Para mí el día 3 de junio del 93 ha sido una fecha memorable. Día del todo eucarístico. Cincuenta años precisamente de mi primera Comunión. ¿Cómo podré agradecer a Dios tanto favor? Calculo que desde entonces habré recibido a Jesús entre dieciocho o diecinueve mil veces. Ríos caudalosos de la gracia de Jesús han regado mi alma. ¡Qué confianza con El! Si dijo: "Quien come mi carne y bebe mi sangre, tendrá vida eterna", ¡cómo tiene que ser mi esperanza de salvación! ¿Cómo agradeceré al Señor cuanto ha hecho conmigo? Volveré a recibirlo con mejor preparación, con mayor fe, con más grande esperanza, con atención consciente.
Y también pienso: si mis comuniones hubieran sido siempre llenas de fervor y amor, ¡qué grado de santidad tendría! Y cómo hubiera influido en el Cuerpo Místico de Cristo! Hay fechas que merece la pena vivir a tope. Días de gran renovación interior, de agradecimiento, de nuevo arranque y aceleración en la vida espiritual. Nuestro progreso en la santidad depende mucho de la fe, el fervor, la ilusión que ponemos en recibir la Eucaristía, en celebrar el santo sacrificio. ¡Si todas las misas fueran como las primeras...!
Con esa fe despierta, llena de admiración, como sobrecogidos por el misterio. ¡Cómo recuerdo las comuniones de aquel amigo nuestro en el seminario de verano! Y no era en él comedia, ni decía nada, pero se le notaba las primeras horas de la mañana en su mismo rostro.
Debiéramos entonces decirle a Jesús: no quiero pensar sino en ti y en tus cosas. Que mi vida cambie, que esté llena de esta gran ilusión de haberte recibido.
José María Lorenzo Amelibia
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