Un gran día para el mundo

Recuerdo de modo entrañable mis encuentros con él, ya anciano y enfermo. Tenías la impresión de hallarte ante alguien para quien no resultas una simple visita. Su secretario, Mons. Stanislaw Dziwisz (actual cardenal-arzobispo de Cracovia), cuenta que tenía al alcance de la mano un gran atlas geográfico en el que estaban indicados los países y las diócesis del mundo entero. Y dice que él procuraba saberse de memoria todos los nombres de los responsables de las diócesis, de modo que “cuando recibía a los obispos, no tenían que recordarle ni siquiera de dónde venían”.
Pero no sólo el encuentro con cada obispo era para él algo especial; también lo era el diálogo con cada persona. Heredero de la filosofía personalista y, sobre todo, un verdadero padre, en cada ser humano veía la huella de Dios.
Antes de irse a dormir —relata también su secretario—, se acercaba a la ventana de su aposento y, sin que nadie pudiera darse cuenta, bendecía a Roma trazando el signo de la cruz mientras miraba la ya despoblada plaza de San Pedro. Esa bendición a todos se concretaba en su amor por cada persona, fuera o no católica o ni siquiera cristiana. En un encuentro multitudinario con la juventud en París, un chico le dijo que era ateo. Cuando regresó a Roma lo llevaba aún en el pensamiento y pidió si era posible que se localizara en Francia a aquel joven para escribirle y tratar de atraerlo a la fe.
Nadie le resultaba ajeno. El ecumenismo era para él un fruto natural de su amor por la humanidad y por cada persona en particular. Fue el primer Papa que visitó una sinagoga —la de Roma— y el primero que entró en una mezquita —la de Damasco—. El primero también que quiso un encuentro con todas las grandes religiones y que tuvo lugar en Asís. Cuando se proponía hacer uno de estos gestos, no faltaba algún colaborador que le avisara del peligro de que no fuera bien entendido, pero desestimaba la advertencia; para él todos eran hermanos en Cristo, que vino para la salvación del mundo.
La Iglesia le propone hoy, al beatificarlo, como un ejemplo de santidad, de persona coherente con la fe que vivió de modo excelso las virtudes cristianas.
Que su ejemplo, tan cercano —un Papa que hemos visto y tocado— nos sirva para advertir que la santidad no es cosa de otro tiempo, que a todos llama el Señor a no tener miedo de “abrir las puertas a Cristo”, como nos pidió aquel lejano año 1978 cuando fue elegido para gobernar la nave de Pedro.
† Jaume Pujol Balcells
Arzobispo metropolitano de Tarragona y Primado