Despedida a un buen obispo y a un obispo bueno

En una sociedad tan heterogénea en sus formas de pensar y actuar como la nuestra, en un mundo tan complejo en sus relaciones interpersonales, en una comunidad tan dispar en su idiosincrasia y planteamientos de vida, hace quince años que recibimos, desde tierras valencianas, a un obispo que, en su forma de ser, de estar, de relacionarse, de escuchar, de responder, de coherencia en sus cometidos y, sobre todo, de tener una predilección por los que más lo necesitan, nos fue ganando a muchos.

Un obispo que ha sabido estar en su sitio, cuando el momento lo demandaba. Un obispo que 'lo de salir en la foto' no ha formado parte de su organigrama psicosocial. Un obispo cuyo 'leit motiv' ha consistido en un compromiso de vida desde el ser humano hacia la trascendencia. Un obispo pastor, en el sentido teológico del término. Un obispo cercano. Un obispo que hizo, y mucho, y dejó hacer. Un obispo poco dado a las declaraciones 'Roma locuta, causa finita'.

Un obispo atento y dialogante. Un obispo serio y acogedor. Un obispo que ha gobernado su Diócesis con mano amable, entrañable y minuciosamente acorde con su misión evangélica. Un obispo que ha reído, como ya se ha recordado, en unos momentos, y se ha sentido profundamente emocionado en otros. Un obispo que me recuerda al Jesús de los Evangelios. Un obispo más entregado a las circunstancias vitales de los demás, -el que esté sin pecado que lance la primera piedra-, que a las llamadas de atención, que también las hubo.

Un obispo en consonancia con las enseñanzas de su Maestro, que dio prioridad a las debilidades, a la comprensión, y al perdón; optando, sólo en momentos puntuales, por posturas severas, según nos narran las Sagradas Escrituras y la tradición. Un obispo unido a su clero, a sus militantes de base y a la sociedad. Un obispo ajeno a los tejemanejes de todo tipo de políticas. Un obispo conciliador donde los haya. Un obispo de todos y para todos. Un obispo trabajador. Un obispo del que me duele desprenderme.

Un obispo, mi obispo, al que admiro como persona comprometida y consecuente con lo que es y representa. Un obispo al que voy a echar de menos. Un obispo, digno sucesor de los apóstoles, que ha colocado el listón muy alto durante los muchos y a la vez cortos años que ha dirigido esta Diócesis. Un obispo que a muchos santanderinos, cántabros y del Valle de Mena ha marcado con su estilo de vida. Un obispo que nos ha ayudado a crecer y afianzarnos en nuestras creencias, en una sociedad tan materializada. Un obispo, con perfil de obispo, que defendió con sana dedicación evangélica los principios de Jesús de Nazareth.

¡Qué pena que le cambien de diócesis, querido don José! Vamos a ser bastantes los que le vamos a echar en falta. Siga así y cuente siempre con mi reconocimiento y consideración y el de otras muchas personas de esta tierra que le acogió con esperanza y se ven obligados a despedirle con desgarro del corazón, no exento de un cierto sabor agridulce, no tanto por lo inesperado de su marcha, hasta cierto punto previsible, cuanto por las circunstancias que la rodean.

¡Gracias por haber estado entre nosotros y habernos regalado unas líneas tan claras de compromiso humano y cristiano! Usted es un don de Dios para la Iglesia y el pueblo onubense y en nosotros deja un imborrable recuerdo de bien hacer.

Antonio Fernández Ruiz
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