BEATO PABLO BURALI D´AREZZO, arzobispo de Nápoles

* 1511 Fondi – Gaetta † 1578 Nápoles Memoria, 17 junio
Entre los teatinos destaca, con fulgores de santidad y exquisitas dotes de gobierno, el Beato Pablo Burali d'Arezzo.


En la población de Itri, situada cerca de la costa meridional de Italia, entre Fondi y Gaeta, nacía en 1511 el segundo de los cuatro, hijos que concedió el cielo a los nobles esposos Pablo Burali de Arezzo y Victoria Olivers, siéndole impuesto en el bautismo el nombre de Escipión.

La infancia del gentil retoño de los Burali se caracterizó por precoces manifestaciones de una inteligencia despejada, ardientes muestras de amor a Dios y generosos sentimientos de compasión y afecto hacia los pobres y desgraciados.
Estudió en Bolonia, en su célebre Universidad completó su formación intelectual y cursó con brillantez los estudios de derecho civil y canónico. Fue investido a los veinticinco años con la birreta doctoral en ambos derechos.

El foro napolitano fue la palestra donde, por espacio de doce años, ejerció el jurista su carrera de abogado. Sus excepcionales dotes le denominaban con el sobrenombre de "el doctor de la verdad".

En 1550 una fuerte crisis religiosa, acompañada de escrúpulos de conciencia, le obligó a dejar las ocupaciones del foro para retirarse a su amada soledad de Itri y buscar en el silencio y trato íntimo con Dios la ruta definitiva que diera paz y consuelo a su espíritu. A los dos años el virrey de Felipe II le llamó otra vez a Nápoles y le nombró consejero regio y juez de lo criminal. Con repugnancia, y sólo por consejo de su director espiritual, aceptó.
Clérigo regular
Al ingresar Burali, en 1557, en la Orden de clérigos regulares cambió su nombre de Escipión por el de Pablo, cuyo amor a Cristo deseaba imitar. La humildad y el desprecio absoluto de los bienes terrenos son notas básicas de la espiritualidad teatina. Por ello, al solicitar a sus cuarenta y seis años su entrada en la Orden, pidió ser admitido en calidad de hermano coadjutor, porque se reputaba indigno del ministerio sacerdotal. Pero su superior, antes de terminar el noviciado, le mandó recibir las órdenes menores y el subdiaconado. En la festividad de la Purificación de María de 1558 emitió el antiguo consejero regio su profesión religiosa, y pocos meses después fue ordenado diácono y presbítero, celebrando su primera misa el domingo de Pascua de Resurrección.
Entonces comenzó la lucha entre la humildad del padre Burali, que desplegaba toda su sagacidad para esquivar honores y dignidades, y la providencia del Señor, que se complacía en elevarlo a los más altos cargos para que fuera uno de los mejores adalides de la reforma católica, Venció el brazo de Dios. Y Pablo decía: “Dios le perdone al padre Juan, que quiso que yo me ordenase sacerdote".
Rehúsa ser Arzobispo de Brindis
En 1560, prepósito de la Casa de San Pablo, y poco después Felipe II le ofreció el obispado de Cortona y el arzobispado de Brindis. El padre Burali los rehusó muy de corazón, no sin haber recibido un aviso del papa Pío IV, que le decía: "Te ruego aceptes estos cargos, que podrán ser gravosos para ti, pero serán provechosos para las almas".
En 1565, temerosos los napolitanos de que Felipe II implantara en el reino la Inquisición española, decidieron enviar a Madrid una embajada prestigiosa que disuadiera al monarca de tal propósito. La ciudad escogió al padre Burali para llevar a término tan delicada misión diplomática. La elección fue vista con muy buenos ojos por el virrey y por la misma Santa Sede. Burali se resistía con todas sus fuerzas; al fin accedió.
El padre Burali fue acogido en Madrid con singulares muestras de consideración y de afecto. Felipe II le recibió con toda deferencia, escuchó atento el mensaje de la ciudad y prometió estudiarlo con cariño, queriendo que el embajador napolitano celebrara la misa en su presencia en la capilla del real alcázar. Con motivo de las fiestas de Navidad se ausentó el monarca de la capital, esquivando dar en un asunto tan vidrioso como el de la Inquisición una respuesta categórica. Burali se mantuvo impertérrito en la corte, fiel a su legacía. Después de varios meses de ausencia regresó Felipe II a Madrid y accedió, en parte, a los deseos de los napolitanos, a los cuales prometió en breve una visita. Conmovida la ciudad, tributó a su embajador un recibimiento triunfal, que revistió caracteres de fervoroso plebiscito.
José María Lorenzo Amelibia
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