2. EL CONCILIO VATICANO II: acontecimiento y cuerpo doctrinal.

En este capítulo se pretende tomar conciencia del Concilio como evento y como cuerpo doctrinal, tratando de identificar luego los grandes cambios de paradigmas.

En las diversas consultas hechas a los expertos surgió con mucha claridad la necesidad de hacer la distinción entre lo que fue el Concilio como acontecimiento, que es algo que va más allá del resultado concreto de los documentos. A la vez, el análisis de los documentos permite percibir mejor cuáles fueron los cambios de dirección, las novedades más significativas, las consecuencias para el presente y para el futuro de la Iglesia.

2.1 El Concilio como “acontecimiento”

2.1.1 El Concilio Vaticano II como evento global

De muchas maneras se puede hablar del Concilio Vaticano II como “acontecimiento”. Para facilitar una visión de síntesis sobre este aspecto, retomamos aquí el número 3: “El Vaticano II como acontecimiento eclesial” . de un interesante artículo de R. Latourelle, publicado en la página web “Avizora”:

“Pero precisamente se produjo el acontecimiento, imprevisto y sobre todo inesperado en su forma: un concilio, el mayor de la historia, anunciado por Juan XXIII el 25 de enero de 1959. Pío XI ya había pensado en la reanudación del Vaticano I, interrumpido en 1870 por causa de la guerra. Incluso consultó sobre ello a algunos cardenales y obispos de la curia, y recibió de ellos un esbozo de programa, pero finalmente desistió del proyecto. Pío XII, en 1948, volvió a pensar en ello; pero pronto lo hicieron fracasar las muchas divergencias. Juan XXIII, ante el ritmo acelerado de los cambios sociales y la necesidad de reconstruir la unidad entre los cristianos, tomó la decisión irreversible de un gran concilio ecuménico. Había que evitar un retraso fatal, como ocurrió en tiempos de la reforma protestante. Según el mismo Harnack, si el concilio de Trento se hubiera anticipado quince años, quizá podría haberse evitado el drama de la reforma. Había que actuar con rapidez. La Iglesia tenía que salir cuanto antes de su mutismo de vieja dama arropada en su pasado..., para "hablar finalmente a los hombres de nuestro tiempo para servirles y conducirlos a Cristo. Hemos de añadir que el ‘kairós’ histórico era favorable, ya que en el momento del concilio la Iglesia se había liberado finalmente de las trabas políticas y gozaba de un equipo excepcional de grandes teólogos. Hoy, con la desaparición de esos "grandes" de la teología, sería imposible un Vaticano II. El concilio llegó "a tiempo.

Se creó inmediatamente una comisión preparatoria, presidida por Tardini y por Felici, como secretario, para que organizase el trabajo. El 5 de junio de 1960 se constituyeron diez comisiones, que se distribuyeron la tarea de preparar los esquemas que habían de discutir los padres. Estas comisiones, excepto una, tenían como presidentes a cardenales de las congregaciones romanas, ayudados por consejeros teológicos de tendencias conservadoras. El primer trabajo terminó con la redacción de más de 70 esquemas, la mayor parte bastantes mediocres. Por eso, los padres conciliares los rechazaron o fueron devueltos para que se hicieran en ellos reformas sustanciales.

El concilio tuvo cuatro sesiones de dos a tres meses de duración. Inaugurado el 11 de octubre de 1962 por Juan XXIII, terminó el 8 de diciembre de 1965, bajo el pontificado de Pablo VI. En su discurso inaugural, Juan XXIII se puso ya en guardia ante la tentación integrista y frente a las condenaciones, invitando más bien a la unión y a una visión pastoral.
El Vaticano II es, sin duda, la más ambiciosa operación de reforma jamás realizada en la Iglesia; no sólo debido al número de padres conciliares (2.540 al principio, frente a los 750 del Vaticano I y los 258 del concilio de Trento) y a la unanimidad de las votaciones que muchas veces superaron todos los récords (así, la constitución sobre la revelación sólo registró seis votos negativos de un total de 2.350 votantes; la constitución sobre la Iglesia sólo cinco votos negativos); pero sobre todo debido a la amplitud de los temas abordados: la revelación, la Iglesia (naturaleza, constitución, miembros, actividad misionera y pastoral), la liturgia y los sacramentos, las otras comunidades cristianas y las otras religiones, el laicado, la vida consagrada, la reforma de los estudios eclesiásticos, la libertad religiosa, la educación, las relaciones fe-cultura, Iglesia-mundo, los medios de comunicación social...

El Vaticano II representa un acontecimiento de una originalidad única. Los concilios anteriores, de ordinario, estuvieron provocados por herejías o desviaciones particulares e incluso regionales. El mismo concilio de Trento evolucionó dentro de unas fronteras doctrinales bien limitadas: relación Escritura-tradición, pecado original, justificación, sacramentos. El Vaticano I fue un concilio occidental y hasta europeo. Con el Vaticano II por primera vez un concilio tiene una dimensión planetaria. A la universalidad de los temas hace eco la universalidad de la representación episcopal. Concretamente, Europa representa el 33% de padres conciliares; los Estados Unidos y Canadá, el 13 por 100; América Latina, el 22 por 100; Asia, el 10 por 100; África, el 10 por 100; el mundo árabe y Oceanía, el 6 por 100. Por primera vez unos expertos, cuyo número pasó de 201 a 480 gracias a la influencia de Pablo VI, colaboraron en la redacción de los textos conciliares, haciendo oír así la voz de largas y ricas tradiciones culturales.
También, por primera vez, un concilio se atrevió a enfrentarse con problemas absolutamente inéditos, por ejemplo el terrible pauperismo de una gran porción de la humanidad, la opresión multiforme de la libertad y de los derechos esenciales del ser humano, la carrera armamentista, las amenazas de aniquilación de la humanidad, la búsqueda eficaz de la unidad de los cristianos, la contribución de la literatura y de las artes a la vida de la Iglesia. Los 16 documentos conciliares, reunidos en un solo volumen, corren el riesgo de hacernos olvidar la inmensidad del trabajo desplegado durante este período efervescente de la historia de la Iglesia. Los que aguardan un concilio todavía más ecuménico tendrán que esperar mucho tiempo. Y los que se niegan a reconocer la autoridad de un concilio que ha movilizado tantas energías y que ha alcanzado tal unanimidad bajo la presidencia de dos pontífices, ¿no dan señales evidentes de estar ciegos?

