¿ES ISRAEL UN PUEBLO ELEGIDO?
El Estado de Israel no tiene nada que ver con el Israel bíblico. Dijo Jesús que vendrán gentes de Oriente y Occidente y se sentarán en la mesa del Reino, mientras los que se consideraban Pueblo Elegido serán arrojados fuera.
| Fernando Bermúdez López
El pueblo hebreo, con Abrahán, Isaac, Jacob y después con Moisés y los profetas, fue descubriendo la presencia de Dios en su vida. A Abrahán se le considera el padre de la creencia en un solo Dios, es decir, del monoteísmo, en medio de un mundo donde cada pueblo y cultura tenía sus propios dioses. Esta fe en un Dios único contribuyó a que los descendientes de Abrahán tomaran conciencia de ser un pueblo elegido para anunciar al mundo el plan de Dios sobre la historia. Pasado el tiempo, los dirigentes del pueblo hebreo fueron anunciando la venida de un gran profeta, un mesías, que llevaría a plenitud el proyecto salvífico de Dios a todo el mundo. Sus profetas proclamaron que Dios ama a este mundo y que exige que todos los seres humanos vivamos como hermanos. De ahí las leyes de la fraternidad, con una opción particular por los más pobres y vulnerables.
El pueblo hebreo, llamado también Israel, instalado en la tierra de Canaán, fue apartándose del proyecto original. Cayó en un nacionalismo exclusivista e incluso racista y xenófobo. Olvidó que su experiencia de liberación de la esclavitud de Egipto es un mensaje para toda la humanidad. Hizo de su religión un culto vacío, sin tener en cuenta que el culto que Dios quiere es la práctica de la justicia y la misericordia (Mt, 23,23). Véase también la parábola del buen samaritano (Lc 10, 29-37).
El profeta Isaías, en nombre de Dios, se dirige al pueblo de Israel:
“Este pueblo me honra con los labios,
pero su corazón está lejos de mí” (Is 29,13).
“No quiero ofrendas inútiles.
El incienso me causa horror…
Cuando rezáis con las manos extendidas, aparto mis ojos para no veros.
Aunque multipliquéis vuestras plegarias, no las escucho,
porque hay sangre en vuestras manos.
¡Lavaos, purificaos. Alejad de mis ojos vuestras malas acciones,
dejad de hacer el mal y aprended a hacer el bien.
Buscad la justicia, dad sus derechos al oprimido,
haced justicia al huérfano y defender a la viuda” (Is 1,11-17).
En el corazón de este pueblo nació Jesús. Fue un laico de una región marginada. Se presentó como el enviado de Dios. Proclamó el reino del amor, el reino de la fraternidad humana, que él llamó “reino de Dios”. Se puso al lado de los pobres y desvalidos. Dijo que lo más importante de la religión no son los ritos y las ceremonias, sino la práctica de la justicia, la compasión y el servicio a los más necesitados.
Los dirigentes y poderosos de Israel no le reconocieron. Lo rechazaron. El evangelio de Mateo 21,33-45, señala que Israel ya no es el pueblo elegido porque rechazó al Hijo de Dios. Lo consideraron como un falso profeta y lo condenaron a muerte, entregándolo al gobernador romano Poncio Pilato para que lo crucifique. Por eso decimos en verdad que Israel ya no es el Pueblo de Dios. No reconoce a Jesús de Nazaret como el Cristo Hijo de Dios. Este pueblo, es decir, los judíos, esperan todavía al Mesías.
Jesús se enfrentó a sus dirigentes, sumos sacerdotes y fariseos, llamándolos hipócritas, sepulcros blanqueados, raza de víboras. Y dijo que vendrán gentes de Oriente y Occidente y se sentarán en la mesa del Reino, mientras que los que se creían los elegidos serán arrojados fuera.
San Pablo señala, asimismo, que el nuevo Pueblo de Dios ya no es Israel sino la Comunidad de los seguidores de Jesucristo, es decir, la Iglesia. Más aún, el pueblo elegido lo constituye todos los pueblos de la Tierra que optan por vivir haciendo el bien y trabajando por la fraternidad universal, que es la esencia del reino de Dios proclamado por Jesús (Mt 25,31-46). Dios reina allí donde se practica el amor, el compartir comunitario y el perdón.
El Israel de la Biblia desapareció el año 70 de nuestra era con la destrucción del templo de Jerusalén y la dispersión de los judíos. Durante casi dos mil años vivieron dispersos por muchas naciones de Europa y norte de África. En el año 1948, por razones de identidad cultural, religiosa y política, los judíos constituyeron el actual estado de Israel, invadiendo tierras y ciudades palestinas, masacrando a sus habitantes tanto musulmanes como cristianos.
Contrasta la imagen de Dios que tienen los israelíes fanáticos, con la imagen de Dios que nos revela Jesús de Nazaret. El Dios revelado por Jesús es un Dios universal, un Dios de vida nueva, de misericordia, de compasión y de perdón (véase la parábola del “Padre bueno”, conocida también como del “hijo pródigo”). Es un Dios que rechaza totalmente la violencia, las armas y la venganza. Un Dios Amor, como señala el apóstol Juan en su primera Carta.
Sin embargo, la mayoría de los israelíes siguen con la idea de un Dios guerrero, que hace acepción de personas, el “poderoso de Israel”. Esta es la actitud del gobierno de Israel: la venganza, el genocidio y las masacres de gente inocente, incluidos niñas y niños palestinos; incluso, expulsa a muchos cristianos de sus casas y de la Tierra Santa.
En la biblia hebrea, que los cristianos llamamos Antiguo Testamento, aparecen relatos de un Dios que ordena matar a los habitantes de las ciudades cananeas conquistadas, que ordena pasar a cuchillo a hombres, mujeres y niños. (Nu 31,7-10; Dt 34,9-10; Josué 8,18 y 11,11-14; 1 Samuel 15,2 y 15,8). Ese no es el Dios que nos revela Jesús. El Dios de Jesús, como dije anteriormente, es un Dios universal, de misericordia y amor, que es el Dios que la Iglesia vive y proclama. Más aún, todos los pueblos y religiones de la Tierra que buscan el bien y trabajan por la justicia, la fraternidad y la paz son pueblo santo de Dios.
No obstante, como he dicho anteriormente, los profetas bíblicos sí presentan a un Dios universal, que está al lado de los pobres, que acoge a los forasteros y que perdona siempre que nos reconocemos pecadores. Un Dios de vida y de esperanza para la humanidad sufriente. En esta línea de los profetas (Isaías, Amos, Jeremías…) se situó Jesús de Nazaret.