Los indígenas protestantes que han sido expulsados de Chiapas organizaron sus respuestas de varias formas. Al principio, y con denuncias judiciales que levantaron, esperaron refugiados en lugares que les facilitaron mestizos evangélicos en San Cristóbal de las Casas a que las autoridades aplicaran la ley y castigaran a sus perseguidores. Cuando esto no sucedió y el número de desplazados aumentó, finales de los setentas y principios de los ochentas, decidieron pasar a otra etapa: la creación de las colonias de expulsados en la periferia de la antigua capital chiapaneca.
La primera en su tipo fue La Nueva Esperanza, con tres décadas de existencia. La segunda fue Betania, fundada en 1980, y que se localiza en el municipio de Teopisca.
Las colonias de expulsados son una muestra de resistencia, espacios desde los que la población indígena evangélica afirma su derecho a existir una vez que se agotan las posibilidades de regresar a sus comunidades originales. Son una especie de organizaciones autónomas. Les dan origen con sus propios recursos, y/o con apoyos de correligionarios dentro y fuera del país. Lo hacen ante la total indiferencia y desentendimiento de las autoridades de Chiapas y federales. Sus espacios son construidos, social y materialmente, a contracorriente de quienes les perseguían, pero también contra el Estado mexicano que no hizo valer las leyes y consintió las expulsiones.