Iglesia local vs. Local de iglesia

LUIS RUIZ

Me contaron de un misionero que una noche, hace ya algunos años, llegó a la plaza de un pueblo y se encontró allí un grupo de jóvenes que estaban pasando el rato. Eran antisistema de los que no frecuentan las discotecas por falta de recursos, fuman porros y beben cerveza. Poco predispuestos en principio a escuchar de Dios.


Empezaron a hablar y la conversación fue larga y distendida. No estaba claro si era más increíble que envidiable —o al revés— verle allí tan natural y desinhibido. Encajaba con serenidad las bromas ácidas y burlonas mientras les hablaba del amor de Dios. El Dios eterno tan preocupado por todas las personas que envió a su Hijo a morir por ellos. Cualquier tímido que se precie se pasmaría ante tal escena.

Los encuentros se hicieron asiduos y, aunque nadie anotó en su agenda el compromiso, hasta se añadieron nuevos amigos ausentes el primer día. Hablaban de cualquier cosa que les interesara y el misionero siempre se las arreglaba para mencionar el amor de Dios en Cristo. Parecía mentira, pero algunos dieron muestras de empezar a cautivarse por la posible relación personal con Dios.

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