Y no me refiero aquí a esa fragilidad afectivo – sexual, próxima a la lujuria, sino a la afectividad en su sentido amplio: la forma de reaccionar de las personas ante lo agradable o desagradable, ante el dolor o lo placentero. Es impresionante lo vulnerable que es nuestra naturaleza humana cuando se ve envuelta en el dolor, en el conflicto interior, en circunstancias problemáticas, en algo que nos contraría.
Leía hace unos días una entrevista a Marie Paule en la revista “Mujer hoy”. Se trata de la monja priora del famoso convento parisino del Sacre Coeur, uno de los sitios más visitados cuando se va de turismo a la capital francesa. La hermana Marie Paule fue antes de entrar en clausura funcionaria de prisiones. Era una chica con inquietudes sociales desde su adolescencia. A los diecisiete años trabajaba con niños minusválidos en fase terminal. Decía en la entrevista refiriéndose a estos seres inocentes: “Sus sufrimientos me desgarraban. ¿Cómo creer en un Dios que acepta esto? Viví una situación extrema. Llegué a pensar que Dios no existía. No quería volver a poner los pies en la iglesia. Un día un niño murió ante mí. Estaba tan conmocionada que exclamé. “¡Dios, ten piedad!” Me di cuenta de que, mientras lloraba, estaba rezando”.
Todos somos débiles, frágiles: nos cuesta reaccionar de forma positiva cuando nuestros esquemas rutinarios se nos rompen. Algunos llegan a entrar en depresión; otros – ¡desgracia mayúscula! – pierden la fe; y no faltan personas a quienes estas circunstancias les hacen reflexionar y entregarse a Dios con más fuerza.
El problema de Marie Paule afecta de una u otra manera a muchas personas. No es fácil asimilar el dolor ajeno ni el propio, el sufrimiento del pobre, las catástrofes de la naturaleza. A unos más, a otros menos, pero en realidad a todos nos impresiona. ¡Esa es la debilidad afectiva a la que me refiero en estas líneas!
Y seguía nuestra monja, superiora hoy del Sacre Coeur, explicándose ante la entrevistadora: “Gané la oposición y me trasladaron a la cárcel de mujeres de Rennes en 1980. Yo era bastante ingenua; me imaginaba un internado de jovencitas y me encontré en otro planeta. [...] Una visita a Tierra Santa me hizo cambiar. Allí me desmoroné y dije: “Señor, lo que Tú quieras”. Tenía 30 años. Y aquí me ve ahora”.
La hoy monja Marie Paule supo dejarse guiar de la gracia de Dios cuando le afectaba tremendamente la desgracia ajena. No digo que todos vamos a hacernos frailes o monjas cuando llega la crisis. Pero sí elevar nuestro espíritu a lo Alto. Pensar que Dios es bueno; que en este mundo nunca conseguiremos ordenar el rompecabezas que nos rodea; pero cuando el jeroglífico será del todo indescifrable es si uno se abandona a la desesperación inane del ateo. Lo nuestro, fiarnos de Dios, porque sabemos que Él es bueno. Y se acabó.
José María Lorenzo Amelibia
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