"El fariseo no confiesa la misericordia de Dios: la niega" Hijos de la misericordia
"Es evidente la distancia que, en el modo de verse a sí mismos, separa a fariseo y publicano; pero igual o mayor es la distancia que hay entre la imagen que de Dios se ha hecho el fariseo, y la que tiene el publicano"
"Si hubiera de confesarme con vosotros, diría que llevo una vida entera intentando ser un buen fariseo, cumplidor fiel de la ley, de lo grande de la ley y de lo pequeño, puede que incluso con la pretensión secreta de llegar a no tener necesidad de la misericordia de Dios"
Pudiera ser una parábola sobre la oración –“dos hombres subieron al templo a orar”-; pudiera ser una parábola sobre la justicia -fue dicha para “algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás”-. Puede que sea sencillamente una parábola sobre la misericordia de Dios.
En esa parábola, Jesús nos habla de Dios y de nosotros, y nos obliga a hacernos preguntas sobre Dios y sobre nosotros; porque es evidente la distancia que, en el modo de verse a sí mismos, separa a fariseo y publicano; pero igual o mayor es la distancia que hay entre la imagen que de Dios se ha hecho el fariseo, y la que tiene el publicano.
¿Por qué no es justificado el que cumple con la ley?
¿Por qué, el que la ha transgredido, baja justificado a su casa?
Si hubiera de confesarme con vosotros, diría que llevo una vida entera intentando ser un buen fariseo, cumplidor fiel de la ley, de lo grande de la ley y de lo pequeño, puede que incluso con la pretensión secreta de llegar a no tener necesidad de la misericordia de Dios, puede incluso que cotidianamente asediado por la tentación de considerarme mejor que los demás…
Diría también que llevo una vida entera intentando aprender la sabiduría del publicano, esa sabiduría que hizo posible que él “bajara a su casa justificado”, mientras yo me quedaba frío y solo tras los barrotes de mi arrogancia.
¿Qué tiene él que a mí me falta?
Podría cerrar aquí la reflexión de esta semana, y dejar a cada uno de mis amigos la tarea de responder a esas preguntas desde la propia vida. Pero intentaré acercarme a ellas desde la vida de Jesús, desde su palabra, desde su corazón.
El publicano es un testigo de la verdad, de la de Dios y de la propia: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”. En unas pocas palabras, queda confesada la verdad de Dios, su santidad, su justicia, su bondad, su misericordia… Y queda confesada la verdad del hombre, no tanto lo que hizo cuanto lo que es: un pecador.
Viene a la mente aquel otro amigo de la verdad al que solemos llamar “el buen ladrón”: también allí, en aquellas cruces, hay quien da fe de la inocencia de Dios, y de la justicia de la propia condena; y la verdad, también allí, abre para el ladrón el camino a la justificación: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. Mientras tanto, en aquel mismo lugar, los cumplidores de la ley, crucificaban a Dios…
Lo cumplidores de la ley corremos siempre el peligro de considerarnos justificados por ella, y eso significa olvidar, ignorar, que “Dios estaba en Cristo, reconciliando el mundo consigo”; eso significa olvidar, ignorar, que todos somos hijos de la gracia y de la misericordia de Dios; eso significa olvidar, ignorar, que todos podemos decir siempre y con verdad: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”.
Algunos piensan que ofendemos a Dios cuando pedimos su compasión, pues dicen, con razón, que Dios es siempre amor, es siempre compasión; lo que olvidan, y esta vez sin razón, es que hemos de abrir las puertas de nuestra vida a la eterna compasión de Dios, y que no merecemos la compasión que pedimos, que no se nos debe la justificación con que bajamos a casa… A Dios no le decimos: “sé compasivo”, “sé misericordioso”, sino: “sé compasivo conmigo”, “sé misericordioso con este pecador”.
El fariseo, no pide, merece… El fariseo, aunque diga: “te doy gracias”, no agradece, pues a él todo se le debe, porque es como es… El fariseo no confiesa la misericordia de Dios: la niega.
Feliz abrazo con la misericordia de Dios en Cristo Jesús.
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