Enseñar al que no sabe

Hace unas semanas leí que un periodista del Wall Street Journal, abandonó su codiciado puesto en el prestigioso periódico neoyorquino para dedicarse a educar a jóvenes del Bronx, el barrio de la ciudad en el que la criminalidad, la pobreza y las drogas se dan la mano.
Son dos hechos distintos en la geografía y en el tiempo, pero con un denominador común: enseñar al que no sabe, que es una de las obras de misericordia espirituales. Enseñar cultura general y actitudes ante la vida, en una mezcla maravillosa de gramática y honestidad, matemáticas y sinceridad… formación humana y espiritual.
La Iglesia, a lo largo de la historia, ha puesto en marcha miles de centros educativos y de acogida, desde orfanatos a universidades, y lo ha hecho sin tratar los campos educativos como si fueran incompatibles. La instrucción técnica y la educación en valores son dos caras de una misma moneda.
Cuando San José de Calasanz, el santo de Peralta de la Sal (Huesca), llegó a Roma y vio a tantos niños pobres vagando por las calle, se conmovió y se puso a trabajar para crear escuelas en las que pudieran formarse y salir de su situación. Escuelas gratuitas, desde luego, que fueron el origen de las Escuelas Pías. Y cito este ejemplo, entre muchísimos, que da testimonio de una tarea educativa desinteresada que procura remediar la ignorancia más primitiva y la ignorancia espiritual.
Los cristianos sabemos que dar a conocer a Dios, el sentido de la vida, las virtudes, el Evangelio, representa una formidable ayuda para quienes quizá no han tenido la oportunidad de saborear estas realidades. Y esto es tarea de todos, aunque de modo específico de los profesores de centros, públicos o privados –esto es lo de menos– a quienes debemos gratitud por su trabajo vocacional impagable.
† Jaume Pujol Balcells
Arzobispo metropolitano de Tarragona y primado