Queridos reyes majos

Desde siempre hay una fiesta en torno al 6 de enero llena de evocaciones míticas al sol victorioso, coincidiendo con el solsticio de invierno. Pero no es hasta el siglo IV cuando la Iglesia de Oriente instaura la festividad de los Reyes Magos como oferta religiosa ante la fiesta solar de signo pagano; y hemos de llegar a mediados del s. XIX para ver a los Reyes Magos como portadores de juguetes. Hasta entonces, los obsequios eran muy normalitos: caramelos, requesón, frutos secos, prendas de vestir… además de carbón o piedras para los niños que habían sido malos, como correspondía a una sociedad castigadora. Nos queda el recuerdo del carbón en forma de golosina que en el País Vasco-navarro, el carbonero Olentzero tiene una tradición más antigua.

Lo cierto es que ya queda poco de fiestas de solsticios, si exceptuamos algunos parajes rurales de mayor interés etnográfico que popular. Tampoco abunda la vivencia de la Epifanía ante un consumismo que tiene en el 6 de enero a uno de sus días fuertes del año, amparándose en la tradición y la ilusión de los más pequeños, que sigue siendo preciosa. Ante la orgía gastadora que no culminará hasta después de las rebajas, recuerdo una idea ingeniosa de Francisco Umbral: Ya no somos de izquierdas ni de derechas, todos somos de El Corte Inglés.

Acabo de releer con gusto la carta a los Reyes Magos del periodista y sacerdote J. Luis Martín Descalzo, escrita 44 años después de su última carta de niño. Me quedo con estas líneas: “Yo preguntaba: ¿Y si hieren a un Rey Mago, mamá? Las guerras son así. Los partes militares dan sólo el número de muertos en el campo de batalla. Pero nadie lleva la cuenta de las ilusiones enterradas, de los muertecitos que se le van acumulando a uno dentro. ¡Quién sabe! Tal vez este año logréis atravesar los campos de batalla del mundo, sin ser heridos; tal vez mañana alguien rebaje sus personales cordilleras de egoísmo y resucite -con un relámpago de gozo- al chiquillo que fue.”

Pero con la estela de Oriente, los Reyes Magos llegan y se van en una noche. Con razón algunos se quejan de la profusión de frases hechas como “felicidades”, “feliz año” y otras parecidas; porque en cuanto pasan las navidades, no queda ni el eco. Por mi parte, querido lector, quisiera desearte el mejor año posible con una invitación a valorar aquello que no se pueden conseguir ni comprar con dinero, ni tampoco lleva cabalgata alguna porque anidan en el corazón de los reyes corrientes de nuestro mundo cotidiano, sin coronas ni pajes. Son los reyes majos, los que día tras día transmiten cariño, afectos, amistad, amor, favores… gente que nos quiere de verdad, compañeros alegres que siempre tienen una sonrisa para nosotros, que saben escuchar cuando hace falta.

Muchas personas anónimas que se esfuerzan todo el año por hacer de su entorno un trocito de mundo cada vez mejor. Tendemos a recordar una mala cara en el trabajo o la poca sensibilidad mostrada por un allegado, mientras pasamos por alto gestos de bondad y nobleza, o la posibilidad misma de hacer, alguna vez, de de rey majo. Cualquiera puede hacer de rey majo con los demás, sin que para esto exista límite de edad ni requisitos económicos o culturales.

Nos hemos acostumbrado a regalar cosas y más cosas cuando lo que necesitamos es que nos regalen generosidad interior y la comprensión de personas corrientes, dispuestas a no añadir a los demás más cruces de las que tienen. Reyes majos que contrapongan valores humanos a las duras rampas que serán para muchos enero y febrero, con muchos corazones tristes y varados en la cuneta.
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