Don Ambrosio fue un sacerdote de gran humanidad, muy conocido y apreciado en Navarra. Todo el mundo había oído hablar de él por sus genialidades, su carácter muy abierto y expresivo, su sentido profundamente religioso de la vida. Se le ocurrió colocar al pie del monte de San Cristóbal, en Artica, cerca de Pamplona un monumento al Corazón de Jesús. Y allí permanece desafiando los tiempos. Pero con anterioridad, en distintos pueblos donde había pastoreado la grey del Señor, también erigió viacrucis en los caminos, y monumentos al Sagrado Corazón de Jesús en colinas.
Este sacerdote hoy en día sigue siendo importante. Basta indicar este nombre al “google” y encontramos gran cantidad de alusiones a nuestro héroe. Sobre todo una anécdota se repite en muchos escritos; cuando se encaró con el teniente coronel Manuel Gómez Cantos...
que había sembrado parte de Extremadura de una cruel represión. Leemos estas líneas “…No satisfecho Gómez Cantos, ese mismo verano quiso repetir el brutal escarmiento en Castilblanco, a 22 kilómetros de Alía. La lista esta vez era de 90 nombres. Sólo la presencia en el pueblo de un cura navarro que había hecho la guerra con los requetés y llegó a comandante castrense, torció sus planes. El sacerdote, Ambrosio Eransus, alertado por los vecinos, logró parar al teniente coronel. El periodista y guardia civil Jesús Mendoza escuchó años después el relato de lo ocurrido por boca de los lugareños: «Cuando lo tuvo enfrente, le dijo: "Oye, tú, si se te ocurre molestar a algún vecino, te busco y te pego un tiro. Si tú eres teniente coronel, yo soy comandante del Ejército"».
A lo largo de su existencia tuvo una afición constante: las pequeñas publicaciones literarias. Y no sé de dónde sacaba dinero para ellas, pero lo cierto es que las distribuía gratis. Eran escritos sencillos; a veces no veías en ellos una conexión lógica entre las ideas, porque Don Ambrosio era todo corazón; hablaba desde el fondo de su alma y de su amor a Dios y al prójimo. Era un sacerdote de cuerpo entero, trabajador, celoso por la salvación de las almas, deseando siempre hacer el bien.
Don Ambrosio también se distinguió por su gran amor a la Eucaristía y a la pasión de Jesús. De ellas obtuvo la fuerza para vivir en cristiano y para asumir con gozo y total esperanza su tránsito a los brazos del Padre. Siento no disponer abundantes datos de su vida tan llena, porque estoy seguro de que serían muy edificantes.
Hoy, mientras hacía limpieza de papeles inservibles, me encuentro un folleto, unos apuntes impresos, con el título: “El amor es más fuerte que la muerte”. Es muy breve: apenas dos folios.
De verdad, el escrito me ha impresionado hondamente y me he apresurado a copiarlo. Trata del breve final de su vida; es como una sencilla despedida.
Había acudido el padre Eransus al médico. Sentía ciertas molestias y quería salir de dudas para actuar en consecuencia. Después de diversas pruebas y análisis, a petición propia, el doctor le dijo la verdad: tenía cáncer y muy avanzado. No era mucho el tiempo que le quedaba de vida: dos o tres meses.
Don Ambrosio nunca anduvo en chiquitas. Al día siguiente de recibir la noticia, se encaminó al convento de monjas donde solía celebrar Misa. Al comienzo del acto litúrgico o en la misma homilía les dijo: “Os voy a anunciar una gran alegría; ayer me afirmaron los médicos que tengo cáncer. Me queda poco tiempo para ir a Dios. Agradecedle conmigo.”
Y pocos días después escribió lo que ahora transcribo. Es para leerlo despacio, con reposo y mucha atención, con pausas. Esto dice.
Ofrecimiento
A partir de ahora, y con el favor de Dios, los trabajos, las penas y los dolores serán el manjar de mi vida en la voluntad del Padre – Dios.
Jesús es el camino, es la verdad y es la vida. Él es la puerta de entrada a la casa del Reino eterno, puerta estrecha por la que hemos de pasar uno por uno sin otro bagaje que el de las obras que cada cual haya hecho en la vida. Allá no valdrán recomendaciones ni empujones. Es importante acertar con el camino que conduzca a la puerta, y la llave y el cerrojo de esa puerta será la cruz, llevada en Jesucristo. “Tome su cruz y sígame”.
