"Ni tan siquiera el beneficio de la duda" - Réplica de Queiruga a Olegario

El título del artículo era “Aclaración sobre mi teología. Respuesta a un diagnóstico de Olegario González de Cardedal”. Siempre es bueno, pensé, asistir a un debate entre dos teólogos. A medida que leía, comprobaba que era otra cosa de la que yo pensaba. Torres Queiruga usaba ese artículo para ejercer su derecho a defenderse ante los injustificados y temerarios juicios que había emitido González de Cardedal en su libro El quehacer de la teología de Sígueme.
Leí el artículo hasta meda docena de veces. El lenguaje me resultaba muy denso en algunos párrafos y hasta ininteligible; mas, el respeto y el agradecimiento que siento por la obra de Torres Queiruga, me incitaba a intentar comprenderlo bien. Además descubrí una necesidad de posicionarme ante el problema de gran calado que presentaba la queja de Torres Queiruga.
Detrás de un lenguaje comedido y conciliador para con quien le fustigaba, había un profundo dolor personal y una preocupación profesional por las consecuencias que conlleva este tipo de actitudes para la credibilidad de la teología ante el Pueblo de Dios.
Su protesta, comedida y profundamente radical, quería dejar constancia de que su vida, su dedicación intelectual a la teología de búsqueda, surge al sentir la necesidad imperiosa de hacer inteligible el cristianismo hoy en día, lastrado por unos conceptos interpretativos que han ido enmudeciendo y enmoheciendo con el tiempo.
Por eso me animé a escribir estas reflexiones. Lo necesitaba para aclararme a mí misma y compartir con los demás.
González de Cardedal en su libro tildaba a Torres Queiruga y a otros dos teólogos más, como teólogos desvertebradores del cristianismo. Un juicio tan defenestrador exige fundamentarlo bien, ser intelectualmente honesto y humanamente limpio de corazón.
Pero, he aquí que la propia metodología que usa González de Cardedal le delataba. Para juzgar la obra fundamental de Torres Queiruga Repensar la revelación. La revelación divina en la realización humana y, de paso, someter a juicio sumarísimo toda su teología, se limita a transcribir la presentación que la editorial hace del libro, sin dignarse ni tan siquiera leer la obra que con tanta dureza critica. Lo digo, porque los textos expresos con que Queiruga le contesta dicen literalmente lo contrario de lo que él le atribuye. Prefiero pensar que no lo leyó a que, habiéndolos leído, le levante una calumnia…
González de Cardedal, sin él pretenderlo, delata aquí una extraña irresponsabilidad intelectual y ninguna solidaridad teológica. No se percata de que corren malos tiempos para los teólogos que desde parte del Magisterio sufren la presión de ver vigilada su investigación con criterios preconciliares. Corren tan malos tiempos, que no es de recibo que, aunque sean casos aislados, desde la propia comunidad científica teológica se desate un celo insano tal de fiebre ortodoxa, que se lancen sutiles redes para atrapar a todo teólogo que intente presentar un formato más actualizado para la receptividad de la fe cristiana.
Es un juego tan peligroso que puede dar cabida a intenciones subconscientes un poco aviesas que vayan más allá del propio interés por la investigación teológica. Todo lo humano es imperfecto y el corazón es una víscera más. Es un juego tan peligroso, repito, que puede acabar en una carrera de cuadrigas que, tratando de demostrar que “yo soy más ortodoxo que ellos” lleve a querer apartarlos del honesto concurso científico teológico y desear presentarse ante el Pueblo de Dios como únicos referentes de la interpretación del depósito de la fe.
Cada vez que leía el artículo de Torres Queiruga que, aunque zaherido trataba con elegante prudencia y con corrección fraternal a quien anatematizaba su teología, se acrecentaba mi sospecha de que además de que los juicios de González de Cardedal no podían gozar de credibilidad por su inconsistencia intelectual, había un deseo inconfesado de una cierta malquerencia hacia al autor gallego.
