A vueltas con el celibato

El que fuera hombre de confianza del Papa Benedicto XVI, Claudio Hummes, recién nombrado prefecto para la Congregación del Clero, dijo en sus primeras declaraciones algo que no se olvidará fácilmente por la sencillez y rotundidad expresadas en un diario de Sao Paulo. El cardenal brasileño recordó que el celibato no es un dogma, sino una norma disciplinaria, y que la Iglesia no es una institución inamovible (tampoco en este tema), sino una institución que cambia cuando debe de cambiar. No hay como ser claro y sencillo para levantar montañas de controversia.

Cuando todos pensaron que iba a matizar sus declaraciones tras la consabida llamada del Vaticano (estamos en 2006), se limitó a decir que este tema “no figura actualmente en el orden del día”. Y todo ello, cuando el Vaticano se había vuelto a posicionar a favor del celibato excluyente para el clero consagrado.

¿Qué puede decir un laico como yo sobre este manido tema? Pues varias cosas, al sentirme miembro activo de la comunidad cristiana. En primer lugar, bienvenidas las opiniones que enriquecen las ideas e invitan a madurar las creencias. En segundo lugar, celebro que una voz tan autorizada y prudente (ni cobarde ni osada, en el punto medio de la virtud) dejara en su sitio real al celibato: una norma como opción radical de vida.

En tercer lugar, una reflexión: vocación religiosa es sinónimo de llamada. La vocación aceptada es exigencia que uno mismo se impone en aras a una misión que se ofrece a desarrollar. Hay vocaciones religiosas de personas que encuentran en el celibato su máxima expresión de entrega generosa y total a todos, por amor al Evangelio. Son hombres y mujeres que encauzan su afectividad a la comunión con Dios y descansan amorosamente en Él a través del amor radical al hermano.

Pero no todos tienen esta vocación, como tampoco todos sienten la vocación de la entrega matrimonial desde el amor, cuyos frutos más visibles son los hijos. Pero, ¿Qué impide el desarrollo de un estadio “intermedio” de vocación religiosa en un hombre casado? Son muchos los que se sienten llamados al sacerdocio desde su condición de casados; y muchas mujeres sienten frustración también por no poder acceder al ministerio ordenado. Ahora Francisco ha desenterrado la figura de los viri probati para seglares que serían consagrados estupendos, más allá del diaconado, si tuviesen la ocasión de ordenarse manteniendo su vocación matrimonial.

También es cierto que no está nada claro el tema de que el presbítero casado sea un remedio para la ausencia de vocaciones sacerdotales (ahí está el caso anglicano, con el debate y la polémica de las mujeres presbíteras en auge). Pero no es desde el cálculo posibilista de abrir o cerrar la puerta según falten o sobren vocaciones, desde donde se construye el Reino. Es un problema de experiencia de fe que llama a una opción que no es contraria a la naturaleza del sacerdocio ni a dogma alguno.

A los primeros vestigios del celibato en torno al siglo IV siguieron los siglos en que la castidad se practicaba como vocación, sin imposiciones, hasta la llegada del Concilio Vaticano II que recoge expresamente la costumbre del presbítero casado (aunque también los hay célibes) en las iglesias orientales exhortándoles “a todos los que recibieron en el matrimonio el presbiterado, que perseverantes en su santa devoción, plena y generosamente continúen dando su Vida por el rebaño a ellos encomendado”.

¿Cuánto daño puede hacer a la Iglesia aceptar vocaciones sacerdotales a quienes ya tienen responsabilidades matrimoniales? ¿Cuánto daño está haciendo el negarse sistemáticamente a esta posibilidad evangelizadora? ¿Y las mujeres? A lo mejor hay que rezar más para que nos dejemos iluminar e interpelar por el Espíritu…
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