Esta nuestra cruz será fraguada en el dolor. Es más fácil llevarla sobre el hombro que arrastrarse. Pero esta cruz tiene que ser aceptada; nunca rechazada. Esta cruz, llámese dolor o cáncer, es valedera para abrir la puerta.
El hermano dolor, más que amigo, se hace hermano con toda la familia humana. Mi cruz, tu cruz es la cruz de Jesucristo: que Él no subió al madero para su salvación, sino para ti, para mí. ¡Mi cruz, tu cruz es la cruz de Jesucristo!
Ahora reflexiona: si tratas con cariño, con alegría y besas con amor el crucifijo… ¿Por qué no has de mirar y besar con cariño tu cruz, como al crucifijo; y lo mismo que la tuya, la del otro?
¡Loado sea Dios en el dolor y en el cáncer del hermano!
En la hermana cruz, la humanidad conoce y experimenta en cada vida el dolor; sin embargo no encuentra, no entiende, no acepta el dolor como no sea a través de la cruz de Jesucristo inocente y paciente. No resulta fácil entender a San Pablo cuando dice: “Líbreme Dios de gloriarme en otra cosa que en Jesús crucificado…”, más que algunos blasfemos inconscientes, quienes en las catástrofes pretenden llevar a Dios al banquillo, sencillamente porque en la cruz está la salvación del hombre.
La cruz es la única llave que puede abrir la puerta del Cielo al hombre que fue pecador. Jesús en la cruz nos llama a la salvación. Es el camino a recorrer desde la cuna hasta el sepulcro. Este camino hay que aceptarlo porque es la verdad, que nos introduce por la puerta única del Cielo.
Aprecio y estima de la vida en gracia
La vida es el gran Don de Dios al hombre. El estado de gracia es la super – vida, que Dios regala al hombre, al que hizo a imagen y semejanza suya. La vida de gracia es algo así como la vida de Dios en el alma humana.
Horroriza pensar en el hombre de hoy sin respeto a la vida del hombre: las madres que asesinan a sus hijos, el terrorismo y tantos crímenes…
Si consideramos la vida en gracia de los hombres, salta a la vista ante todo el indiferentismo de tantos con relación a Dios Padre. No se estima ni valora la vida de Dios en las almas de tantos consagrados por el Bautismo. La gracia es marginada, sin considerar que Cristo en la cruz nos la adquirió al reconciliarnos con el Padre.
Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo.
Aquí estoy, Señor, cuando se acerca el otoño de mi vida, postrado en el lecho del dolor, con la piel arrugada como una hoja seca y el cuerpo cansino, pero con alegría y serenidad de espíritu y con la lámpara de la fe encendida.
Tú me has enviado la enfermedad que va minando mi ser y va calado hasta los huesos. Es duro, muy duro, Señor, casi al límite de mis fuerzas, pero una y otra vez te digo. “Hágase tu voluntad…”, y me arrojo me abandono en tus brazos de Padre con la seguridad de que nunca me negarás tu ayuda.
Tu cruz, con los brazos abiertos de par en par, con tu rostro sereno y gozoso anima mi espíritu y me colma de paz al pensar en tus palabras. “Venid a mí todos los que estáis cansados y Yo os aliviaré, porque mi cruz es suave y mi carga ligera…”
¡Cuántas veces, Tú lo sabes Señor, he recorrido caminos polvorientos detrás de la oveja perdida y le he ofrecido tu cruz como signo de perdón y de amistad! Me ha gustado ser el pregonero de tu amor, del Dios que siempre y para todos abre la puertas de su casa.
Tú sabes mejor que nadie mis andaduras y mis pasos: en días difíciles y duros he recorrido caminos para anunciar a los sencillos y a los pobres la grandeza de tu amor y les he ofrecido tu cruz, no como instrumento de martirio, sino como esperanza salvadora.
Y ahora, Señor, cuando sé que mis días están contados y experimento que el dolor va desmoronando poco a poco mi cuerpo, me agarro a tu cruz como esperanza salvadora. Quiero ofrecerte, Señor, con alegría gozosa ese recorrer contigo la vía dolorosas, porque así sufro en mi carne lo que falta a tu Pasión.
No te paso, Señor, factura de nada. Ya ves mi equipaje: mis manos vacías y las sandalias rotas y gastadas del camino, pero de un camino en el que por encima de todo he querido ser testigo fiel de tu amor y dispensador de tu perdón a manos llenas…
Señor, en este momento decisivo de mi vida, cuando veo entreabiertas las puertas de tu casa, te pido por todos los que he conocido y a quienes he querido de vedad, para que encuentren en Ti siempre al Padre acogedor, al amigo fiel que nunca falla y que tu cruz sea para ellos la esperanza salvadora.
