“El sacerdote, como los padres de familia, nunca se jubila”
Pienso que el primer problema que les afecta es ver truncada su labor parroquial. Ahora, su misión pastoral se reduce a “cooperar”, a echar un capote. Esta situación de “retirado” forzoso puede producir un impensado choque emocional. Se dice presuntuosamente que “el sacerdote, como los padres de familia, nunca se jubila”. Claro, porque de hecho “le jubilan”. No quiero decir con esto que el sacerdote no deba disfrutar del merecido retiro, tras una vida de abnegada entrega. Sólo constato una realidad. Es muy duro para estos presbíteros que a sus 75 o más años ya se ven relegados, desamparados, aislados.
La soledad del presbítero se ve agravada por el celibato obligatorio
El tan sacralizado celibato viene a relegar el matrimonio y, como consecuencia, a infravalorar la familia. Esa familia, que tanto se ha defendido y exaltado en templos, calles y plazas, está vetada (¡curiosa paradoja!) a quienes más la ensalzan. Una mera “ley eclesiástica” ha suplantado lamentablemente a un “sacramento”. El cura jubilado puede llegar a sentirse aislado, no tanto por falta de compañía sino por ausencia de cariño, especialmente de afectos familiares. No tiene familia “propia”; no ha vivido la ilusión de los hijos ni la alegría de los nietos. La unión a una mujer que vive la misma inquietud cristiana, que comparte no sólo la comunidad de vida sino la comunidad de compromiso, que participa de las mismas aspiraciones y proyectos, es una riqueza inestimable que supera cualquier “noble ascetismo”, por mucho que se quiera sublimar el celibato.
Escribe Pepe Mallo III
José María Lorenzo Amelibia
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