Las enfermedades del alma

Vale la pena hacer un ejercicio de discernimiento y preguntarnos si esas "enfermedades" son también las que padece nuestra sociedad venezolana. La primera, es ''la enfermedad de sentirse "inmortal", "inmune" o incluso "indispensable", dejando de lado los controles necesarios y normales. Ejercer el poder con pretensiones de eternidad, de exclusión total de cualquier otro porque no pueden volver, lleva a saltarse todos los controles: "es la enfermedad del rico insensato que pensaba vivir eternamente y también de aquellos que se convierten en amos y se sienten superiores a todos y no al servicio de todos''.
Otro de los males señalados es la enfermedad de la esquizofrenia existencial: Es la enfermedad de los que viven una doble vida, fruto de la hipocresía típica de los mediocres y del progresivo vacío espiritual". Hablar permanentemente de los pobres y vivir como magnates, recurrir a un mensaje ético que se escandaliza y condena a los demás sin ver la viga que tiene en el ojo; achacar todos los males a fantasmales enemigos sin asumir casi nunca responsabilidad alguna, es "crear así su propio mundo paralelo, donde dejan a un lado todo lo que enseñan con severidad a los demás y empiezan a vivir una vida oculta y, a menudo, disoluta''.
Está muy en boga "La enfermedad de divinizar a los jefes". Viejo mal que desde la divinización de Bolívar hasta la del comandante eterno, se aprovechan del poder para su propio beneficio. " Son víctimas del arribismo y del oportunismo, honran a las personas y no a Dios. Son personas que viven el servicio pensando sólo en lo que tienen que conseguir y no en lo que tienen que dar. Personas mezquinas, infelices e inspiradas sólo por su egoísmo fatal".
Un virus letal que corroe a casi todas las instituciones del país, es el de creer que "su propuesta" es la única solución posible. Es "la enfermedad de la mala coordinación: Sucede cuando los miembros pierden la comunión entre sí y el cuerpo pierde la funcionalidad armoniosa y la templanza convirtiéndose en una orquesta que hace ruido porque sus miembros no cooperan y no viven el espíritu de comunión y equipo''. No hay ni habrá una mejora del enrarecido clima social que vivimos si persiste la convicción de no reconocer ni aceptar al otro, con sus defectos y virtudes, pues no hay plataforma democrática posible sin los consensos concertados productos del diálogo y la sensatez.
El Papa Francisco tiene la virtud de partir de la vida cotidiana, iluminada por la fe que ha movido toda su existencia y lo convierte así, en un punto de referencia ineludible para todos en este agitado siglo XXI.
Mons. Baltazar Enrique Porras Cardozo, arzobispo de Mérida (Venezuela)