Sin embargo, el concilio no fue un crucero de placer. Desde el comienzo no faltaron las sacudidas sísmicas, de una intensidad a veces preocupante. ¡Cuántos esquemas saltaron por el aire desde el principio! ¡Cuántos otros conocieron una travesía tormentosa, a menudo cerca del naufragio! A pesar de todo, el acontecimiento tuvo éxito. A nivel de los hechos, que recordamos sucintamente, las sesiones se desarrollaron así:

El concilio empezó el orden del día, el 22 de octubre de 1962, con la discusión del esquema sobre la liturgia. A pesar de la acogida favorable que recibió, se vio sometido a un estudio ulterior y no fue aprobado hasta la segunda sesión, el 4 de diciembre de 1963. El esquema sobre "las fuentes de revelación", inspirado en una teología demasiado nocional de los datos de la Escritura y de la tradición, levantó tales críticas que Juan XXIII lo remitió a una comisión mixta, representada por la comisión teológica y el Secretariado por la unidad de los cristianos, para una seria revisión. Este esquema conocería cinco redacciones antes de ser promulgado al final del concilio, el 18 de noviembre de 1965. Tras un rápido examen de los dos esquemas, por cierto bastante simples, sobre los medios de comunicación social y sobre la unión con los orientales, se abordó en diciembre el esquema sobre la Iglesia. Tras las intervenciones de los cardenales Léger, Suenens y Montini, de acuerdo con el mismo Papa, se hizo un replanteamiento general del Concilio desde la "perspectiva de un concilio para el mundo", sometiendo el mismo esquema sobre la Iglesia a una "refundición". Sin duda estos giros tuvieron su origen en la acción de los "peritos” y los consejeros personales de los obispos, mucho más sensibles a las pulsaciones de la vida eclesial universal más que los teólogos de la curia. Los peritos y consejeros fueron determinantes en la elaboración y puntualización de los textos; fueron como las “claves” que marcaron el nuevo tono conciliar. Al final de la primera sesión, los esquemas se redujeron de 70 a 20.

Pablo VI dirigió las tres últimas sesiones. El 22 de junio de 1963 el nuevo papa decidió la prosecución del concilio. El colegio de moderadores de las sesiones se redujo de diez a cuatro. De los cuatro moderadores, sólo el cardenal Agagianian representaba a la curia. Los otros tres, Lercaro (Bolonia), Doepfner (Munich) y Suenens (Malinas-Bruselas) manifestaban claramente la voluntad de Pablo VI de ensanchar las perspectivas del concilio. La segunda sesión aprobó la constitución sobre la liturgia y el decreto Inter mirifica, sobre los medios de comunicación social. Durante la tercera sesión se votaron los decretos sobre ecumenismo, la constitución sobre la Iglesia y el decreto sobre las Iglesias orientales. También se abordó, con demasiada prisa, el estudio de algunos temas candentes, como la libertad religiosa, y se discutió el esquema 13, sobre la Iglesia en el mundo actual. La cuarta sesión votó, con cierta febrilidad y algunos arreglos, los últimos esquemas. Fue una verdadera carrera contra reloj. El 28 de octubre de 1965 se promulgaron: a) el decreto “Christus Dominus”, sobre la función pastoral de los obispos; b) el decreto “Perfectae caritatis”, sobre la adaptación y la renovación de la vida religiosa; c) el decreto “Optatam totius”, sobre la formación sacerdotal; d) el decreto “Gravissimum educationis”, sobre la declaración sobre la educación cristiana; e) el decreto “Nostra aetate”, sobre la declaración de las relaciones de las Iglesias con las religiones no cristianas. El 18 de noviembre de 1965 se promulgó la “Dei Verbum”, sobre la revelación, y el decreto “Apostolicam actuositatem”, sobre el apostolado de los laicos.

Finalmente, el 7 de diciembre se publicaron los cuatro últimos documentos: “Ad Gentes”, sobre la actividad misionera de la Iglesia; “Presbyterorum Ordinis”, sobre la vida de los sacerdotes; “Dignitatis humanae”, declaración sobre la libertad religiosa y la constitución “Gaudium et spes”, la más larga y más discutida, sobre la Iglesia en el mundo. El 7 de diciembre se proclamó el "levantamiento de la excomunión" entre Roma y Constantinopla. El 8 de diciembre se celebró la sesión de clausura del concilio, contando con la presencia de 81 representaciones gubernamentales y de nueve organismos internacionales. El concilio marcó el final de la era postridentina; pero los cambios realizados coinciden con la crisis de la civilización occidental y la llegada de la ciudad secular: dos factores nuevos que hicieron mucho más complejo el período posconciliar.

Guía para la reflexión personal y diálogo en grupo:

1. PASOS PREVIOS

1.1. Preguntar a personas que vivieron en la época del Concilio:
• Cómo se acogió el anuncio del Concilio Vaticano II y cuáles fueron las expectativas que despertó.
• Qué importancia se dio al evento.
• Cómo y en qué medida se siguió la realización del mismo.
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