UN CURA CASADO, CON HIJOS Y ESPOSA EN TENERIFE

Se llama Don Evans, y ejerce hace aproximadamente cuatro años en la parroquia del Espíritu Santo en Los Gigantes (Tenerife, España); está casado con Patricia y tiene dos hijas y tres nietos. Allí celebra Misa, su esposa hace las lecturas, no tiene que esconderse en la sacristía para celebrar. Atiende el confesonario; aconseja a sus feligreses; es respetado por todos. Él decía a un periodista: “Me siento muy feliz de ser sacerdote y casado.


Tengo dos sacramentos, el sacerdocio y el matrimonio, y eso es muy importante”. Evans no reta a nadie, está con todas las de la ley. Junto a él, otros sacerdotes, de los mal llamados secularizados, no podrán en su misa ni hacer las lecturas, ni mucho menos la homilía o ayudar a distribuir la comunión. Lo tienen prohibido por el rescripto de dispensa. No es fácil entender este lío… Pero, claro, somos buenos y lo acatamos. ¡Allá quien manda!

Celebra Evans la Misa con mucha unción. Una Misa del todo católica, con toda nuestra liturgia, sin tener que esconderse en la clandestinidad. No necesita sacristán ni monaguillos, su esposa se encarga de pasar la bandeja. Terminada la Misa, nuestro sacerdote sale a la plaza para saludar a todos los feligreses; para todos tiene un palabra de cariño. Se le ve lleno de felicidad. “Ser sacerdote – dice – es lo máximo: aquí la gente me quiere, y yo los quiero. Aquí he de quedarme siempre; aquí me enterrarán”.

Se apellida Gliwwitzky, nació en 1940 en Zimbabue, su padre era polaco y católico, su madre, anglicana. En Inglaterra realizó los estudios eclesiásticos y se casó canónicamente en 1979, con la hoy su esposa, también católica. Ya casado y ordenado como pastor anglicano, regresó a su patria africana, donde fue administrador de ferrocarriles. Lo dejó para dedicarse de lleno a su vocación de pastor. Trabajó después para conseguir la unión entre los católicos y los anglicanos. Después, pasó a la Iglesia Católica. ¡Se convirtió! No le convencía aquello de mujeres sacerdotisas de los anglicanos. Tras varias gestiones, la Conferencia Episcopal Española le dio el visto bueno para que ejerciera el sacerdocio en España. Mons. Martínez Camino ponía el caso en manos del entonces obispo de Tenerife Felipe Fernández. ¡Con especial dispensa de voto de castidad por parte del Papa! Y se ordenó el 21 de agosto del 2005 en la iglesia de la Concepción de La Laguna.

Por supuesto que acatamos todo esto, pero nos extraña esta doble medida: los cientos, millares de sacerdotes casados legítimamente a quienes se les niega todo ejercicio sacerdotal. Se les niega como se suele decir “el pan y la sal”; y pocas veces mejor dicho. Todo esto nos produce profunda extrañeza, por decirlo de una manera fina y respetuosa. ¿Por qué todo esto?



José María Lorenzo Amelibia
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