¿Intuición femenina? En González de Cardedal había un interés supremo, malamente disimulado, en resaltar que Torres Queiruga es cuestionado desde parte el Magisterio; que la novedad de sus conceptos teológicos como “caer en la cuenta” como categoría de la revelación divina estaba sentenciada en varios documentos oficiales de la Iglesia. Me temo que, sin él sospecharlo, se ha cumplido el síndrome del bumerang: el propio bumerang que hemos lanzado ataca nuestra espalda sin poder defendernos.
Por el artículo de Torres Queiruga supe que en 1977 el teólogo Galot, profesor de la universidad Gregoriana acusó a González de Cardedal de ser sospechoso de negar la divinidad de Cristo. Queiruga dice que en aquella ocasión salió en su defensa, mientras que hoy se siente incomprendido por él. ¡Incomprendido! No pude por menos de subrayar esa palabra para aquilatar el afán de Torres Queiruga por limar asperezas léxicas cuando se dirige a quien cuestiona su obra y hasta su identidad cristiana. Contrasta, en cambio, con la dureza de lenguaje con que se dirige G. de Cardedal al calificar la obra teológica del teólogo gallego como digna de non liquet o de suspender el juicio sobre su posible bondad.
Tuve interés de conocer el pensamiento teológico de González de Cardedal y fui a mirar en google. Encontré, en catholic.net, el artículo de José María Iraburu "Olegario González de Cardedal y la cristología". El autor, demoledor, masacraba la cristología de Olegario, a la que acusaba de caer en herejías nestorianas y arrianas y de no iluminar el sentido bíblico de la redención según la teología católica.
Invito a los lectores a que echen un vistazo a ese artículo por ser paradigmático para comprender a que conclusiones teológicas se pueden llegar cuando se toman como único paradigma de interpretación de la fe cristiana el literalismo bíblico y los conceptos surgidos en los primeros concilios ecuménicos, en refriega con las herejías de los primeros siglos: un Dios con sed de sangre y un Cristo que ya en vida era consciente de su identidad ontológica con el Padre. Todo lo que se aparte de eso es herético.
A González de Cardedal le recetaban la misma medicina, incluso en dosis mayores, que la que él recetaba a Torres Queiruga. Eso sí, el iracundo teólogo al menos se había molestado en leer el libro de cristología de Cardedal, y sobre él que cayó todo el peso de la ley ortodoxa.
Si he traído a colación este artículo de Iraburu no ha sido exclusivamente para recordarle a Cardedal ese refrán de “otro vendrá que a mí heterodoxo me hará”. No pretendo provocar un regodeo insano sobre estos teólogos, Cardedal e Iraburu. Quiero que me sirvan como puente para retomar lo que con insistencia explicita Torres Queiruga en su artículo. No es válido descabellar a ningún teólogo sin haber mantenido con él un diálogo abierto. No es honesto cuestionar la fe cristiana del teólogo con el que discrepemos. No es prudente aplicar el principio hermenéutico de la sospecha cada vez que un teólogo analiza el quehacer teológico de otro. Su fe en Dios es la que guía su búsqueda.
Una de las acusaciones que González de Cardedal ha estrellado contra Torres Queiruga y que incluso a mí me ha dolido personalmente es interpretar su teología como la de alguien que deconstruye el cristianismo y que sigue hablando de su fe después de haberse salido de ella. Imposible. Hace falta tener una confianza abandonada absoluta en Dios creador, el Padre de Jesús, el Cristo para escribir como Andrés Torres Queiruga lo hace. Quienes le tildan de racionalista, como hace González de Cardedal, no es que sólo discrepen de su teología es que no la entienden. Sí la entendemos los que a lo largo de nuestra vida veíamos que nuestra fe se nos escurría, como el agua que pretendemos retener en nuestras manos, por estar codificada en un lenguaje mudo para estos tiempos. Lo que se ama, duele perderlo.
Por eso precisamente le tengo que agradecer mucho a este teólogo al que definen como racionalista y al que yo defino como místico. Sí, lo afirmo y lo creo. Quien parte, para repensar la teología y hacerla legible para hoy, con el principio de la incesante acción de Dios en el mundo con la categoría teológica “trascendencia inmanente” tiene tanta experiencia de Dios que, gracias a su bagaje intelectual, es capaz de explicar con sencillez al Dios del amor. El lenguaje que no se entiende no se interioriza ni se hace carne existencial. Torres Queiruga lo logra. Logra que ese cristianismo que, en ocasiones se nos ha transmitido con envoltorio de sangre expiada, en algunas tradiciones, se transmute, gracias al esfuerzo de muchos teólogos, en una religión de esponjamiento con Dios.
