no se sitúa por encima de los demás, sabe apreciar y valorar cada realidad, grupo, persona y por eso genera condiciones de igualdad y respeto.

Si yo y otras muchas personas supiéramos y pudiéramos dialogar así con lo diferente seguro que crearíamos una sociedad distinta, más justa, pacífica y unida. Seríamos constructoras de una civilización del dialogo que brota del respeto y del amor.

Necesitamos hoy de un modo urgente transitar estos caminos del amor que sabe escuchar para poder crear una cultura del diálogo intra e inter.-personal, intergeneracional, intersexual, intercultural, interreligioso, inter-ideologico… Sólo desde la escucha respetuosa, el diálogo, el encuentro entre todos será posible una convivencia familiar, social, mundial justa, pacífica, enriquecida por la diversidad.

Termino este apartado con un texto del sufismo islámico (que canta bellamente Lola Montes: Mi religión es la del amor) de Ibn Arabi que en el siglo XIII escribió: “Hubo un tiempo en que yo rechazaba a mi prójimo si su religión no era la mía. Ahora mi corazón se ha convertido en el receptáculo de todas las formas; es pradera de las gacelas, claustro de los monjes, templo de ídolos y cueva de peregrinos. Tablas de la Ley y Pliegos del Corán. Porque profeso la religión del amor, la armonía y la compasión y, por eso. Voy a donde quiera que me lleve su cabalgadura, pues el amor y la compasión son mi credo y mi fe.”

4-ESCUCHAR DESDE DÓNDE

· Desde la cabeza.

Nuestra cabeza en la que se aloja nuestro cerebro con sus dos hemisferios complementarios tiene un papel muy importante en ese trabajo de hacer de los oídos un lugar para el encuentro con la vida. La lucidez, la consciencia del condicionamiento de nuestro cerebro porque escuchamos desde nuestro marco referencial y por tanto la dificultad para saber situarnos en el marco referencial de quien nos habla y la siempre parcialidad de nuestras interpretaciones nos ayudarán a abrirnos a lo distinto. En este sentido nuestra mente puede ayudarnos a hacernos conscientes de los pre-juicios, ya sean políticos, morales, culturales, primeras impresiones… desde los que escuchamos que nos impiden escuchar a las persona porque sólo escuchamos las etiquetas que tenemos de ellas. No siempre podremos evitar el pre-juicio pero si somos conscientes de ello podremos minimizar su influencia.

La escucha lúcida de la realidad política, económica, social, ecológica supone una capacidad de conocer, estudiar, pensar, discernir la información, valorar, proponer pautas de conducta…es decir una tarea mental imprescindible para objetivar lo más posible nuestra escucha, para poder conocer mejor lo que pasa y por qué pasa lo que pasa.

Escuchar desde nuestra cabeza nos debe ayudar tb a descubrir que no somos los pensamientos que generamos, y que estos sólo nos posibilitan un acceso muy limitado al corazón de la realidad propia y ajena.

Lucidez, conocimiento, estudio, consciencia, discernimiento, intuición, propuestas…toda una tarea que realiza nuestra mente y que es imprescindible para hacer de nuestros oídos un lugar de apertura y de encuentro con la vida pero que no es el único lugar de escucha, ni seguramente el más importante.

· Desde el corazón. En el hermosísimo libro del Principito leí cuando era muy joven que “solo se ve bien desde el corazón, lo esencial es invisible a los ojos”. Pues lo mismo digo del oído que distinta es la escucha y la capacidad de acoger la vida y descubrir el ser si nuestra escucha es desde el corazón, como símbolo de la “inteligencia amante”. Es simbólicamente el corazón el lugar del amor y por tanto de la escucha empática, abierta, acogedora, com-pasiva, tolerante, des-centrada, valorativa…una escucha tal como desearíamos ser escuchados.

· Desde las entrañas. Las entrañas son el símbolo de la fecundidad y de la vida, de la con-moción compasiva, de la hondura del Ser. Una escucha desde las entrañas es generadora de vida, esperanza, valores, sentido…Las entrañas duelen y se estremecen por el dolor de la vida, de las personas, animales, gemidos de la tierra, no permiten pasar de largo, dar rodeos, permanecer indiferentes por eso provocan actitudes “samaritanas”, generan proximidad y movilizan toda nuestra persona para tratar de sanar, curar, aliviar, denunciar, anunciar, colaborar en el parto de un mundo nuevo. Las entrañas también son símbolo de la hondura humana, de ese lugar ultimo donde podemos respirar la ultima verdad de nuestro Ser.

5- ESCUCHAR “PARA QUÉ”.

Para hacer del oído un lugar de escucha y acogida

Para descubrir lo que Somos, Lo que Es

Para que ese descubrimiento experiencial de nuestra verdad más profunda movilice a toda nuestra persona en la dirección de la justicia, la equidad, la paz, la compasión, la defensa de la vida y del ecosistema,

Es decir para poder ser en nuestra vida cotidiana transparencia de nuestra profunda Verdad, ese Amor que Somos

[1] MARTINEZ OCAÑA, E., (2014) Espiritualidad para un mundo en emergencia, Narcea.


[2] Fragmento 19 de la Ofrenda lírica, de Rabindranath Tagore,


[3] AlemanY, C. "Escuchar" un arte complejo, Sal terrae no 975 (1995) 55-65


[4] MELLONI J.,(2014, 3ª) Hacia un tiempo de síntesis, Fragmenta
Volver arriba