El ejemplo a seguir

Se acabaron las fiestas de Navidad y la gente volvemos a lo cotidiano, que es algo que también podemos reflexionar al calor de la vida de Jesús. No nos olvidemos que vivió casi toda su vida (unos treinta años) haciendo vida normal, pasando una existencia ordinaria sin apenas algo reseñable que comentar sobre ella. Pero esto no quiere decir que su vida fuera una vida ocultada ni en "hibernación" sino que fue irrelevante solo por lo cotidiana que resultaba su existencia en Nazaret entre los suyos.

Todo lo centramos en su vida pública, sin reflexionar el sentido que Jesús dio a su vida en Nazaret porque en lo cotidiano, igual que en lo extraordinario, la creación se hace proceso: proceso de maduración creativa en el caso de Jesús para aceptar la misión del Padre, que fue precisamente una vida silenciosa durante el 90% de su existencia.

¿Qué sentido tuvo para Jesús y cuál es el que tiene para nosotros la vida cotidiana, sin acontecimientos mediáticos ni espectaculares, a la luz de nuestra fe? ¿Por qué desvalorizamos nuestra existencia simplemente porque no tiene las sensaciones y glamures que entendemos deberíamos experimentar? "Si Dios mismo ha estado treinta años sin hacer nada destacable, entonces la auténtica importancia de la existencia humana radica en la hondura con que se viven las realidades cotidianas". Esto leo de Margarita Saldaña, y me parece una estupenda llamada a la reflexión en oración porque, en definitiva, cualquier lugar y situación de la vida son un lugar potencial de encuentro con Dios.

La cotidianidad es una gran parcela de vida que podemos convertir en un ámbito de experiencia religiosa abiertos a la llamada de las necesidades del mundo, sabiendo que Él asumió la aparente vida rutinaria que le ocupó durante gran parte de su vida pero aportando un horizonte lleno de sentido. Lo que cambia la vida creándola siempre de nuevo no son las sensaciones puntuales sino el modo de actuar en nuestra vocación, el cómo hacemos las cosas aunque "nadie" nos vea y, peor aún, sin que nadie se fije en nuestra acción anónima y no reconocida para el resto.

Esa actitud sencilla y dispuesta resulta creadora y valiosa por la carga de amor que comporta su propia naturaleza. La vida callada puede ser tremendamente fructífera porque rebosa voluntad de respuesta a la voluntad de Dios. María es el ejemplo de que lo cotidiano vivido intensamente con fe en una existencia silenciosa, insignificante tantas veces y sin protagonismo hacia afuera, resulta extraordinariamente fructífera.

No hacer nada destacable a los ojos de los demás puede significar todo lo contrario a los ojos de Dios. Parece sencillo comprenderlo pero puede llegar a ser heroico este afán sostenido en el tiempo hasta conseguir con su gracia que nuestra vida cotidiana facilite a Cristo iluminar a quienes nos rodean. Él asumió la rutina de una vida humana anodina… aparentemente. Y no solo Él y su madre María, ya que José tampoco tuvo acontecimientos relevantes para las fuentes evangélicas. La Sagrada Familia, pues, ejemplo de sencillez y humildad para nuestros deseos de una vida glamurosa que confunden el camino de la voluntad de Dios con nuestras anhelos menos espirituales.
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