La fe del granito de mostaza

Después de esa petición, Jesús da una respuesta, que no corresponde a la petición, sino que parece más bien como un reproche. Si tuvieran fe, aunque fuera tan pequeña como una semilla de mostaza, podrían decir a ese árbol frondoso: “Arráncate de raíz y plántate en el mar” y los obedecería.
¿Acaso la fe se demuestra realizando prodigios como ese que Jesús describe? ¿No se demuestra acaso la autenticidad de la fe en la fidelidad a Jesús y a su Palabra? ¿No se demuestra la fe por medio de la sangre derramada por Dios en el martirio y por medio de la caridad al prójimo? Estas preguntas nos traen a la conciencia de que estamos ante unas sentencias oscuras de Jesús, cuyo sentido cabal se nos escapa. Pero aunque no entendamos bien estas palabras de Jesús, podemos intentar algunas reflexiones a partir de ellas.
El tema es la fe. La fe es nuestra respuesta a la llamada de Jesús para que lo sigamos, para que escuchemos su enseñanza, para que confiemos en él, para que con él pongamos nuestra mirada y nuestro pensamiento en Dios. Cuando Jesús llamó a sus discípulos, los invitó a seguirlo. Ellos dejaron a sus parientes, dejaron sus trabajos, y comenzaron a vivir con y como Jesús. Aprendieron con Jesús a amar a Dios y a servirlo.
Nosotros, hoy, tenemos fe cuando hacemos lo mismo. La fe se transmite desde los apóstoles hasta nuestros días en la Iglesia. Aprendemos a tener fe siguiendo el ejemplo y las actitudes de otros que han respondido antes que nosotros a la llamada que él nos hace. Los creyentes que vivieron antes que nosotros y los creyentes que viven con nosotros nos comunicamos la fe. Por eso se dice que la fe la recibimos en la Iglesia. Porque en la Iglesia conocemos a Jesús y escuchamos sus palabras y su llamada; y porque en la Iglesia nos unimos a otros creyentes y aprendemos unos de otros a responder con la fe a la llamada de Jesús.
La petición de los Doce apóstoles es una oración a Jesús: auméntanos la fe. ¿Cómo puede aumentar la fe? ¿Cuándo sé que mi fe es pequeña y necesita crecer? Jesús habla de una fe tan pequeña como una semilla de mostaza capaz de realizar prodigios inverosímiles. Entonces, pareciera que no es tan necesario que la fe crezca. Es posible que Jesús viera en la petición de los apóstoles una idea equivocada sobre la fe y sobre Dios.
Los apóstoles quizá pensaron que la fe era como una cualidad humana, como la fuerza física o como la memoria. Uno puede tener mucha o poca. Y Jesús les responde que la fe no se mide de la parte del hombre, sino de la parte de Dios, porque la fe es gra-cia y es don, la fuerza o el tamaño de la fe no está en el hombre sino en Dios. La fe aumenta en la medida en que se hacemás intensa la presencia espiritual de Jesús en nuestra mente, en nuestro afecto. Entonces, pedirle a Dios que aumente nuestra fe es pedirle que haga más profunda su presencia en nuestro espíritu, que imprima con más fuerza su pala-bra en nuestra mente, que encienda más ardiente su amor en nuestra alma. Así será más decidida la respuesta de fe.
El profeta Habacuc, en la primera lectura del día de hoy clama al Señor e incluso le reclama que no hace nada ante la violencia y la opresión que reinan en la comunidad y amenazan con devastar todo de modo que nadie sobrevivirá. Habacuc se afligía por la violencia y la opresión a su alrededor. ¿Va a prevalecer el mal sobre el bien? ¿De dónde viene el mal? Pero además hay otras muchas preguntas que nos hacen tambalear. Son las preguntas de fondo de la existencia humana. ¿Por qué nací, para qué nací? ¿Por qué tengo que morir? ¿Por qué hacer el bien? ¿Dónde está el sentido y la consistencia en la vida?
Dios le responde con una frase que es toda una propuesta de vida: el malvado sucumbirá sin remedio; el justo, en cambio, vivirá por su fe. Es como si Dios le dijera: “mira, la violencia y la opresión, el problema del mal y las preguntas de fondo sobre el sentido de la vida, son como un vendaval que arrastra al que no tiene un asidero firme al que agarrarse. Pero el hombre justo, que se agarra a Dios, ese sobrevivirá el huracán, tendrá en Dios la consistencia para sostenerse en la adversidad. Para él habrá futuro.” La fuerza de la fe es la de Dios. Y la fuerza de Dios se manifiesta en la pequeñez. Quizá por eso Jesús dice que basta la fe pequeña como un grano de mostaza.
Por eso también, la segunda parte del evangelio de hoy es una parábola sobre la gracia. Se trata de un criado que debe realizar trabajos en el campo y también en la casa. Cuando concluye sus tareas en el campo, todavía debe cumplir sus deberes de servir la comida a su patrono en la casa. No es un trabajo extra, es parte de sus obligaciones, por lo que no debe esperar un reconocimiento especial como si hubiera hecho algo extraordinario o de más. Ha cumplido su deber. Jesús aplica esa situación a la nuestra ante Dios.
Jesús nos enseña queno debemos pensar que por nuestra fe, por nuestra obediencia a los mandamientos de Dios, por nuestras buenas obras de servicio al prójimo, por nuestras oraciones, estemos haciendo algo extra, o que esas acciones sean prestaciones que le hacemos a Dios y que él debe reconocer y retribuir. Pero las cosas no son así, dice Jesús. Nunca podemos hacer a Dios nuestro deudor, porque las obras con las que expresamos nuestra condición de creyentes son siempre nuestra respuesta a un don que Dios nos ha hecho antes: el don de su amor que nos ha traído a la vida, el don de su perdón que nos ha convertido en sus hijos, el don de su luz que ha abierto para nosotros la esperanza de la vida eterna. Cuando hayan cumplido todo lo que se les mandó, digan: “No somos más que siervos, sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer”.
La vida cristiana es gracia, es respuesta a un don previo con que Dios nos ha bendecido. La fe se hace fuerte en Dios. Por medio de la fe referimos nuestra vida a Dios, nos dejamos implicar en su proyecto de amor y salvación, por la fe recibimos consistencia y fortaleza del mismo Dios.
Mario Alberto Molina, O.A.R.
Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango-Totonicapán