Visitar a los presos y enterrar a los difuntos

La condición de preso es muy dura por las circunstancias de privación de libertad, pero más duro aún es el peso de la conciencia de haber actuado mal. La historia refiere a muchos presos santos o personas honradas por la sociedad, desde Juan Bautista y los apóstoles Pedro y Pablo hasta Luther King y Mandela pasando por san Juan de la Cruz y Tomás Moro.
Pero lo habitual en las cárceles de países democráticos es que acojan a personas condenadas, o en espera de juicio, por haber dañado a la sociedad. En tales casos la depresión o la obsesión son frecuentes, y los presos solo pueden salir de ellas mediante el arrepentimiento y la compañía de otras personas que les escuchen y en las que puedan descargar sus conciencias o los motivos que les llevaron a cometer aquel delito. Alguien que no les juzgue, sino que les comprenda, que les aprecie tal como son. Quizá en algunos casos sea la primera vez que experimenten qué es un amor desinteresado.
Es una ayuda muy grande la simple compañía, compartir tiempo, servir de enlace con sus familias o atender a variadas necesidades que pueden expresar en esta relación de confianza. Así conocerá, quizá sin mención expresa, la misericordia de Dios hacia sus vidas.
Enterrar a los muertos es otra obra de misericordia que siempre se ha practicado, y de la que han quedado testimonios como el de Tobías, en el Antiguo Testamento, o Antígona, en la literatura griega. Tiene un fuerte componente espiritual: es atender a la dignidad de la persona, que es cuerpo y alma, y supone honrar la memoria del difunto, que es lo que hacemos cada vez que vamos a rezar a un cementerio.
Celebrar honras fúnebres y dar sepultura es una obligación familiar de caridad, sin que falten casos, y hemos visto algunos, en los que la muerte de una persona sin hogar, un indigente, ha sido acompañada por quienes visitan a enfermos y por organizaciones humanitarias cuyos miembros fueron la última familia para el difunto.
Esta obra de misericordia nos recuerda que todas las personas son hijas de Dios y que Jesucristo triunfa sobre la muerte, pues es resurrección y vida. Una vida eterna en la que ya no habrá lágrimas porque Dios acogerá en sus brazos amorosos a quien ha llegado al final de su existencia.
† Jaume Pujol Balcells
Arzobispo metropolitano de Tarragona y primado