La religión no es el problema

El actual modelo de sociedad materialista y consumista que insisten en globalizarla a nivel mundial, ataca directamente a cualquier forma de espiritualidad, incluidas las expresiones religiosas. Si además le añadimos las graves inconsecuencias e incoherencias de los dirigentes religiosos y de sus fieles, no es de extrañar el elevado número de deserciones, sobre todo en los países del Primer Mundo. Y tampoco sorprende que no pocos auguren el final de las religiones, incluso entre los propios católicos. Incluso algunas voces católicas marcan la línea roja entre el fenómeno religioso y la vivencia del Evangelio porque aquél ya no responde a los problemas fundamentales que tiene la sociedad y estorba a la Buena Noticia.

Lo curioso es que junto a ambos fenómenos -materialismo sociológico e incoherencia en la praxis diaria de nuestra fe, el Papa Francisco aparte- nacen nuevas espiritualidades de diferente signo: deístas, jesuánicas o simplemente humanistas, que tratan de reconducir sus inquietudes por otros caminos no necesariamente trascendentes. 

En la misma dirección, el mundo sigue manifestándose religioso en las encuestas. En 2020, el 84,4% de la población mundial se considera a sí misma religiosa, frente al 16,6% que se definía atea. (Composición religiosa por país. 2010-2050. www.pewforum.org. Otras encuestas marcan la misma tendencia). Por otra parte, los datos a 31 de diciembre de 2019 del Anuario Estadístico de la Iglesia católica confirma el aumento de 15.410.000 de nuevos fieles respecto al año anterior y en todos los continentes, excepto Europa, que decrece la cifra de católicos (-292.000). Y ello a pesar de que la persecución religiosa a los cristianos en el Terer Mundo es actualmente la más brutal de la historia.

El fenómeno religioso no es de ayer. Las religiones surgen con el ser humano y sus inquietudes existenciales, sobre la muerte y el más allá, la necesidad dar un sentido a su vida y a la muerte, comprenderse en su ser más íntimo y con los demás… La religiosidad entendida como expresión de búsqueda y anhelo de plenitud humana que trata de establecer un vínculo y una experiencia con lo “sagrado” o con lo “absoluto”, con el “fundamento último de la vida”. Y los humanos lo expresamos con experiencias más o menos profundas, variadas dependiendo las culturas y los tiempos, hasta experimentar la fe cristiana, cuyo embrión surgió mucho ante de la llegada de Jesús.

Esto, me parece que no está en crisis, ese anhelo religioso atemporal que fluye en nuevas adhesiones a todo tipo de espiritualidades, incluida la católica, por el atractivo de su Mensaje.

Es nuestra mediocridad la que devalúa el Mensaje, haciendo justo lo contrario de lo que es la Misión evangelizadora: ahuyentamos con nuestras conductas a personas que buscaban la Buena Noticia. Se marchan escandalizados o desencantados ante el escaparate católico que no luce lo que anunciamos. En el Evangelio se dice claramente que los que tenemos la fortuna de tener la fe -es un regalo- tenemos además la responsabilidad de ser las manos de Cristo para anunciar y vivir la Buena Noticia. Y esto solo es posible a través del ejemplo, de nuestra conducta personal y de ayuda al prójimo, prioritariamente a quienes más lo necesitan, y siempre con amor; y a través de la oración como alimento y fortaleza para ser capaces de superar las flaquezas: “Sin mí no podéis hacer nada”.  Sin la oración, abiertos a que Dios nos transforme, no podemos ser fermento, ayuda ni luz para nadie.

La religión no se ha quedado anticuada, ni van a desaparecer las religiones. Somos los cristianos quienes hemos devaluado la manera de vivirla al darle un peso desproporcionado a los ritos, muchos de ellos vaciados de lo que señalan, al tiempo que hemos absolutizado la institución eclesial que ha caído en la tentación de operar desde el poder y no desde el servicio. La religión es una parte de la llamada inteligencia espiritual que podemos y debemos desarrollar. Otros la llaman inteligencia existencial (Howard Gardner), sabiduría o cualidad humana profunda (Mariá Corbí) o la habilidad para ser felices (Ramón Gallegos).

Aquí no está el problema, como tampoco lo está en la inteligencia emocional en los momentos en que las sociedades se han comportado desde la brutalidad. Ni la razón es el problema cuando las dictaduras han tratado de borrar la libertad de pensamiento. Qué más quisieran las grandes multinacionales y grupos de poder financiero que la religión desaparezca como anhelo humano. Es nuestra mala praxis, la falta de conversión a pesar de los tiempos fuertes litúrgicos que recordamos cada año, lo que nos ha empobrecido en una parte esencial del ser humano.

Es posible que no tengamos la culpa de encontrarnos atrapados en estructuras anticristianas y antirreligiosas, pero no es menos cierto que nos encontramos cómodos en la sociedad del consumismo superficial y hedonista. La fuente no es el problema, sino beber defectuosamente de ella.

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