¿Dónde está la heterodoxia en la expresión “caer en la cuenta” como categoría de revelación divina? Los que escucharon a Jesús, el Cristo, fueron cayendo en la cuenta de que en sus palabras y en sus hechos, Yahvé se dejaba hablar por boca de Jesús.
Schillebeckx, el autor mencionado también por González de Cardedal, utilizó en su prolegómeno cristológico al escribir Jesús, historia de un viviente, las categorías teologales de experiencia interpretativa y la experiencia de contraste para acercarnos a la fe de Jesús y a la fe que iba irradiando al anunciar el Reino de Dios. Ambas experiencias se pueden intercambiar por la de caer en la cuenta. Caer en la cuenta de que ese Dios creador por amor de todo lo creado estaba tan a la vera de toda su obra que sólo fijándose en cómo crecían los lirios del campo se podía aprehender su presencia; que un Dios que crea por amor al hombre y le deja la tierra como paraíso no es responsable del mal que se deriva de su condición de lo finito.
A Queiruga se le imputa no centrarse en la elección de Dios por Israel. Pues bien, ya el profeta Amós en el siglo VIII a. C. arremetía contra esa concepción tan reduccionista de Yahvé: Cierto que saqué a Israel de Egipto; pero también saqué a los filisteos de Caftor y a los arameos de Quir (Amos 9,7).
Fue la tentación en la que caía a menudo Israel: creer que Dios era propiedad de ellos. La propia teología equilibraba esa la mala recepción y necesitaba transmitir ese “caer en la cuenta” que el Dios creador abarca con su amor a todo lo creado, sin acepción de personas. Jesús lo vivió así. Jesús cayó en la cuenta de esa revelación divina al abrirse hasta romperse.
Si Jesús fue un judío ortodoxo, eso es cosa que siempre será una cuestión abierta en teología, tanto cristiana como judía. Lo que nadie pone en duda es su experiencia interpretativa de cómo era Dios. Creía, luego hablaba, que más tarde dirá Pablo en su segunda carta a los Corintios. Jesús hablaba conjugando la fe de la tradición con la necesidad de actualizar esa fe. Presenta un lenguaje teologal tratando de superar las aporías a las que había llegado la ortodoxia del Dios de la Ley. Crea lenguaje inteligible; realiza gestos no ortodoxos, pero inteligibles a los ojos abiertos a la receptividad de quien le escucha. Les hace caer en la cuenta. Todo emana desde el hontanar de su fe en Dios. Jesús era teólogo y descubrió, cayó en la cuenta de las razones del amor de Dios.
Si durante este párrafo me he centrado en Jesús, el Cristo es para que los detractores de la teología de Torres Queiruga y en especial González de Cardedal se percaten que ese mismo impulso de fe le lleva a Andrés T. Queiruga querer crear lenguaje teológico adaptado a los creyentes de hoy que se ven sumidos, en ocasiones, a abandonar una fe presentada con aporías encadenadas por mor de dependencias doctrinales.
El cristianismo ya, y sobre todo dentro de unas generaciones o sigue la línea teológica que va intuyendo Torres Queiruga y otros o se quedará en una religión que fue. En estas generaciones nos estamos jugando el futuro del cristianismo. Por tanto, demos gracias a Dios y a los teólogos que como Torres Queiruga y muchos más quieren que la cosa de Jesús siga adelante.
Gracias a Schillebeeckx por su tenacidad, a pesar de tener que arrostrar ante la ortodoxia lacerante sus nuevos planteamientos teológicos. Se cumple en muchos teólogos aquello que dice la Escritura: tenía que sufrir. Un sufrimiento impuesto por el celo de parte de los ortodoxos. Gracias por vuestras vidas de pro-existencia. Que Dios os lo pague. Perdón, Dios no paga, se da.
Feli Alonso Curiel