Dolor y sufrimiento

Vivimos tan mediatizados por la sociedad de la comunicación mercantilista que no hemos sabido defendernos adecuadamente, claudicando a base de fabricarnos placebos de felicidad ocultando, de paso, la reflexión y debate sobre el sufrimiento y la muerte. Como si no hablar de estas cosas acarrease mayores dosis de felicidad.

Una cosa es la imposibilidad de una felicidad plena en este mundo, y otra que distorsionemos las leyes de la limitación, la ancianidad o la muerte, como si fuese algo vergonzoso. Todos sufrimos, y algunos muchísimo; no hay que ir hasta la República del Chad para comprobarlo. En el hemisferio sur se mueren de hambre, de sed y de violencia indiscriminada, porque allí una persona no vale un pimiento. Pero en el hemisferio norte no faltan los suicidios, las depresiones, el mal de la soledad, el desamor y el sinsentido vital, que conforman otra clase de tragedias aunque estén revestidas de deslumbrante consumismo. Del exceso de tener también se malvive aunque oculte a quienes lo viven desde la exclusión social.

¿Dolor o sufrimiento? Creo que debemos diferenciar ambos términos por una cuestión pedagógica. Veamos: el dolor es un hecho inevitable por tratarse de algo inherente a la condición humana. No hay persona sin dolor, y si hay una, no es un ser humano, tal como dice un proverbio chino. El sufrimiento, en cambio, es el nivel de daño que puede causarnos un dolor determinado. Eliminar el dolor no está en nuestras manos, pero disminuir, e incluso eliminar algunos sufrimientos, nuestros o de los demás, depende de las personas y no tanto del tipo de dolor que se trate. No existe un dolor en genérico, sino “mi” dolor. En el elemento subjetivo está el principal condicionante, en la actitud que mantengamos cuando la venida de un hecho doloroso concreto.

Ante un mismo dolor, algunos acuden a sesiones de relajación o prefieren rezar, mientras otros deciden engancharse a una botella de licor. Unos prefieren centrarse en ayudar a quienes sufren y en actuar adecuadamente por salir cuanto antes de su situación dolorosa, mientras que otros se reconcentran en su sufrimiento ampliando la carga de dolor que llevan. Y de paso, cargan su peso en las espaldas de los demás. Hay mil ejemplos que ilustran cómo con ante los mismos problemas respondemos con actitudes bien diferentes.

Machado decía que sabemos para qué sirve un vaso, pero no sabemos para qué sirve la sed… Hay tantos dolores, se sufre tanto, que es lógico preguntarnos si el dolor sirve para algo. Ante el sufrimiento inevitable (nadie en su sano juicio debe buscar el sufrimiento como objetivo de nada), algunos han aprendido ciertas reglas de oro para vivir mejor, no importa en cuales circunstancias.

Séneca nos dejó una respuesta muy válida: “No importa qué, si no cómo sufras”. Pero hay más pistas para ser parte de la solución y no del problema; la realidad es mucho más amplia de lo que nos indican nuestros limitados sentidos, por eso nunca será tarde para aprender a ser emocionalmente inteligentes y a experimentar que el placer de vivir tiene sus reglas; quien tiene un “por qué” acaba por encontrar un “cómo”; ser buena persona es de inteligentes; ante lo inevitable, aceptación: cuanta más resistencia pongamos, más daño; al lado de la dificultad está la felicidad; hoy no es siempre; acaparar no llena, darse no vacía; es mejor vivir en la esperanza que ilusionarse...

No caben fórmulas mágicas contra el sufrimiento. Una vez que se incrusta entre los pliegues del corazón, solo es posible superarlo por una decisión personal de vivir ciertas actitudes, las mismas que en todo tiempo y lugar han sido y son inherentes a la madurez humana. La serenidad, la alegría, el amor, nacen dentro de cada persona, y no como fruto directo de las circunstancias de la vida, aunque condicionan. El Evangelio sabe mucho de todo esto.

Es preciso atrevernos a ser felices a pesar de la obligada convivencia con tantos momentos de dolor, porque al lado de la dificultad está la felicidad. Qué le vamos a hacer, pero es así. Tantos avances para que aun no hayamos aprendido que nadie puede hacernos tanto daño como nosotros mismos, ni nadie puede hacernos felices si nos cerramos al maravilloso riesgo del amor humano; en Chad y en nuestra aparente sociedad de Jauja.
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