Ábreme, Señor las puertas de tu casa que me siento cansado del camino, y dame el beso de paz, el beso del amigo.
La muerte
La muerte física, un acontecimiento rápido, un sprint acelerado en el camino de la vida eterna, a la llegada a la puerta de la casa del Padre.
Hemos nacido y necesariamente hemos de morir. ¿Cuándo, dónde y cómo ha de ser el paso de este túnel? Aunque incierta la hora y el modo, es seguro que a la salida de este túnel nos encontraremos con el Padre. Por eso, lejos de asustarnos la muerte, debemos esperarla con alegría, porque ¿quién no siente alegría al haber que a va a encontrase con su Padre?
El pensamiento de la muerte, lejos de ser un trauma para un creyente, debe hacernos estar atentos y vigilantes en postura de entrega desde la cuna hasta el sepulcro, porque este camino que todo el mundo ha de recorrer necesariamente, es el camino hacia el encuentro con Dios, con el Dios de los Mandamientos, que nos ha dado el precepto del Amor, a Él y al prójimo como a nosotros mismos, con ese Dios de los Sacramentos que nos ha puesto en el camino como fuentes de perdón, de entrega, de fuerza para hacer la ruta más llevadera, con ese Dios que quiere sepamos perdonar como Él nos perdona.
El examen al que Dios nos someterá ya lo sabemos de antemano; por eso es fácil llevarlo bien preparado: ¿Nuestro camino ha estado sembrado de amor y de perdón? ¿Hemos sido por encima de todo, incluso de la ley, testigos fieles del amor? ¿Han podido decir de nosotros, “Mirad cómo se aman”?
¡Cuántas veces hemos predicado: “Bienaventurados los que mueren en el Señor…”! Pero ¿entendemos realmente que son bienaventurados los que han vivido en el Señor siendo testigos de su amor, de su misericordia, de su perdón, de ese Dios que ha dicho: “En esto conocerá que sois mis discípulos en que os amáis como yo os he amado”.
Ese encuentro es con Dios Padre, que te hizo en todo su ser corporal y espiritual.
En un accidente en el que me rompí un hueso de la pierna, pregunté a mi madre: “¿Cuántos huesos tengo?” Ella sonriente me contestó: “Si me hubieran llevado a estudiar, como yo a ti, te contestaría”. Entonces, le dije yo: ¿Cómo hiciste los huesos y los colocaste, la pupila, la retina, las orejas que perciben los sonidos? - Es Dios, no tú el que hace estas maravillas: tu entendimiento, tu voluntad, la facultad de retener y recordar, con el don de poder amar… En el cuerpo: unos ojos que ven, unos oídos que oyen, una lengua que expresa lo que piensa…
En este encuentro con Dios, al morir cada uno ha de presentar el libro abierto con el uso que haya hecho de esas cualidades espirituales y de los sentidos corporales, que no son nuestros sino de Dios. Nosotros somos sólo administradores. De ellos rendiremos cuentas a Dios: si los hemos usado bien o mal.
Ese Dios que nos juzgará sobre nuestros actos, nos da la luz que ilumina la oscuridad de nuestro camino, nos ofrece la belleza de nuestro firmamento tachonado de estrellas, el agua que nos purifica y da nueva vida... los alimentos, la creación entera… ha puesto a nuestro servicio.
En este encuentro con Dios al morir le podemos decir: Señor, he usado todo lo que hiciste para mí, he procurado rendir fruto bueno, quizá no lo he conseguido del todo, pero he procurado ser fiel a pesar de la debilidad humana, que muchas veces me ha hecho caer. ¡Gracias por toda obra creadora, Señor, que pusiste para que yo la usara!
Aquí estoy… ante Ti con el corazón abierto de par en par, sin ocultarte nada. Júzgame según tu amor e infinita misericordia, y acógeme para siempre contigo, Dame tu abrazo de paz y de amigo.
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En 1994 entregó su alma a Dios un virtuoso sacerdote de la diócesis de Pamplona, D. Ambrosio Eransus. Merecía la pena que alguien escribiera su biografía o al menos una amplia semblanza de este hombre dotado de una personalidad muy acusada y de una gran fe y sentido religioso por encima de lo normal.
Yo lo tengo muy a menudo en mi memoria. Ha sido uno de esos faros potentes que nos guían en este mar tenebroso.