El sembrador

En ambas parábolas se afirma lo mismo: la palabra de Dios realiza su misión, cumple su tarea. El hecho de que haya rechazos y fracasos no debe ocultar el otro hecho cierto y verdadero: la palabra de Dios encuentra su realización en el corazón humano. Y además Jesús es muy realista. Esa realización no es de igual calidad siempre. A veces da el ciento por uno, pero otras veces solo el treinta por uno. Pero Jesús se alegra y cuenta la parábola con agradecimiento. Esta afirmación es motivó de aliento y de esperanza para quienes debemos anunciar esta palabra. Es el Señor en definitiva quien asegura el logro de la tarea evangelizadora. El éxito no se mide por criterios humanos, sino según los tiempos y las cadencias que sólo Dios conoce. Quienes reciben su palabra deben estar seguros de que la fe es don de Dios, gracia del Señor.
Por eso, Jesús pronuncia una bienaventuranza sobre sus discípulos. Ellos han escuchado la palabra de Dios, ellos la han acogido y en el seguimiento a Jesús demuestran que la han hecho vida. Dichosos ustedes, porque sus ojos ven y sus oídos oyen. Yo les aseguro que muchos profetas y muchos justos desearon ver lo que ustedes ven y no lo vieron y oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron. Esa bienaventuranza vale no solo para aquellos discípulos contemporáneos de Jesús. Vale también para nosotros. Hay muchas personas que buscan luz para sus mentes, dirección para sus pasos, propósito para sus obras y se tienen que conformar con respuestas que no satisfacen del todo, porque no han conocido a Jesús ni su Evangelio.
En cambio nosotros sí lo hemos conocido. Dichosos ustedes, porque sus ojos ven y sus oídos oyen, nos dice Jesús. Jesús pronuncia esa bienaventuranza para que conozcamos nuestra situación de gracia en la que nos encontramos y no pensemos en despreciarla.
El pasaje también plantea otra cuestión. ¿Por qué anuncia Jesús su mensaje por medio de parábolas? Esta es la primera parábola que él cuenta en el evangelio según san Mateo. Es como la madre de todas las parábolas. Por eso sus discípulos le preguntan por qué habla a la gente en parábolas. Jesús da una respuesta desconcertante: a ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de los cielos, pero a ellos no. Por eso les hablo en parábolas, porque viendo no ven y oyendo no oyen ni entienden. ¿Será que Jesús no quiere que todo el mundo entienda el mensaje del Reino? Y ¿no dice acaso el evangelio en otro lugar que Jesús hablaba en parábolas para acomodarse a la capacidad de la gente para que todos entendieran (Mt 13,34-35; Mc 4,33-34)?
Parece que la parábola tiene también otro propósito: lograr el discernimiento; mostrar la dureza del corazón o la obediencia a la palabra de Dios. Una parábola se entiende no solo cuando uno comprende la historia, sino cuando uno se implica y se aplica la historia a sí mismo y se muestra dócil a la invitación que la parábola hace para una mayor conversión. Parece que Jesús conocía que las personas que en esa ocasión tenía ante sí habían venido sólo por curiosidad pero no para buscar la palabra de vida. Por eso Jesús hace una distinción muy clara entre sus discípulos, que quieren seguir a Jesús, y la gente, que solo lo escucha por entretenimiento.
Esto también nos debe hacer reflexionar. ¿No será que a veces también nosotros somos los de fuera, los que escuchamos el Evangelio como entretenimiento y no como llamada a la conversión? Nos gusta cómo habla tal o cuál predicador, pero nos gusta y entretiene, pero no nos transforma ni nos cambia. Jesús explica que la semilla que esparce el sembrado cae a veces sobre el camino donde se la comen los pájaros del cielo, cae entre piedras donde apenas echa raíces y se seca, o cae entre maleza donde germina pero se ahoga. Esos tres casos se refieren a tres factores que impiden nuestra conversión plena: la indiferencia a la Palabra de Dios porque no la valoramos, la preocupación por los bienes de la tierra que recortan el horizonte de nuestra visión e interés y el temor a las persecuciones y la falta de perseverancia para afrontar las exigencias del seguimiento de Jesús.
En vez de esas actitudes debemos cultivar las que propician y favorecen la acogida de la Palabra: frente a la indiferencia debemos desarrollar la conciencia de que hay que darle rumbo y sentido a la vida y esa luz nos viene de Jesús y el Evangelio. Frente a la distracción y la preocupación por los bienes temporales debemos crecer en la conciencia de que no solo necesitamos bienes materiales para la vida, necesitamos también la Palabra de Dios. Frente a la debilidad y el miedo ante el esfuerzo, debemos cultivar la fortaleza, la diligencia y la perseverancia para llegar hasta el final del camino en el seguimiento de Jesús.
Nos anima una esperanza. Hoy san Pablo nos motiva para mirar hacia adelante. Sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parte; y no solo ella, sino también nosotros, los que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente, anhelando que se realice plenamente nuestra condición de hijos de Dios, la redención de nuestro cuerpo. La promesa de Jesús no se cumple de inmediato. El seguimiento de Jesús exige crecimiento, empeño, perseverancia, hasta alcanzar la meta a la que Dios nos llama. Somos ya hijos de Dios, pero la plenitud de esa condición está todavía por venir. El futuro que esperamos de Dios es mucho mayor que lo que siquiera podemos imaginar. Para alentarnos en el camino el Señor nos da las primicias del Espíritu, adelanta en nosotros pequeños destellos de su plenitud para que perseveremos hasta el final. A esto nos invita Jesús hoy. Recibamos su Palabra y hagámosla vida.
Mario Alberto Molina, O.A.R.
Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán