LOS CUIDADORES

Es frecuente ver pasear por las aceras de nuestras ciudades a un anciano acompañado de una persona joven. Durante algunos años ha sido los objetores de conciencia quienes desempeñaban esta función. Hoy, aparte de los familiares, en casi todas las provincias de España existen asociaciones de voluntarios para ayudar a personas con minusvalías físicas o psíquicas. Son gente que incluso han participado en cursillos preparatorios para esta función social tan delicada y necesaria.


Se aproxima ya al veinte por ciento el número de población mayor de sesenta y cinco años; muchos de ellos, en la imposibilidad de vivir solos, necesitan una persona cuidadora. Y más de la tercera parte de quienes atienden a ancianos en decrepitud son mujeres super adultas. Los voluntarios acompañantes dan unas horas de descanso a los familiares o allegados.

Se trata de una verdadera cuestión social que irá en aumento en años sucesivos. Pero a pesar de la eficacia de los voluntarios, no se puede llegar a una verdadera solución del problema.

Es importante en todo caso que, cuantos se ven involucrados en la atención de personas de la cuarta edad, tomen su cometido como verdadera misión humanitaria y también cristiana. No hace falta convencerles de que el mundo no es un parque de diversiones ni un día festivo continuo. Los pacientes, y gran parte de quienes los sirven, han dejado atrás ya los viajes placenteros y los trabajos por cuenta ajena. El cuidador, si es de edad avanzada, necesita ayuda eficaz en su quehacer diario, y han de armarse de entereza para acompañar al otro a llevar la cruz de cada día, aunque ya la propia sea muy pesada.

Es hora de que el auxilio no esté limitado a un grupo de gente buena que, a cambio de nada, ofrece unas horas de su tiempo libre. En la sociedad han de abrirse cauces nuevos con mayor alcance que las puras ONG. El problema es en muchos casos angustioso. No soy sociólogo, pero tengo ojos como cualquier ciudadano. Veo demasiada inversión en casas de cultura y ocio, auditorios y cosas por el estilo, que adornan y dan brillo a nuestras ciudades. Pero los casos de personas solas en edad avanza, o con un miembro más de familia en minusvalía, se solucionan con parches.

Como cristianos hemos de solidarizarnos con estos cuidadores de vida heroica; echarles una mano; aconsejarles, sí, paciencia y darles los consuelos de la religión, pero también ser eficaces en nuestra ayuda total en estas necesidades. De poco sirven los consejos a quien se está ahogando si no le echamos un cable adonde pueda agarrarse. El problema lo vamos arrastrando desde hace años. Y si no ponen remedio "aquellos a quienes corresponde" lo tendremos ya muy pronto como mal endémico. Hemos de crear ambiente para exigir soluciones eficaces.

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