A la espera del nuevo Papa

Cuando el Arzobispo de Múnich, Josep Ratzinger, se trasladó a Roma, en 1982, llamado por Juan Pablo II para ser prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe, se llevó a su piso de la capital italiana una mesa de nogal que era herencia familiar, un piano y 2.000 libros de su biblioteca. Es posible que todo o parte de este material le continúe prestando servicio ahora en sus nuevas y reservadas estancias. La oración, sin embargo, será su actividad primordial, como siempre, pero sin estar sometida a tantas urgencias. Y con seguridad, como él mismo ha dicho, rezará preferentemente por el nuevo Papa.

Esto mismo me he propuesto hacer yo en estos días de sede vacante y es lo que invito hacer a todos: rezar para que los electores del nuevo Pontífice, iluminados por el Espíritu Santo, escojan al mejor conductor para los nuevos tiempos de la Iglesia.

La prensa ha divulgado el procedimiento de elección, que fue actualizado en algunos aspectos por Juan Pablo II en su Constitución Apostólica Universi Domini Gregis. El papa Wojtyla, por más que era consciente de la valoración de teólogos y canonistas de que el colegio cardenalicio no es una institución necesaria por naturaleza para la designación del Papa, reafirmó sin embargo este procedimiento que responde a una tradición milenaria y que ha dado tan buenos frutos.

Según ello, los cardenales, en número no superior a 120, procedentes de los cinco continentes, se reunirán en la Capilla Sixtina para proceder a las votaciones. Juan Pablo II dispuso que durante las jornadas electivas se alojen en El Vaticano para aplicarse mejor a meditar y rezar por el sentido de su voto, sin distracciones ni presiones exteriores.

Hay tradiciones que, naturalmente, podrían cambiarse en nombre de la modernidad, como la de la fumata que sigue a las votaciones, y que se ha mantenido como un homenaje a la costumbre; lo que no cambia es que la elección se hace en conciencia, con voto secreto y teniendo en cuenta, por encima de cualquier nacionalidad o aspecto cultural, el servicio que pueda prestar el elegido a la Iglesia de Dios.

Hablar, como se hace en los medios informativos y en las conversaciones informales de candidatos, de pugnas por el poder y zancadillas, es una trasposición a la Iglesia de lo que ocurre en la vida política, cuando en la Iglesia no hay, por definición, campañas electorales ni partidos eclesiales, ni promesas de legislatura, ni un gobierno y una oposición. Al margen pues de participar en el juego inevitable de las adivinanzas sobre quién será elegido por el colegio de cardenales, lo que nos corresponde es rezar por el nuevo Papa, al que ya amamos sin aún conocerlo.

Y en esta ocasión, sin precedentes en los últimos siete siglos, rezar también por quien ha sido Benedicto XVI y dar gracias a Dios por el riquísimo legado espiritual y cultural que nos ha dejado. Su ejemplo de libertad y humildad, y sus libros y encíclicas son y serán una fuente de inspiración inagotable.
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